La nueva derecha radical en modo festival
Lo que las izquierdas chilenas no están viendo es que, a diferencia de los países del norte y de Argentina, los partidos de centroderecha están librando una dura batalla con las derechas radicales… y electoralmente la están ganando
La elección de Donald Trump y, sobre todo, sus primeros anuncios desde la Casa Blanca han sumido a todas las izquierdas del mundo en algo parecido a un shock de realidad (o un shock a secas), mostrando dificultades considerables para entender lo que está sucediendo por el lado de las nuevas derechas, nativistas, radicales, ultras o como quiera que se les llame. Dicho de otro modo, lo que predomina en las izquierdas es el desconcierto, partiendo por esa fuerza variopinta estadounidense que es el Partido Demócrata, derrotado en las presidenciales incluso en voto popular, y aplastado en las elecciones senatoriales y de la Cámara de Representantes.
A decir verdad, las izquierdas no han tomado nota de la euforia que embarga a las derechas radicales: los festivales abundan (partiendo por Europa Viva 24 en Madrid, el 18 y 19 de mayo de 2024), las coordinaciones entre partidos de distintos países y la afinidad afectiva que se aprecia entre sus líderes que asisten a estos festivales contrastan con la pobreza intelectual y emocional de los eventos de la Internacional Socialista (cuando existen), y qué decir de la irrelevancia de las nuevas izquierdas. Estos festivales son fascinantes porque reflejan no solo euforia, sino también una estética que define a estas fuerzas: desde el rock hasta intervenciones extravagantes. De nada sirve asimilar a estas derechas radicales con la estética de las camisas pardas de la década del treinta del siglo veinte tanto en Europa como en América del Sur (incluido Chile), y calificarlas de fascismo o neofascismo: es posible que el calificativo capture algo de estas nuevas derechas, pero no explica nada relevante. Lo que sí muestran estos festivales es una gran seguridad de las nuevas derechas en sí mismas, lo que se refleja en batallas culturales que esas derechas ya están librando con el fin de conquistar un dominio duradero en el ámbito de la cultura, eso que Gramsci llamaba hegemonía, un concepto que estas derechas han perfectamente entendido y asimilado.
El extravío de izquierdas se refleja en diversas tomas de posición, en distintos niveles y en países muy diferentes. Tomaré dos ejemplos, en países distintos y en dos niveles diferentes de realidad.
En un plano cultural, el filósofo francés Michel Feher afirma (como si no hubiese un problema en esta toma de posición) que “¡Hay que ser wokista! Un wokista desencadenado. Ser de izquierdas es ser alérgico a las desigualdades estructurales”, lo que significa que ser de izquierda es luchar en contra de desigualdades en distintos ámbitos, desde la explotación económica hasta las luchas por el reconocimiento… como si existiese un marco unificado en el que las batallas por la redistribución y las luchas por el reconocimiento de identidades encuentran su propio espacio coherente. Este es un debate muy antiguo: todo indica que desde que Nancy Fraser y Axel Honneth protagonizaran una dura controversia intelectual sobre la pregunta ¿Redistribución o reconocimiento? hace más de 20 años, no se hubiese avanzado nada en la respuesta: el voluntarismo irreflexivo de Feher es una prueba irrefutable. Los hechos están a la vista: el retroceso político de las izquierdas (hasta en formato de debacle en algunos países) es evidente, a lo que se suma una evidente pérdida de dominio en el ámbito intelectual. En esta debacle, mucho tiene que ver el carácter excesivo de las luchas por el reconocimiento de identidades de grupos particulares (en donde lo excesivo radica en prácticas de cancelación intolerables), y el enorme abandono de luchas redistributivas por causas materiales.
El resultado ha sido catastrófico.
En el caso chileno, el retroceso de las izquierdas a veces adopta formas patéticas a nivel político. Es mi segundo ejemplo. En el contexto de una compleja reforma previsional que está a punto de ser votada, una diputada frenteamplista (Gael Yeomans) no encontró nada mejor que poner en duda uno de los puntos más candentes del debate legislativo, el auto-préstamo que quienes cotizan en planes individuales de jubilación le hacen al Estado por voluntad parlamentaria (“Yo apostaría que no se devuelva ese 1,5 a capitalización individual, sino que se mantenga en el seguro social”). Es cierto que las hegemonías no son eternas (aunque pueden ser muy duraderas, medibles en décadas), pero apostar a cambios hegemónicos a décadas de distancia de modo tan desenfadado en un momento de definiciones en las que se encuentran comprometidos compromisos políticos de largo plazo, es simplemente estúpido.
Lo que las izquierdas chilenas no están viendo es que, a diferencia de los países del norte y de Argentina, los partidos de centroderecha están librando una dura batalla con las derechas radicales… y electoralmente la están ganando (prueba de ello es el resultado de la última elección municipal). Es importante dimensionar esta disputa interna a las derechas. Al igual que en Italia, en Chile se está abriendo un espacio para que se configuren dos extremas derechas: el Partido Republicano de José Antonio Kast (quien es, por lo demás, presidente del influyente Political Network for Values, un dato de importancia global en el que pocos en Chile han reparado), y el Partido Nacional Libertario de Johannes Kaiser (cuya candidatura presidencial está alcanzando, según las encuestas, a la candidatura de Kast). En una columna reciente, Daniel Innerarity entregó una pista para la actuación política de las izquierdas: “defender la democracia no pasa por intensificar el combate entre izquierda y derecha, sino por acudir en ayuda de la derecha clásica”. Políticamente hablando, Innerarity tiene razón: pero al mismo tiempo, ¿cómo no ver en sus palabras el reconocimiento de que las izquierdas no solo se encuentran dominadas, sino que simplemente no pueden enfrentar solas a las nuevas derechas radicales?
Qué duda cabe: las izquierdas están atravesando por el peor momento de su historia, en el que se encuentran desafiadas no solo en la política, sino también en la cultura.
Hay pocos países en el que existe conciencia de esto. Chile es uno de esos países en el que las izquierdas, TODAS, están completamente extraviadas, sin entender lo que se encuentra en juego. Es como si la magnitud del peligro que amenaza a las izquierdas en su sobrevivencia se tradujese en formas pasadas de reacción, sin conexión con lo que hoy está ocurriendo: es una perfecta ilustración de lo que Bourdieu llamaba un efecto de hystèresis, un terrible desfase entre las condiciones presentes de realidad que nada tienen que ver con las disposiciones y predisposiciones que se originaron en un estado antiguo. Dicho en simple, las izquierdas están respondiendo de modo históricamente impertinente, sin sentido, a condiciones que las desbordan. En esta hystèresis, hay una debacle cognitiva de las izquierdas: seguir utilizando las mismas categorías y el mismo lenguaje de siempre para intervenir la realidad (un buen ejemplo es la mala entrevista de la dirigenta frenteamplista Constanza Schonhaut, plagada de lugares comunes) es, de seguro, una garantía para el fracaso.
Para recuperar terreno en el ámbito de la cultura, las izquierdas deben inventar formas de comunicación con su base trabajadora originaria sin la cual, simplemente, no se habría originado la “izquierda”: esto significa que es suicida conformarse con ser un partido de clases medias educadas.
Nada bueno se está viendo en las izquierdas de hoy.
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