¿Es posible un partido-movimiento en Chile?
Las izquierdas, si quieren ser relevantes, tendrán que reinventarse de modo organizacional, sin perder de vista la confusión ideológica en la que se encuentran sumidas
El Frente Amplio (FA), hoy constituido como partido en forma en Chile, ha reivindicado desde siempre el rol que los movimientos sociales cumplen en la lucha por el cambio social. Pasaré por alto la asociación espontánea entre movimientos sociales y partidos de izquierda: no solo me parece poco evidente, sino que francamente probemática a la luz de lo que las nuevas derechas radicales están logrando más o menos en todas partes. Si bien el Frente Amplio chileno nació, y se nombró retomando el mismo apellido patronímico del Frente Amplio uruguayo, en un momento en que era una fuerza política que aglutinaba a varios partidos y a un sinnúmero de movimientos sociales, hace rato que eso dejó de ser cierto: hoy queda muy poco de ese espíritu movimientista originario. Salvo las ganas. Esto es lo que hay que explicar.
Es importante precisar que hay muy pocas cosas en común con el Frente Amplio uruguayo: este primo charrúa es una coalición de partidos y movimientos en la que predominan en última instancia los partidos, por ejemplo al momento de seleccionar candidatos (los que, salvo contadas excepciones, provienen de los partidos y a menudo de los movimientos sociales, lo que significa que para ser candidato hay que militar en un partido).
Cuando el Frente Amplio chileno nace como federación de partidos y como correa de transmisión de varios movimientos sociales (especialmente feministas y estudiantiles), allá por el año 2013 y especialmente en 2017 con la elección de varios diputados provenientes de una nueva generación, nadie discutía mucho esa conexión. En 2024, esa conexión no solo es problemática: en mi opinión, no existe y solo es de naturaleza retórica.
No cabe ninguna duda que el éxito del Frente Amplio, pagado al precio fuerte del debilitamiento de la centroizquierda agrupada en torno al Partido Socialista, descansó inicialmente en la conexión con el movimiento estudiantil y feminista. Ese es el origen, al que se suma la pretensión de reemplazar al Partido Socialista por su excesivo centrismo tras 24 años de gobierno. Por años se pensó, y actuó como si fuese posible la articulación de un partido con movimientos sociales: en Chile se pretendió alcanzar la alquimia de un partido que es además movimiento social, y de un movimiento que logra existir como partido político. Un solo ente con dos naturalezas, o esencias: un milagro ontológico.
Pues bien, nada de esto resultó. No porque no se haya querido ni ensayado, sino porque, simplemente, no se pudo. La pregunta es por qué.
El FA chileno es hoy un partido como cualquier otro: no solo porque compite en elecciones y repite los malos modales de los partidos más viejos (hace un par de días, un diputado frenteamplista despotricaba por los diarios en contra de otro diputado del mismo partido y por la misma región…por quien tiene el mejor derecho de ser candidato a senador, toda una vulgaridad). Más profundamente, porque el partido que además quiere ser movimiento experimenta la presión por ser el partido del presidente de Chile. ¿Cómo no ver que ser gobierno no entrega ninguna libertad, sino restricciones?
Esta es una historia demasiado conocida. Podemos en España, Syriza en Grecia y el Movimiento 5 Estrellas en Italia reivindicaron una conexión orgánica con movimientos sociales de distinta índole. Electoralmente, estos tres partidos-movimiento fracasaron estrepitosamente.
Ese no es el caso del Frente Amplio chileno. Sus dirigentes conocen el desplome de sus pares europeos, y no muestran mucha simpatía por ese otro partido de izquierda “gaseosa” (la expresión es de Mélenchon) que es la Francia Insumisa, cuyo liderazgo mesiánico no augura nada bueno. Al fusionarse como un solo partido (tras la disolución legal de Comunes por el Servicio Electoral debido a graves irregularidades y la superación de Revolución Democrática y Convergencia Social en una nueva fuerza), el Frente Amplio optó racionalmente por ser partido más que movimiento. Si bien el resultado en la última elección local y regional de finales de octubre no fue descollante, se aprecia una cierta consolidación de este nuevo partido. Pero la pregunta sigue en pie: ¿es posible que el futuro de las izquierdas pase por un entroncamiento orgánico con los movimientos sociales, al punto de que sea posible hablar de partidos-movimiento?
Exceptuando el caso excepcional del Frente Amplio uruguayo, no parece posible la posibilidad de un partido-movimiento. ¿Por qué? Porque más allá de la pasión por causas movimientistas, hay un momento en el que hay que optar por ser partido o por permanecer como movimiento: no es posible ser ambas cosas a la vez. En el caso chileno, el peso de ser gobierno y el desastre de la Convención Constitucional de 2022 (con amplia presencia de convencionales provenientes de los movimientos sociales para redactar una nueva Constitución) produjo un shock de realidad en el frenteamplismo. Su conformación como partido y el abandono de su naturaleza federal lo ha llevado a ser un partido como cualquier otro, en donde los movimientos sociales no encuentran fácilmente su lugar.
Las inercias del campo político y de sus arenas más profesionales son tales que, para existir, los partidos de izquierda, nuevos y viejos, no logran incorporar orgánicamente a los movimientos sociales. Es en ese preciso sentido que los partidos-movimiento no son viables.
Esto no quiere decir que los partidos de izquierdas no requieran oxigenarse a través de los movimientos sociales. La pregunta es cómo. El Frente Amplio uruguayo es una maravilla que produce admiración porque logró inventar una figura organizacional en un país pequeño. No sabemos cómo lograr algo parecido en países más grandes.
De lo que sí estamos seguros es que las izquierdas, si quieren ser relevantes, tendrán que reinventarse de modo organizacional, sin perder de vista la confusión ideológica en la que se encuentran sumidas.
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