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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El cielo no es para los negros

Katherine Johnson fue una pionera de la computación y de la matemática que permitió al hombre (blanco) llegar a la Luna, pero durante décadas fue una nota a pie de página de libros y artículos científicos

Mercè Ibarz
La matemática Katherine Johnson en su despacho de la NASA en 1962.
La matemática Katherine Johnson en su despacho de la NASA en 1962.EFE/EPA/NASA

Los Temptations lo cantaron en 1971: Sky's the Limit (El cielo es el límite), pero a nadie se le ocurrió que el título pudiera ser una sentencia fatal para los afroamericanos. Pues sí, también lo ven así algunas generaciones medio siglo después. La matemática Katherine Johnson, al morir esta semana con más de cien años, parece haber vivido tanto para recordárnoslo, en tiempos movidos en el despertar de las mujeres: ha pasado mucho tiempo pero muchas cosas, no. Los negros no pueden hacerlo todo en el imperio.

Fue una pionera de la computación y de los cálculos matemáticos que permitieron al hombre (blanco) llegar a la Luna. Una de los ‘computadores con faldas’, como graciosamente la llamaban, a ella y a sus tres compañeras, matemáticas e ingenieras, los alegres chicos del rollo espacial. Pero el cielo no era para ella, no para ellas. Han sido durante décadas una nota a pie de página de libros y artículos científicos.

La científica y su equipo destacaron en un contexto doblemente racial, por misógino y supremacista

Ya lo cantó el otro pionero, el gran Gil Scott Heron, el de la siempre viva The revolution will not be televised (La revolución no será televisada), pero en esta, Whitey on The Moon (Blanquito en la luna), donde salmodiando esto, a la manera rap que inventaba: “No puedo pagar la factura del médico / pero el blanquito está en la luna. / Dentro de diez años seguiré pagando / mientras el blanquito está en la luna. / El casero me subió la renta anoche / porque el blanquito está en la luna. / No hay agua caliente, ni baños, ni luz, / pero el blanquito está en la luna”. Era 1970, tenía veinte años. Y lo que cantaba y contaba en la canción era cierto en los barrios más pobres de Nueva York y de tantas ciudades norteamericanas. El músico Pharrell Williams (46 años) lo ve así: “Ir a la luna es estar en otra dimensión, a la que el negro norteamericano no tiene derecho. En la música existe una dimensión espiritual semejante”.

<TB>Todo esto resuena en lo que leo sobre Katherine Johnson a raíz de su muerte. Sus compañeras en la proto NASA ya no están, Mary Jackson murió en 2005 a los 84; Dorothy Vaughan, en 2008, a los 98. Ni el presidente Obama llegó a tiempo, solo logró conceder en 2015 a una doctora Johnson de 95 la medalla presidencial de la Libertad, el mayor reconocimiento civil allí. El público, en su país también, ha tenido que esperar para saber de ellas. Hasta llegar al film Figuras ocultas (Theodore Melfi, 2016; música de Pharrell Williams), donde la Johnson es la actriz Taraji P. Henson. Film de celebración reconfortante, aún así, sin salmodiar a lo Scott Heron las miserias negras urbanas, proyecta en la pantalla la entereza de estas mujeres. Pues no fueron solo clase media negra y ya está, tuvieron que currárselo sin descanso en un contexto doblemente racial, por misógino y supremacista.

La guerra rescató su talento y el de tantas mujeres. No solo faltaba mano de obra, faltaban cerebros
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<TB>Los científicos son en cierta forma poetas y músicos, su placer les basta para persistir en el empeño. Leo que a la niña Johnson le gustaba contarlo todo y no hablamos de historias: contaba pasos, platos por fregar y lo que se le pusiera a tino, como una dama de mi familia contaba los garbanzos y los guisantes que preparaba y otra dama hizo varias colchas de ganchillo por el gusto de contar puntos. Cuando te gustan los números, te gustan. A partir de ahí, con notas brillantes, la universidad fue pan comido, fue una de las primeras afroamericanas en graduarse, a los dieciocho. Pero al cabo de poco estaba casada, con tres hijos y sin enseñar. Llegó la guerra para rescatar su talento y el de tantas mujeres. No solo faltaba mano de obra, faltaban cerebros. Allí estaban los suyos, los de ellas. La guerra fría que siguió y que emprendió la guerra espacial fue su teatro de operaciones, allí estaban. Tal vez sea bueno, me digo a menudo, estar en segundo plano y no tener que dar la cara por tanta guerra. Pero no todo el mundo lo ve así, lo sé, y sentido tiene que valoremos todas las aportaciones humanas, las de ellas aquí.

Ahora que se ha muerto Katherine Johnson, la NASA la despide como ‘la mente más brillante de nuestro equipo’. Vaya una broma. Que te tengas que morir a los 101 para que te tiren florecillas así. Que te tengas que morir para que te digan lo que no podrás oír. Supongo que a su edad no importa mucho, querida señora, y como matemática hace décadas que sabe usted que lo importante son los números y que la cosa cuadre como es debido. En su caso, que el hombre llegue a la luna pero sobre todo que regrese, lo que pudo hacer aquel gracias a sus números, los “de la chica”.

Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural.

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