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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un Plensa al frente del Mediterráneo, por favor

La idea de Wagensberg no contemplaba que el Hermitage fuese una simple franquicia pero es probable que los vecinos de la Barceloneta entiendan más de instalaciones museísticas que el propio divulgador

J. Ernesto Ayala-Dip
El artista Jaume Plensa junto a su escultura
El artista Jaume Plensa junto a su esculturaCarles Ribas

En agosto del 2015 estuve en el Museo de Arte Contemporáneo de Ceret, Cataluña norte. Fui expresamente porque se exponían esculturas de Jaume Plensa. El título de la exposición era muy elocuente: Le silence de la pensée. Lo primero que uno ve cuando observa una escultura suya es que está pensando. Es como un acto del pensar en sí. El pensamiento absoluto. Formaban parte también de esa exposición unas siluetas dispersas por todo el recinto. Siluetas de personas que parecían deambular por su propia soledad, ensimismadas en sus propios pensamientos. En sus propios silencios. Jaume Plensa es todo eso. Mirar una escultura suya es mirar cómo las mira el público, extasiados como si trataran de averiguar qué piensan esos rostros mudos con sus ojos cerrados como si soñaran. Unos años más tarde asistí a otra exposición suya, en el MACBA. Allí me llamó la atención ver a unos niños correteando alrededor de esas esculturas tan llenas de enigmas. Me asombró que esos niños se encontraran tan cómodos entre tanto misterio y silencio. Me comenta el traductor y vecino mío Luis Murillo, cuando le hablo de Plensa en el súper donde solemos coincidir, que todo lo que sea mantener a la gente concentrada algo más de dos minutos seguidos ante una obra de arte es una victoria del que haya concitado esa atención.

Cuando voy a escuchar un concierto al Palau de la Música, tengo que aclararme si voy al Palau por el programa musical que ponen o por la escultura de Jaume Plensa que me espera puntualmente a la salida. Allí está “Carmela”. Su autor la ha cedido a la ciudad gratuitamente. Se quedará allí instalada durante ocho años prorrogables. Ahora ya lleva cuatro. Yo me detengo a mirarla como si buscara una respuesta. Me parece que a los turistas les ocurre algo parecido. Miramos a la “Carmela" como si la acariciáramos con nuestros ojos. Pero no puedo evitar preguntarme, ¿es ahí donde debería estar para que funcione como el icono que muchos querríamos que fuese?, ¿Cómo el mismo icono de veinte metros de altura que se yergue como un vigía atemporal, en un antiguo pueblo minero de Inglaterra, entre Manchester y Liverpool, donde la gente desfila como si lo hiciera ante un tótem sagrado?, ¿el mismo icono que diseñó el escultor catalán para la ciudad de Chicago, la ya famosísima fuente Crown? Yo creo que no. Sobre todo si tenemos en cuenta que esa estatua está justo al lado de otro icono irrefutable, el edificio modernista que alberga el Palau de la Música.

Sabemos ahora que el ayuntamiento gobernado por Ada Colau desecha por el momento la instalación de una extensión del Hermitage en el puerto de Barcelona. La presión vecinal la llevó a tomar esa decisión. Yo no entro en esta materia porque la desconozco, aunque no habría que olvidar que esta idea nació de alguien muy sabio: el malogrado científico, ensayista, divulgador y director de museos Jorge Wagensberg. Su súbita muerte dejó inconcluso un proyecto que prometía, además de equipamiento ruso, de otros museos de la ciudad y colecciones propias. La idea de Wagensberg no contemplaba que ese Hermitage fuese simplemente una franquicia. Pero es probable que los vecinos de la Barceloneta entiendan más de instalaciones museísticas que el propio Jorge Wagensberg. También hay que decir, en honor a la verdad, que iniciativas parecidas en otras ciudades europeas acabaron en rotundos fracasos. En esta misma línea, el anterior alcalde Xavier Trias, con excelente criterio a mi entender, le pide en enero de 2014 a Jaume Plensa que “imagine” una pieza icónica para la ciudad. Xavier Trias siempre defendió que Barcelona tendría que tener como símbolo una obra escultórica y no, como ocurre, un edificio, por más modernista que fuese, agrego yo. A su vez Plensa cree que su ciudad debería tener un icono que “no fuera práctico, sino que fuera un corazón, que pueda dar nueva energía”. Cuando camino por el puerto no puedo evitar visualizar ese inmenso rostro con sus ojos cerrados frente al horizonte del Mediterráneo. Visualizo venir en el ferry de Mallorca y ver esa inmensa mole de hierro meditando vaya uno a saber en qué. Y ya me imagino a los niños correteando en torno suyo y sabiendo que ella estará allí durante mucho, mucho tiempo. Y que sus hijos y los hijos de sus hijos la seguirán viendo.

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