Juicio a Trapero, el policía que puso a los Mossos en el mapa
El exjefe del cuerpo ha pasado dos años blindado en su entorno más íntimo
Dos años y medio después, Josep Lluís Trapero despierta aún todo tipo de pasiones. Desde que fuese destituido por el Gobierno central tras el referéndum ilegal, el mayor de los Mossos d’Esquadra se ha encerrado en un despacho de la comisaría de Les Corts en Barcelona. “No ha faltado ni un día al trabajo”, aseguran fuentes policiales. Centrado en preparar su defensa en el juicio que empieza en la Audiencia Nacional, también le han encargado estudios jurídicos, como la posible creación de una comisaría general de ciberdelincuencia. Vive alejado por completo de la vida pública, ajeno a cualquier decisión en los Mossos, blindado en su entorno más íntimo, con una discreción absoluta autoimpuesta.
Pero la huella de su paso por el cuerpo, que dirigió durante cuatro años y medio, sigue fresca. “Trapero fue un cambio de paradigma”, explican fuentes policiales, que como todos los demás consultados piden el anonimato. “Fue el primer jefe con capacidad, aptitud y carácter para emancipar a los Mossos de los políticos”, añade otro mando intermedio. Un policía de raza, entregado, tozudo, duro de trato, que entregó su vida a un cuerpo del que no querrá seguir formando parte, aseguran, pase lo que pase en la Audiencia Nacional.
Trapero fue jefe por sorpresa. Le nombró Ramon Espadaler, de Unió, le mantuvo Jordi Jané, de Convergència, que saltó antes de la deriva unilateral del procés, y siguió con Quim Forn, actualmente encarcelado. “Alguien que quisiese hacer y deshacer lo que quisiera en los Mossos hubiese elegido a otro profesional que no fuese Trapero”, explican fuentes políticas que trataron con él. Si alguien ponía “límites”, era Trapero. Su supuesta connivencia con los políticos para alcanzar la independencia de Cataluña puede acarrearle 11 años de prisión.
“Pudo tener voluntad de estar bien con los políticos, quizá por vanidad”, analizan voces críticas con su liderazgo. Le persigue la paella en Cadaqués, guitarra en mano, al lado del expresidente Puigdemont. “Pero pensar que hay una alianza de Trapero para lograr la independencia es antinatura”, añaden. “Cualquiera que le haya conocido un cuarto de hora sabe que es imposible pensar que estaba en cualquier trama del procés”, añade otro policía también muy incómodo con el estilo de dirección de Trapero.
Su obsesión, coinciden todos los consultados, fueron los Mossos d’Esquadra. Ponerlos en el mapa. Defenderlos. Profesionalizarlos. “Donde otros han querido ver una deriva política, hay un orgullo profesional de mantener sus competencias, la autonomía del cuerpo, el concepto de policía integral”, aseguran quienes le conocen. “Defendía la autosuficiencia de los Mossos por encima de todo, creía que no necesitaban a nadie, que iban un paso por delante”. “El problema –indican- es que creía tener la verdad suprema y apartaba a los demás cuerpos”.
A Trapero se le atribuye la modernización de los Mossos. “Quería que fuésemos más allá, que en lugar de explicar qué pasa en la sociedad, explicásemos por qué pasa”, cuentan, en referencia a la mirada que imprimía. Unos objetivos loables, dicen, que intentó imponer con un “control total del cuerpo”: “Depositó una confianza selectiva en muy poca gente. Eso desgastó a su entorno”. De gestión “difícil”, exigente, competitivo, trabajador, su “sinceridad podía ser hiriente”. “Su carácter autoritario, intervencionista, paralizó a los mandos y a la propia dinámica de la organización. Creó un embudo, donde todo pasaba por él”, resumen otras fuentes.
“En su propio cuerpo no le perdonaron que fuese un verso libre, un contrapeso entre los propios comisarios”, analizan personas que vivieron de cerca su mandato. Al resto de cuerpos policiales, “los subestimaba”. Forjado en la investigación, en su carrera abrió guerras competenciales e investigó por corrupción a policías, en casos como el de los puticlubs Riviera y Saratoga. Las consecuencias, indican, fueron claras: “Acumuló cadáveres de todo tipo en el armario”.
El procés remató a Trapero convirtiéndolo en un ídolo: “Le perjudicó muchísimo aquella rueda de prensa del ‘bueno, pues molt bé, pues adiós’. Lo endiosaron y eso no lo ayudó”. “Se equivocó sacando pecho de que la Policía Nacional y la Guardia Civil no rascaron nada durante la investigación de los atentados”, añaden. Tampoco ocultó su disgusto con la figura impuesta del teniente coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos: "Subestimó al Estado, y eso le impidió estar a la altura de las circunstancias”. ¿Cuál fue el resultado? “Que no tuvieron ninguna piedad con él”.
El análisis de diversas fuentes policiales es que las enemistades labradas en la carrera policial de un jefe duro esperaron el momento de verle caer. “La misma situación, con Ferran López al frente, hubiese concluido de una forma muy distinta”, reflexiona un mando de Mossos. “Qué tengas un carácter más o menos dócil, no es un delito; que te puedan tener ganas, no es un delito; que durante los atentados pudieses lucir mucho, tampoco lo es”, defienden quienes convivieron con él.
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