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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El factor humano

Se pondrá a prueba el grado de madurez alcanzado por Sánchez e Iglesias, que es la expresión de la autoestima y de la autoridad que serán imprescindibles en el tiempo que viene

Josep Ramoneda
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, abraza al líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, tras superar la segunda votación del pleno de investidura.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, abraza al líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, tras superar la segunda votación del pleno de investidura.Juan Carlos Rojas (Gtres)

¿Qué necesita el nuevo gobierno de izquierdas para consolidarse y desautorizar a quienes auguran que tendrá una corta vida? El argumento principal para la catástrofe es que un gobierno con una mayoría muy precaria quedará acorralado entre la derecha —con terminales activas en el aparato de Estado, en el mundo económico y en los medios de comunicación— y el independentismo que, parapetado en su programa de máximos como modo de supervivencia, pretenderá exigencias imposibles que harán descarrilar cualquier intento de retorno real del conflicto a la política.

Hay razones que avalan este análisis: no hay en la derecha, por lo visto, nadie capaz de liderarla desde posiciones liberales conservadoras, de modo que cada vez es más difícil distinguir entre Vox, PP y Ciudadanos, instalados en la política de choque permanente. Mientras una parte del soberanismo catalán, encallado en sus fabulaciones, ha encontrado en la confrontación su modo de supervivencia. Ante este escenario, la carta del gobierno es confiar sin miedo en que la mayoría de los ciudadanos quieren una resolución negociada de los conflictos en curso. Y si es así, tiene espacio suficiente para consolidarse, por lo menos mientras sus iluminados adversarios sigan en sus trece. Ha sido tanto el ruido y la furia que les cuesta a unos y otros entender que este camino no tiene salida. Todo se andará.

Desde esta perspectiva, la posibilidad del éxito del nuevo gobierno dependerá en buena medida de lo que podríamos llamar el factor psicológico. Tanto Sánchez como Iglesias han subido muy rápido. 2014 es el año que marca simbólicamente el final del régimen del 78, con la muerte de Suárez, la abdicación de Juan Carlos y la salida de Rubalcaba de la política, el 9-N catalán y la irrupción de Podemos en las elecciones europeas. Hasta aquel momento ni Sánchez ni Iglesias existían políticamente. En cinco años, un recorrido lleno de altibajos les ha llevado al poder. Y si no llegaron antes, y quizás en mejores condiciones, fue porque se bloquearon entre ellos. A Sánchez le cuesta quitarse de encima la cultura del corporativismo bipartidista e Iglesias ha asumido lentamente —y con retrocesos significativos— la distancia que hay entre las calles y plazas y las instituciones.

Dos trayectorias cortas, sinuosas y con desencuentros considerables, sobre un escenario muy complicado. Se pondrá a prueba el grado de madurez alcanzado por los dos personajes, que es expresión de la autoestima (el principal recurso contra la vanidad) y de la autoridad que serán imprescindibles en el tiempo que viene. ¿Para qué? Para no dejarse inmovilizar por los miedos del que se siente inseguro; para evitar la tendencia letal de la izquierda a la psicopatología de las pequeñas diferencias; para resistir las presiones internas de cada una de las familias (con algunas baronías del PSOE enredando para evitar que Sánchez se aleje del viejo orden y con los sectores más radicales de Podemos denunciando traidores); para emprender sin miedo cambios significativos en las políticas y en los modos de llevarlas a puerto; para iniciar una negociación con el soberanismo catalán que abra realmente un nuevo marco de relación, sin que la frustren las amenazas de la derecha ni la intransigencia de cierto independentismo; para afrontar la lucha ideológica contra el neoautoritarismo; para hacer real un cambio de prioridades en la agenda política, con la lucha contra las desigualdades en el centro; y para que la ciudadanía que quiere soluciones razonables se sienta interpelada e implicada. Dicho de otro modo, no basta que hayan llegado al poder, ahora tienen que demostrar que el cambio es real y emprender reformas de calado. Es decir, ofrecer expectativas de futuro que es lo que ahora mismo no se vislumbra. Y para ello se necesita decisión, temple y aguante.

Con ello, conseguirían ganar tiempo para demostrar que la radicalización derechista no lleva a ninguna parte y para dar razones al independentismo para que contribuya a la creación de un nuevo escenario. Y así abrir espacios para que pueda irse incorporando la gran mayoría, sin la cual la necesaria refundación de un régimen agotado será una pura utopía. Ya llegará el momento de ser exigentes con quienes sigan instalados en el bloqueo. Ahora mismo, la primera responsabilidad recae sobre Sánchez e Iglesias: ellos deben hacer creíble que la voluntad de cambio no es sólo un eslogan para la investidura. Y no dejar que el factor humano estropee el experimento.

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