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Seis horas de batalla en Girona

Tras prender la primera barricada, el independentismo no es necesariamente la causa que mueve a los radicales

María Martín
Manifestantes durante los altercados que se han producido este viernes en Girona.
Manifestantes durante los altercados que se han producido este viernes en Girona.David Borrat (EFE)
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Son las ocho en el centro de Girona y los agentes de la Policía Nacional toman posiciones tras la sede de la Subdelegación del Gobierno. Algunos ya caminan arrastrando las botas. Son los mismos que la noche anterior cargaron hasta las dos de la madrugada contra los que aún prendían barricadas; los mismos que apenas cinco horas después, todavía de noche, dispersaban una concentración frente a la Delegación de Hacienda. “Está noche va a ser larga. Aún más que ayer”, preveía uno de esos agentes. “Estamos a base de Red Bull y café”.

La jornada de huelga general convocada contra la sentencia del procés, un día de manifestaciones masivas y pacíficas, terminó también en Girona en una batalla campal descontrolada durante seis horas. La mecha se prendió alrededor de las 9.00 y no se apagó hasta las tres de la madrugada. Hubo 12 detenidos, el mayor número tras Barcelona y Lleida, y fue necesario llamar a los antidisturbios de la Guardia Civil que, pertrechados con máscaras, dejaron el centro de la ciudad envuelto en una nube de gas que ardía en los ojos. “Esto es muy fuerte, nunca hemos visto nada igual”, se repetían los mossos apartando piedras, palos y trozos de pared. “Yo un país así no lo quiero”, se quejaba uno.

La situación estaba desbocada al otro lado. Al menos 200 jóvenes con el rostro cubierto tomaban una rotonda, bloqueaban los accesos y arrancaban de cuajo señales de tráfico. Agazapados entre coches y árboles atacaban a los antidisturbios con pedruscos, granadas de humo, petardos, palos... “Veniu, som gent de pau”, cantaban con ironía algunos de ellos. Los agentes, venidos de todas partes de España y sin conocer el terreno, fueron. Varias veces. Se hincharon a lanzar pelotas de goma. También gas lacrimógeno. Pero acababan retrocediendo. Hubo un momento en el que los manifestantes consiguieron avanzar hasta la sede de los juzgados, donde se coordinaba el dispositivo policial, y forzaron a agentes y periodistas a correr. Reventaron con un mazo una parte de la pared, apedrearon dos coches de la policía autonómica y lanzaron al aire palos de un puño de grosor y más de un metro de longitud.

Ahí ya no había esteladas al cuello. Ni solo se hablaba en catalán. Eran estudiantes rebotados, desempleados; antisistema; jóvenes inmigrantes; niños; un chico con un porrón de vidrio en la mano al que la movida le pilló en plena borrachera... Algunos iban protegidos, otros estaban en chanclas. En ese estado de caos y adrenalina, el independentismo ya no era la causa que movía a la masa. “Aquí se han juntado muchas cosas”, lamentaba un agente de la policía catalana. Tras la barricadas, hay una realidad social compleja y silenciosa hasta ahora.

Los Mossos han asumido un papel difícil en esta crisis. Al actuar en coordinación con la Policía Nacional, las pintadas contra ellos se han multiplicado por las paredes de Girona. “Los Mossos también son fuerzas de ocupación”, se lee en uno de los puentes del río Onyar. Los agentes reconocen el desgaste. “Ya sabíamos que nos quedaríamos en una posición incómoda entre unos y otros. Nuestro papel es muy desagradecido, pero no podemos dejar de actuar”, mantiene uno de los mandos. Privados además de material antidisturbios como gas y pelotas de goma, los Mossos ven cómo sus proyectiles de foam sirven de poco en estos escenarios. “Disparo, el tío me mira y se encoge de hombros. Con que ponga un trozo de cartón delante ya lo para”, contaba ayer uno de los agentes. Esas balas de gomaespuma, no obstante, produjeron ayer una herida abierta a un fotógrafo al que tuvieron que dar tres puntos de sutura.

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Los tres cuerpos de seguridad comenzaron a retirarse poco antes de las tres de la mañana. Infiltrados, un grupo de mossos consiguió detener en un par de horas a ocho personas, incluido el del mazo, y la revuelta perdió fuelle. Por fin Joan Sebastià y su hijo universitario pudieron salir de la marquesina de autobús que los protegió durante horas. Volvieron a casa agotados y frustrados tras su jornada de huelga. “Las cosas podrían solucionarse hablando”, reflexiona el padre. “Desandar este camino va a ser ahora muy difícil”.

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.

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