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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Conversaciones políticas con mi tostadora

Si las lenguas sirven para entenderse haríamos un pésimo servicio a la nuestra si la utilizáramos para no entendernos y separarnos en dos comunidades lingüísticas

Lluís Bassets
Rosalía, en el vídeo de su canción en catalán.
Rosalía, en el vídeo de su canción en catalán.

Yo también quiero hablar en catalán con mi tostadora, qué quieren que les diga. Pero lo último que se me ocurriría es convertirme en seguidor de Puigdemont por el mero hecho de querer hacer con mi tostadora lo que a buen seguro harán en el futuro los hablantes de muchas lenguas que ya cuentan con el software necesario para que sus electrodomésticos les entiendan.

Si yo quiero hablar en catalán con mi tostadora es porque las lenguas sirven para comunicarse, de forma que se hace bien difícil a quien toda la vida se ha comunicado en la misma lengua con los suyos, desde los abuelos hasta los nietos, tenga ahora que limitarse a hablar en inglés o en castellano con la tostadora. Yo me conformaría con que yo pudiera hablarle en catalán, aunque ella hiciera como algunos de mis parientes y amigos castellanohablantes también de toda la vida, que es hablarme en castellano como respuesta ¿O no van a hablar también los electrodomésticos? Incluso se podría dar el caso por mi parte, me ha sucedido multitud de veces, de que voy cambiando de lengua en una misma conversación con una o varias personas y desconozco los motivos por los que no debiera poder hacerlo con mi tostadora.

No es fácil establecer las causas por las que mi tostadora no podrá ni siquiera entender el catalán. Hay quien piensa que la culpa entera es de la lengua castellana y de sus hablantes en Cataluña. Algunos las achacan precisamente al bilingüismo, aunque precisamente yo pienso exactamente lo contrario: si mi tostadora fuera bilingüe no habría problema. Y hay quien va todavía más lejos y considera que en la causa que se le supone del deficiente estado de la lengua se halla su arreglo: sin un Estado propio independiente, separado de España y enérgico en su acción de gobierno, dispuesto a imponer sin contemplaciones sus políticas lingüísticas, a las personas y a las tostadoras, no habrá normalidad para la lengua catalana.

Ya sé que la búsqueda de argumentos en favor de la independencia es parte de la teología laica de la Cataluña contemporánea, y si hace falta se echa mano de los trastos domésticos, como se ha hecho con tantas y tantas cosas, a veces más allá de los límites de la imaginación, la razón, la verdad e incluso los derechos de los ciudadanos. Pero en este punto quiero interrumpir mis conversaciones políticas con mi tostadora para decirle a ella, a todos los electrodomésticos y a todos los que me lean que la defensa de la lengua que uno aprendió en casa y considera como propia también tiene sus límites.

Rosalía hace con su rumba más por el catalán que los millares de independentistas monolingüistas

Los buenos fines no debieran justificar cualquier medio, como poner en peligro algo tan primordial como la convivencia, es decir, el respeto, la educación y la consideración con las personas, no con las tostadoras. Si las lenguas sirven para entenderse haríamos un pésimo servicio a la nuestra si la utilizáramos para no entendernos, es decir, para pelearnos, enfrentarnos y separarnos en dos comunidades lingüísticas, cada una con su tostadora, que no se hablan entre ellas en la misma ciudad y en el mismo país, o territorio como ahora se le denomina. Peor sería si utilizáramos la lengua, su promoción y su defensa como instrumento para un proyecto político como es la secesión de Cataluña. Aunque algunos crean que el futuro de la lengua está en peligro precisamente porque Cataluña no es independiente, también hay razones para creer lo contrario, que la politización de la lengua y la hostilidad que levanta este proyecto político unilateral es uno de los mayores peligros que se cierne sobre ella. Nadie tiene derecho a apropiarse de la lengua y de la cultura catalana, ni siquiera los que se consideran los catalanes más puros, perfectos y sacrificados.

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El declinismo lingüístico al que son tan aficionados muchos de estos dogmáticos es una ideología defensiva y autojustificatoria, que pretende endosar la responsabilidad de los propios males y de las propias impotencias a un enemigo, sea un estado o sea incluso el mercado, descalificado como artefacto del liberalismo, ese demonio que Vladimir Putin da por obsoleto. La lengua catalana, como todas las lenguas, vive en la medida en que la hacen vivir quienes la utilizan, y especialmente quienes fabrican con ella artefactos lingüísticos de calidad que la dignifican y la difunden. Ha hecho más por la lengua catalana Rosalía con su rumba que los millares de indignados independentistas monolingüistas con sus lamentos.

La politización de la lengua y la hostilidad del proyecto político unilateral es un gran peligro para el catalán

Para que la tostadora me hable catalán hace falta mucho trabajo. Hay que crear el software, hay que convencer a las empresas, hay que levantar las trabas administrativas y legales que puedan aparecer, y esto no puede hacerse con la estrategia del enfado, las malas caras y la culpabilización de los castellanohablantes. Menos todavía endosando la solución del problema a poner patas arriba un Estado constitucional y democrático, rompiendo con la legalidad, impugnando las instituciones europeas y pretendiendo que la independencia, la república, los sueños de los malos seductores del proceso unilateral, serán los que convencerán a mi tostadora para que hable catalán.

Además de quejarse y de dolerse, por el tamaño escaso de la comunidad hablante, por la potencia global del español o castellano, por la obligación democrática de defender los derechos civiles de todos por igual, la pregunta que debieran hacerse los agraviados es muy sencilla: ¿Y tú qué haces por la lengua catalana?

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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