“Ir a Madrid Central en coche me da menos pereza”
La moratoria de multas sobre Madrid Central provocó que muchos ciudadanos volvieran a utilizar el coche en el centro de la ciudad
Los meses de restricciones de acceso a la zona de Madrid Central con sanciones no bastaron para desterrar la movilidad tradicional en cuanto se levantaron las multas. Priman la comodidad, la economía o el argumento más fanfarrón: “Porque ahora puedo”. Eso, esta semana, porque este viernes un juez ha ordenado que se reactiven las sanciones para evitar que la contaminación suba "sin control alguno". [Lea íntegro el auto que paraliza la moratoria de multas de Madrid Central (PDF) / Así funciona Madrid Central]
En el filo de la ventanilla de un coche, dos dedos con un pitillo incrustado asomaban al bochorno del atardecer de este jueves. Pertenecen a Elena Guzmán, una comercial de 35 años que ha vuelto a las andadas, transitando con su utilitario de batalla por la zona de Santo Domingo. “Ayer y hoy lo he dejado en un aparcamiento todo el día. Prefiero que vuelva lo de antes, que pillaba moto o cualquier otro transporte”, acertaba a decir en el tiempo que tardaba la ceniza en caer. “Antes venía echando hostias. Dejaba el coche en un sitio permitido y hacía el recado pitando. Ahora hay más lío”, contaba al trote Sergio Gómez, antenista al borde de los 40.
“Estábamos empezando a aprender, pero la gente es muy cómoda”, lamentaba Marcos Martín, corredor de seguros de 56 años. “Yo porque vengo de Alcobendas y tengo garaje en la calle Santa Isabel; si no, vendría en transporte público”. “Nosotros hemos adaptado toda la flota”, esgrimía Rolando Rodas, un electricista de 33 años. “Hemos sacado todos los sellos y esta semana esto ha vuelto a estar fatal”, mascullaba desde una furgoneta impoluta que reposaba en un hueco cercano a Embajadores.
Tirando hacia el paseo del Prado la temperatura aumentaba. En los termómetros y en la sangre de los madrileños. Durante la mañana esta arteria principal amanecía con piropos en redes sociales: “Una hora y cuarto para cruzar de Cibeles a la plaza de España. Gracias, Almeida”, comentaba un ciudadano cabreado. “45 minutos parado entre Neptuno y Sevilla. Graba vídeos ahora, señor alcalde”, espetaba otro usuario en referencia a la campaña que hizo el regidor para las elecciones. A mediodía, ese parón era algo más liviano. Se percibía algo más de movimiento, ayudado por el inicio de las vacaciones. En el lateral del Palacio de la Bolsa, Rodrigo del Toro, de 20 años, y María de la Cruz, de 54, echaban pestes de su improvisada decisión. “Siempre vengo en transporte público. No vuelvo a coger el coche jamás”, exclamaba él, al volante. “Está colapsado, es un horror”, maldecía su madre. Viven en Rivas-Vaciamadrid y suelen usar el metro.
“No me gusta nada. Desde el lunes he vuelto a meterme por el centro cuando antes lo dejaba en el parking. Todavía no sé por qué lo he hecho: está hasta arriba”, se preguntaba Ignacio Gómez, mensajero de 54 años. “Vengo poco y con otro coche, pero esto es una locura, ¡Mira tol fregao que hay!”, exclamaba Raúl Florido ajustando el aire acondicionado y mirando goloso la fuente del Prado. “Vivo en Vicálvaro y pienso que no me queda más remedio. Además, suelo venir con otro coche, pero este hoy valía y no lo he pensado”, añadía este responsable de una empresa de artes gráficas de 49 años, señalando su Opel Astra del año 2000.
No todo son críticas a medidas que limiten el alcance de Madrid Central. Paula Martín Pérez, entrenadora personal de 29 años, se mudó a Fuenlabrada hace un mes y apenas pisa la capital desde entonces. “Antes vivía en Canillejas y lo tenía más fácil. Ahora, con lo de Madrid Central era un lío”. Su ocio se concentró en la periferia. El fin de semana tuvo que ir a un concierto al Wizink Center y calcula que se gastó mucho más que en coche. “Entre el tren y el taxi de vuelta, imagina”, chasquea tras dejar su Hyundai I20 en un aparcamiento pegado al Congreso. “Me sale más barato y no me da tanta pereza”, continúa, “de hecho, he tenido muchos clientes que han dejado de venir al gimnasio donde curro. Si pusieran más transporte público sería distinto. No me gusta nada coger el coche, pero no hay más remedio”.
“El motivo principal es que tengo dos niños pequeños y uno va en carrito. La estación de cercanías que tengo cerca no es accesible y no tengo un bus para ir al centro”, indicaba Patricia García, ingeniera de 36 años. “Además, he echado cuentas y bajar en coche a comprar me sale más caro que pedirlo, entre la zona azul y el combustible. Dejo el comercio local porque ya pido a otros sitios. Lo que es bueno para la ecología es malo para otras cosas”, argumentaba.
Juan Ricardo Llavero no tiene el mismo inconveniente, pero también se ha aprovechado de la moratoria. Trabaja en el Café Central y siempre ha ido en moto. El lunes, no obstante, pudo cumplir un sueño y estrenar la Suzuki de 1991 que hibernaba en un garaje. “Hasta que no pongan multas, vendré con ella”, comentaba subido a esta “burra” que contamina lo mismo o menos que la Vespa que usaba, aseguraba.
Una alegría que no comparte Carmen García. No ha podido ni dejar el coche en un aparcamiento y, aun así, le ha tocado pagar para salir del parking. “No vendré más [en coche]. Hoy me he decidido porque lo habían quitado, pero no vuelvo”, espetaba con mosqueo.
El argumento de la salud
García reside en Patones, al norte, y nunca suele dejarse caer por esta olla de calor y brea. “Si lo hago es en coche, porque el transporte está fatal: me lleva una hora y media. Así tardo 45 minutos, pero es un horror”, mascullaba al lado de Enrique Aycart. “Nos habíamos acostumbrado a venir en moto. La dejábamos en alguna calle de fuera y luego caminábamos. Incluso miramos eso de las bicicletas, pero no ha dado tiempo de saber cómo funciona”, señalaba este arquitecto de 56 años, que hablaba de haber recuperado el Madrid de cuando era pequeño. “Por muy agresiva que hubiera sido la medida, es que no podemos ir en contra del medioambiente. Es una operación cruel y ridícula destrozar lo anterior sin sentido”, sostenía. Y eso que fue “cazado” tres veces por la anterior normativa y pagó sendas multas (90 euros, 45 por pronto pago): “Me dio por culo, claro, pero lo entendí”.
Víctor Fenoy, de 29 años, es el ejemplo paradigmático de ese retorno al coche. Sus labores de visual merchandising suponen un trajín diario. En el periodo con sanciones alternó autos de alquiler, taxis y hasta patinetes eléctricos. Le salía más caro, cavila, pero lo prefería “y tenía la suerte de podérmelo permitir”. Esta semana ha desempolvado su Peugeot 206 (diésel de hace 17 años: “no cumple nada, es lo más contaminante”, reconoce), y ha tirado desde su domicilio en Puerta del Ángel al cogollo de la ciudad. “Entiendo que mucha gente que vive fuera lo haga, pero yo estoy muy a favor de Madrid Central, aunque me afecte muchísimo. Es un tema de salud, no de movilidad”, resumía. Le ayuda a entender esta decisión, reflexiona, haber pasado por Londres o Múnich. “Es lo que hay que hacer”, zanjaba.
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