El Botero pintor ‘torea’ en Barcelona
El artista colombiano, con esculturas en la ciudad, expone en la galería Marlborough
El pintor colombiano Fernando Botero (Medellín, 1932) se baja de un coche acompañado de su mujer y se dirige con pasos cortos, pero decididos, a la galería Marlborough de Barcelona donde expone (hasta el 18 de mayo) por primera vez en esta ciudad. Una ocasión única para ver las ocho pinturas que ha traído realizadas entre 2017 y 2018. “Es la primera vez que toreo en esta plaza”, responde cuando se le pregunta por el hecho de que se le haya resistido tanto esta ciudad tras ver su enorme currículo que le ha llevado por todo el mundo mostrando sus reconocidas pinturas.
Se estrena en la pintura, pero no en la escultura, ya que Botero cuenta con dos orondas figuras en Barcelona desde hace años: El caballo convertido en un punto de encuentro en la terminal B del aeropuerto El Prat-Josep Tarradellas desde que se instaló en 1992 y Gato, un felino que después de ser adquirido por el Ayuntamiento en 1987 ha recorrido varios puntos de la ciudad: el parque de la Ciutadella, frente al zoo; junto al estadio olímpico Lluís Companys; en la plaza Blanquerna, casi escondido junto a las Drassanes; y, desde hace 17 años, en la Rambla del Raval, convertido en una de las esculturas más fotografiadas por todos los que la ven, donde seguirá pero reubicado.
“No he expuesto antes porque no han invitado a mis cuadros”, explica Botero, que se autodefine como “el pintor más expuesto del mundo” en el otro extremo de la galería. Ha llegado allí después de haber hecho un paseillo salvando como podía al gran número de seguidores que abarrotan la galería y le llaman maestro cuando lo saludan y, cómo no, le piden una foto junto a él o junto a uno de sus reconocibles cuadros. Durante el trayecto de apenas 20 metros —aunque parece interminable— se le ve cansado pero no deja de saludar y recibir con una sonrisa a todo el que se le acerca.
Dos de los miuras con los que Botero se ha encerrado en esta plaza tienen mucho que ver con los toros. Son Matador (2017) y Picador (2018), dos boteros auténticos, un estilo que le ha dado fama mundial en el que destacan sus reconocibles figuras llenas de colores planos y vivos que lucen su sobrepeso con descaro y mucha dignidad.
Siempre en actitudes festivas: corridas de toros, paseos, fiestas populares, momentos íntimos de baño o descanso. Aunque, a pesar de eso, ninguna de ellas sonríe. La rotundidad y el tamaño de sus figuras hacen que parezcan que no caben en las telas, pese a que en este caso tienen más de metro y medio de alto por uno de ancho. El resto de pinturas comparten las conocidas características de las obras de Botero, identificadas a primer golpe de vista. Es el caso de The street, (2017), la obra más grande de las ocho, de 168 por 108 centímetros. También la más cara: 1.300.000 euros. En ella cuatro enormes figuras pasean por una estrecha calle de lo que parece un pueblo.
Es algo más cara que Matador y Picador y dos de las majas desnudas que tanto le gustan al autor y a su público: Eva y The bedroom, las dos de 2017 y de alrededor de 1,1 millones de euros. La más barata (y la más pequeña), A lawyer (2017), ronda el medio millón y no llega al medio metro de alto y representa a un sesudo abogado con bigotillo. La única pieza sin personajes es Still life with bananas, de 2018, en la que aparecen media docena de estas enormes frutas.
Botero, como otros grandes artistas, es un gran apasionado de la fiesta taurina. Será por eso que prefiere no pronunciarse sobre el hecho de que Barcelona sea contraria a celebrar corridas en la ciudad. “Ya lo sé, ya lo sé”, asegura asintiendo con la cabeza y con una amplia sonrisa que no deja de lucir durante el encuentro. El pintor también conoce los avatares de su famoso y rechoncho gato. Cuando se le dice que, de nuevo, lo van a cambiar de sitio, suelta: “Seguro que lo pondrán en un lugar peor”. Pero se alegra enormemente al saber que el felino va a ganar centralidad y visibilidad dentro de la rambla.
Después de atender a todos, Botero, que cumplió 87 años el pasado viernes, se levanta y vuelve a cruzar la galería de punta a punta. Como había prometido durante la conversación, se para delante de una de sus obras, la de la mujer en el baño, para que se le pueda fotografiar sin que nadie estorbe. En ese momento, sus seguidores aprovechan para inmortalizar al maestro con sus móviles. La corrida ha terminado. El diestro abandona el coso por la puerta grande.
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