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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Votar o retuitear

Se propaga que, al final, habrá un apaño —llamémosle un pacto— y que los actuales acusados regresarán a sus hogares previo indulto germinado por el recuento de un domingo de abril

Propaganda electoral en una calle de Barcelona
Propaganda electoral en una calle de BarcelonaMassimiliano Minocri

La cartelería electoral es un gasto inútil porque estamos ahí, con nuestro teléfono móvil, retuiteando ocurrencias más o menos graciosas sin ver mucha televisión y leyendo poca prensa. Esperamos los debates como la palabra redentora pero luego nos parecerán aburridos. La desgana democrática cunde mucho. Hay como para preguntarse qué está pasando con los novecientos millones de posibles electores que, en votación escalonada, harán sus votaciones en una India que ha dado el gran salto tecnológico. En la Cataluña del derecho a decidir la división del voto independentista obliga a atender a cuestiones —unilateralidad, bilateralidad, indultismo, la verdad infusa de TV3— que son más propias de un concilio de carácter bizantino. Esa no es una división táctica, sino el umbral de una alteración general cuyos plazos corresponden más a la evolución de estados de opinión pública que al calendario electoral. Frente al dogma de la infalibilidad de Carles Puigdemont, ERC pretende orquestar otra tonalidad pero su problema es una trayectoria sin garantía de credibilidad, sobre todo en aquellos casos en lo que están en juego las instituciones por encima de los partidos. De modo aparatoso, uno de los rasgos más significativos del panorama electoral en Cataluña es la hipertrofia divisoria del secesionismo.

Cientos de miles de ciudadanos de Cataluña quieren votar pero todavía no saben a quién. La confusión lleva al hartazgo y a la desgana. Habrá quien vote espejismos, otros votarán reacciones. Lo más probable es que, al votar más en contra que a favor, olvidemos que lo que está en juego son los escaños que van a ocupar diputados elegidos por la ciudadanía de Cataluña para ser parte indivisa de la soberanía popular. Mientras tanto, empresarios que ya han deslocalizado sus empresas contribuyen económicamente a la estancia de Puigdemont en Waterloo, en pleno derrumbe de Junts per Catalunya. De modo realmente paradójico, ERC va ocupando el espacio más amplio. Es una reedición republicana de aquel invento pujolista y que el neopujolismo quisiera recuperar: el pal de paller. Es decir, aquella Convergència como que eje vertebrador de Cataluña, como columnata fundamental. En aquellos tiempos no parecía importar que, desde todos los puntos de vista, el pal de paller fuese una mutilación de la propia idea del pluralismo. Lo decisivo era que, después de Josep Tarradellas, alguien fuese el hombre fuerte, el propietario de una Cataluña a la que, según se vio luego, su dinastía expoliaba en lugar de ser la forma ejemplar de un sacrificio por la nación herderiana. Lo que parecía tener un lógica interna, acabó significando polarización, fractura, deslealtad, asalto a la razón y colisión deliberada con el orden constitucional.

Pero estamos retuiteando otras cosas. Vamos a votar sin memoria, salvo si nos dejamos llevar por las identidades inventadas. Para quienes creemos que las identidades son compatibles con el pluralismo crítico, la toxicidad de las políticas identitarias puede ser aún más hostil que para quienes han querido heredar un futuro desconectando con el pasado. Tuiteamos y retuiteamos. Si incluso Donald Trump les dice a los franceses como apagar el incendio de Notre-Dame, ¿cómo no asirse del medio minuto de un tuit del ciudadano Rufián?

Por contraste con el presentismo, los partidarios de la secesión alimentan el mito de una Cataluña cuya razón histórica es finalista. Es una derivada del pal de paller: los pueblos sojuzgados avanzan indefectiblemente hacia su liberación y el desenlace no puede ser otro —como ocurría con la dictadura del proletariado— porque en alguna parte está escrito que debe ser así. Los jóvenes convergentes llevaban años diciendo que algún día iba a tocar las estrellas. Era su forma precoz de retuitear. Algo similar ocurre con el juicio que está teniendo lugar en el Tribunal Supremo. Da lo mismo. Se propaga que, al final, habrá un apaño —llamémosle un pacto— y que los actuales acusados regresarán a sus hogares previo indulto germinado por el recuento de un domingo de abril. Algunos protagonistas del 1-O han dicho que se trató de un gesto simbólico pero ¿es un amago de autocrítica o uno modo de lenificar la grave transgresión cometida? Eso nos lleva a tuitear cualquier cosa y retuitear otra en sentido contrario. Era de esperar porque desde los inicios del procés el deterioro del lenguaje —en paralelo con el deterioro institucional— ha sido como la carga de la caballería ligera. Cosacos, ulanos y húsares galopan a ritmo de tuiter.

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