Rebelión contra el acosador
Tres asociaciones feministas se organizan en Usera, Fuenlabrada y Lavapiés contra el acoso verbal y sexual que sufren a diario en sus barrios
Dos mujeres pasean por un parque en el sur de Madrid cuando, de repente, un hombre mayor, que podría ser el padre de cualquiera de ellas, se empieza a masturbar. Les mira a los ojos. El miedo invade a las jóvenes a medida que el acosador se acerca más y más sin importar que una de ellas grite que las deje en paz. La imagen se ha quedado grabada a fuego en la memoria de Miriam Jiménez, una estudiante de Ciencias Políticas de 21 años. En ese momento no reacciona, no puede hacer nada. Siente impotencia.
Ahora quiere quitarse esa espina. La futura politóloga, junto con otras 25 mujeres de entre 16 y 28 años, se ha unido para crear Rebeldía Usera, una asociación feminista exclusiva para mujeres que persigue el acoso callejero en el distrito en el que viven. Organizadas, han identificado en el barrio los lugares más frecuentes de acoso y han inundado las farolas con carteles con los piropos que consideran acoso verbal. “Me niego a tener miedo de salir a la calle”, denuncia Jiménez.
Su iniciativa se suma a las articuladas ya por mujeres de diferentes puntos de la Comunidad de Madrid que han decidido enfrentarse al acoso sexual callejero. Asociaciones como Rebeldía Usera, Manada Fuenlabrada y la Asociación de vecinos de La Corrala de Lavapiés han empezado distintas campañas en estos últimos meses en contra del acoso callejero que sufren las vecinas de los barrios.
El colectivo de mujeres Manada Fuenlabrada puso datos a lo que sentían a diario. En enero de este año hicieron 169 encuestas a las mujeres del municipio en donde les preguntaban “¿tienes miedo de salir por la noche?” o “alguna vez te han seguido”. Los resultados revelaron que el 75% de las mujeres tenían miedo de una agresión sexual, mientras que el 60% tenían miedo a salir por la calle solas. “ Manada es un alivio para todas”, dice Cristina Esteso, de 26 años, una de las integrantes de esta asociación.
Esta estudiante de Arquitectura lleva tres años dentro del grupo y explica que el colectivo surgió como una necesidad de una organización feminista en el extrarradio de Madrid. Cada 25 de noviembre Manada toma las calles en una marcha nocturna en la que se manifiestan contra el acoso sexual callejero.
Estos episodios se han vuelto cada vez más frecuentes. Tener que cambiarse de acera cuando hay un grupo de chicos, avisar siempre de que se llega bien a casa o regresar al domicilio vigilando la espalda por si aparece algún hombre forma parte de la realidad cotidiana de las mujeres. Todas coinciden en señalar hacia el origen estructural del problema: esos hombres las ven como una “cosa” más del espacio público que pueden usar a su antojo.
En el mismo barrio, Ana Helena, de 21 años, suma otra historia desconcertante: “Hace una semana unos tíos desde un coche me empezaron a gritar guarradas. Cuando les respondí que me daba asco lo que me decían, el coche paró y dio marcha atrás. El conductor se bajó y me escupió”. Ella se fue corriendo a casa.
El domingo pasado, la Asociación de la Corrala de Lavapiés, junto con el departamento de Servicios Sociales de la Junta Municipal, convocó a las vecinas a tomar las calles de Lavapiés. La invitación era clara: denunciar el acoso que sufren. “No es piropo, es acoso, y el acoso es violencia”, gritaban.
En la actividad participaron 70 personas del barrio entre hombres y mujeres. “El objetivo era denunciar el acoso y visibilizar la presencia de las mujeres en el espacio público”, dice la jefa de Servicios Sociales del Distrito Centro, Carmen Cepeda.
Los alrededores de las bocas de metro son un espacio recurrente en las historias de las mujeres acosadas. “Un hombre en un banco sentado empezó a silbarme y a decir burradas, y no contento con eso me siguió hasta que pude entrar corriendo al metro con un ataque de ansiedad”, dice Elena Díez, de 21 años, sobre lo que le ocurrió de camino al metro de Usera.
El acoso callejero estaba socialmente aceptado hasta hace unos años. Las mujeres compartían sus experiencias al pasar delante de una obra, por ejemplo, pero poca gente pensaba que eso pudiera ser algo más que una anécdota. En fiestas multitudinarias, como los Sanfermines o la feria de Sevilla, ocurría en ocasiones que grupos de hombres, amparados en el anonimato de la masa, tocaran a mujeres. Esa permisividad ha ido en retroceso. Una de cada tres mujeres españolas de más de 15 años ha sufrido una experiencia de acoso sexual, según datos de la Unión Europea. Y algunas, como estas jóvenes, han dicho basta. No más.
La tecnología puede ayudar. En el último año han aparecido aplicaciones como Hollaback!, que permite mapear los lugares donde ocurren las agresiones, o Viomapp, que avisa de si la ruta es segura. Las usuarias quedan protegidas por el anonimato. Es una forma sencilla y gratuita de localizar las zonas con más incidencias. Estas mujeres esperan poder evitar lo que nadie evitó cuando ellas crecían.
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