Machismo a la vuelta de cada esquina
Las mujeres sufren acoso callejero y se mueven con miedo entre piropos, miradas, persecuciones y agresiones
Bajarse la falda para enseñar menos las piernas, ir en grupo o tener marcado un número de teléfono en el móvil por si hay un extraño en el portal son prácticas habituales para muchas mujeres. Temen el acoso callejero, una práctica que incluye episodios de microviolencia como miradas intimidatorias o piropos, y puede desembocar en fotografías no consentidas, persecuciones o agresiones sexuales.
Elena G., publicista de 26 años, lo sufrió hace un año y lo revive a menudo. “Estaba esperando en el andén y vi que un hombre, de unos 40 años, me miraba fijamente. Cuando llegó el tren, se sentó muy cerca de mí. Me bajé para hacer transbordo y salió detrás de mí. Yo iba mirando para atrás, aligeré el paso, pero entró en el mismo tren que yo. Llegamos a mi parada, y bajé corriendo. Dos segundos después, salió detrás de mí de nuevo. No dudé, sabía que si me alcanzaba pasaría algo malo. De las cuatro salidas que hay, eligió justo la mía. Me asusté mucho. No había gente, iba con la maleta, sudando e intentando correr. Menos mal que mi portal estaba al lado de la boca del metro. Llevaba las llaves preparadas, abrí rápido y, ya con la puerta cerrada, me giré para comprobar que seguía mirándome. Me entró un miedo horrible. Cuando este hombre vio que no le daba tiempo a hacerme nada, bajó al metro de nuevo. Tuve claro que yo no era una loca y que este hombre quería hacerme algo”, recuerda. No se lo dijo a sus padres para no preocuparles, pero sí a sus amigos. Ni Pablo ni Guillermo ni Manu ni Antonio ni Mikel han pasado por algo parecido.
Sí lo han compartido Luz Bianco (23), quien se tapa “al máximo” cuando lleva un vestido para que los hombres no le griten; Rosa López (23), que lleva marcado el número de su novio cuando vuelve sola a casa; Mireia Bonilla (27), convencida de que hay hombres con “comportamientos repugnantes”, y Elena Pérez (26), quien recientemente tuvo miedo al ver a un extraño en su portal y pidió a un amigo que entrara con ella.
Hay asociaciones, como Levanta la Voz Madrid, que tratan de combatir este miedo. Blanca Fernández, una azafata de 22 años, se unió a ella tras más de 10 años sufriendo acoso callejero. “Muchas mujeres intentamos ir de incógnito por la calle. Nos tapamos, nos hacen estar en una burbuja”, denuncia. Lo grave es que ese acoso “es tan frecuente que llega a normalizarse” y se asume que ser mujer implica convivir con ello. El problema comienza en la adolescencia. “El 71% de las mujeres empieza a sufrir acoso callejero entre los 11 y los 17 años, es decir, siendo menores de edad”, explica Fernández.
La directora general de Prevención y Atención a la Violencia de Género del Ayuntamiento de Madrid, María Naredo, detalla que “lo que pretenden todas estas violencias y microviolencias es poner a las mujeres en un lugar de menor libertad”. Por eso, las instituciones públicas deben intervenir. El Pacto de Estado contra la Violencia de Género establece que la macroencuesta que debe realizarse sobre el tema incluirá, por primera vez, la percepción de las mujeres sobre el acoso callejero, y llama a difundir información para que “la sociedad reaccione y abandone el silencio cómplice”.
Además de aplicar un enfoque de género en todas las áreas —Madrid se ha adherido al programa Ciudades Seguras de ONU Mujeres—, Naredo afirma que “a los chicos hay que educarles a relacionarse con sus iguales, que son las chicas, y a las chicas hay que enseñarles que no se trata de buscar protectores, sino relaciones de igual a igual”.
Habrá actuaciones judiciales cuando existan delitos, pero que un hombre persiga a una mujer una ocasión concreta no es un delito, solo lo será si ocurre de forma reiterada, recoge el Código Penal. Tampoco lo es mirar con descaro o comentar su aspecto físico. Por eso, para la jurista, lo importante es crear rechazo social. “Tenemos que entender que estas conductas de microviolencia forman parte de las raíces de la violencia machista”. Esta idea nunca había pasado por la cabeza de Luis José ni de sus compañeros. Este obrero de 43 años, que prefiere ocultar su apellido, reconoce que suele decir piropos a las mujeres mientras trabaja en la calle. “Si veo a una mujer guapa le digo que es guapa, pero para nada soy un hombre violento. No pensaba que fuera molesto. Ahora ya lo sé”.
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