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“Al otro lado del Manzanares también luchamos contra los alquileres abusivos”

La emprendedora Susana Rodas es dueña de La Cassa del Árbol, una tienda-taller ubicada en Puerta del Ángel, donde vende objetos de mercería y enseña a sus vecinos el amor por la confección y el patronaje

Daniel Muela
La emprendedora Susana Rodas posa en el interior de la tienda-taller La Cassa del Árbol.
La emprendedora Susana Rodas posa en el interior de la tienda-taller La Cassa del Árbol.J. VILLANUEVA

Susana Rodas (39 años, Madrid) nació en el madrileño barrio de Puerta del Ángel. Lo siente tan adentro que, pese a separarse de su marido en 2012, decidió empezar de cero y abrir su propia tienda-taller de corte y confección, donde también se dan clases de ganchillo. En su particular La Cassa del Árbol, ideada por ella misma con una estética de cuento —ventanuco y cortina incluidos— es donde se siente libre. "Quería ser dueña de mi vida y poder criar a mis dos hijos pequeños", reconoce. Su puerta siempre está abierta a cualquiera que tenga un problema porque, para ella, la vida en comunidad es primordial. "Arrimar el hombro, preocuparme por los demás. Si yo no te puedo ayudar, seguro que conozco a alguien que sí lo hará. Eso es lo más bonito en el día a día de los barrios".

¿Por qué una tienda-taller?

Es una forma de dar a conocer un trabajo que hacemos y de poder enseñar a la gente. Empecé en plena crisis a raíz de decidir hacer una colección de fieltro, en mi casa, cuando dejé de trabajar en una multinacional para cuidar de mis hijos. Me sentí atraída por este mundo. Estuve un año visitando ferias y me di cuenta de que, aunque mi idea inicial era abrir solo una tienda de confección, no iba a ser viable. Si me fijaba en los números, no iba a comer vendiendo hilos y lanas.

La solución fueron los cursos

Claro. Tardé tres meses en abrir el local, momento en el que me separé. Disponíamos de cinco turnos de clase al día y solo media hora para comer: cursos de porcelana, de manualidades, de ganchillo... Pero me encaminé hacia la confección. A partir de ahí me hice un nombre en el barrio. Tenía muy claro que quería quedarme en Puerta del Ángel, y lo bueno es que todo el mundo ya me conocía. El boca a boca es esencial para el pequeño comercio.

Los inicios tuvieron que ser duros

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"¡Estás loca!", recuerdo que algunos me decían. Comencé con un préstamo personal y dos manos, pero el apoyo de mucha gente del barrio detrás. Mi local se ha convertido en lo que quería: un punto de encuentro donde las personas comparten su tiempo y se generan vínculos muy fuertes.

¿Cuántos talleres se imparten ahora?

Tenemos entre ocho y diez turnos a la semana y los hemos reducido a dos tipos: uno de ganchillo y otro de confección. Además, cualquier persona puede seguir mejorando su técnica tras las clases, en la salita con sofás de la entrada.

¿Qué otras labores hace a diario?

Aparte de atender a los clientes, mantengo acuerdos con diversos talleres de confección, patronistas y cortadores. Me reúno con las diseñadoras y cerramos las colecciones. Todo lo que gano es a base de hablar y negociar. Externalizo la producción porque me niego a cerrar. Aunque el día de mañana sí me mudaré a un local más grande para abrir mi propio taller.

¿También en el barrio?

La idea ya está cerrada y se pondría en marcha el año que viene. El proyecto consistiría en reunir en un solo lugar a todas las mujeres que trabajan en otros talleres. Ir todas a una.

Lo de ampliar el negocio y mudarse a un local más grande, ¿tarea imposible?

En este lado del Manzanares también luchamos contra los alquileres abusivos. Nos están matando y la clase política no aporta soluciones. En el barrio están comprando los locales para convertirlos en viviendas, pero muchos vecinos nos hemos organizado para intentar frenarlo. En diciembre, me subieron 200 euros el alquiler sin avisar. Conozco a personas mayores que se han ido a vivir al pueblo, no tenían otra opción.

La unión hace la fuerza

Eso siempre y, con ello, evitaría la sensación que tengo a veces de no poder ayudar a las personas que vienen a mí cuando lo necesitan. Por eso, si creáramos una escuela taller se generarían más puestos de trabajo, daríamos mejor formación, tendrían la oportunidad de autoemplearse o montarían sus propios negocios.

¿Cómo de importante es trabajar con las manos?

Recuerdo que mi madre me enseñó a aprender ganchillo cuando era pequeña y lo consideraba "una cosa de viejas". Y ahora se lo debo. Me dijo: "Mi obligación es enseñarte y la tuya aprender". Si le das a alguien la capacidad para elaborar objetos con las manos, se come el mundo. Hay que quitar miedos. Aún me llega gente que les encantaría coser pero que no pueden porque "son zurdos". Eso no puede ser. Defiendo que en los colegios se den este tipo de talleres porque nuestros hijos serán más libres en el futuro.

A las puertas del Premio Emprendedoras

Cuando le comentaron a Susana hace meses que el Ayuntamiento convocaba una nueva edición del Premio Emprendedoras, no se lo pensó dos veces. "Me inscribí. Mi proyecto, el de montar un taller propio de confección, tiene muy buenas mimbres". Le tocó defenderlo dos veces ante un público especial: familiares, alumnos y vecinos del barrio. Su proyecto quedó finalista en la categoría empresa, pero no fue el ganador. "Se me olvidó lo que me había preparado minutos antes de salir, pero no me importó. Saqué una foto de todas las mujeres que habían pasado por la tienda y dije: 'por todas ellas necesitamos ese dinero", recuerda ilusionada.

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Sobre la firma

Daniel Muela
Es redactor de Escaparate. Está especializado en temas de tecnología y dispositivos electrónicos y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Antes trabajó en el gabinete de prensa de Ifema y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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