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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El nuevo anticatalanismo

El independentismo, rama estéril del catalanismo, se ha convertido anticatalanista en la medida en que se desinteresa del autogobierno de Cataluña y de la participación en el gobierno de España

Lluís Bassets
Artur Mas y Quim Torra en el Parlament.
Artur Mas y Quim Torra en el Parlament.Albert García

El anticatalanismo de siempre no ha cambiado. Lo conocemos bien. Quizás ha ensanchado su base, como resultado de la excitación provocada por el proceso independentista. Pero en lo sustancial, sigue siendo la versión actualizada del viejo. No le gusta que los catalanes nos autogobernemos, porque está seguro de que solo se trata de un paso hacia la secesión y la independencia. No le gusta que los catalanes hablemos nuestra lengua, porque también lo ve como una forma de consolidar la diferencia hasta convertirla en reivindicación secesionista. Tampoco le gusta que nos impliquemos como catalanes en el gobierno de España, porque no tiene ninguna duda de que lo aprovecharemos para consolidar nuestras posiciones diferenciadas como trampolín para la secesión.

El anticatalanismo tradicional es centralista, uniformador y de voluntad asimilacionista. Aunque conserva la raíz histórica que le hemos conocido, y que se ha manifestado con tanta brutalidad en determinadas épocas de nuestra historia, como la dictadura de Primo de Rivera y el franquismo, el anticatalanismo de siempre, a pesar de la excitación actual, ha llegado al presente en una versión suavizada por la fuerza de la Constitución, del Estado de las autonomías y de la europeización, que aseguran unos mínimos de descentralización, de reconocimiento y de plurilingüismo. Los energúmenos que aún podemos encontrar hoy en las diferentes versiones más o menos extremistas de la derecha hispánica son unos corderitos si los comparamos con los anticatalanistas del pasado, aunque pertenezcan a la misma rama ideológica.

La novedad anticatalanista no viene de fuera sino de dentro. La rama hasta hace pocos años estéril del independentismo es la que ha hecho esta aportación contradictoria con la cultura clásica del catalanismo, de forma que se ha producido una especie de inversión política. Una parte minúscula, al convertirse casi en el todo, se ha declarado enemiga del catalanismo político, como matriz institucional de la Cataluña autogobernada contemporánea. Nadie como Carles Puigdemont y Joaquim Torra, los presidentes del rupturismo secesionista, representan mejor este vuelco de comportamientos, más aún que Artur Mas, su predecesor y promotor, todavía revestido de la ambigüedad y del tacticismo de quien se propone objetivos inalcanzables para obtener resultados tangibles.

Esta corriente ideológica se cree catalanista pero es anticatalanista, sobre todo, en la medida en que se desinteresa del autogobierno de Cataluña y de la participación en el gobierno de España. Los hechos son elocuentes respecto al nulo respeto al Estatuto de Cataluña y a las instituciones de todos los catalanes, manipuladas y ocupadas con afán partidista y meramente instrumental, devaluadas de hecho por quienes consideran que solo la independencia podría darles algún sentido. Tampoco hay que detallar hasta qué punto se desinteresa el nuevo anticatalanismo de la democracia española y de la gobernación del conjunto del país. Más bien lo contrario, trabaja para destruir la democracia y luego poder demostrar que nos encontramos bajo una bota como la turca, y se presenta a las elecciones generales con el objetivo de bloquear cualquier mayoría de gobierno en Madrid. Todo lo contrario del programa catalanista desde Prat y Cambó, pasando por Macià y Companys y terminando por Tarradellas, Pujol, Maragall y Montilla.

Este nuevo anticatalanismo independentista se caracteriza por una novedad contemporánea, como es su nula comprensión del significado del proyecto europeísta, que no sólo trata de unir a los ciudadanos y los pueblos de Europa, a partir de la legalidad de los Estados de derecho realmente existentes, sino que lo hace partiendo del principio de la reconciliación entre los antiguos adversarios y enemigos. La fórmula maragalliana “Barcelona, Cataluña, España, Europa”, inspirada en el principio federativo y en la subsidiariedad, no entra en la cabeza del nacionalismo secesionista, interesado en vivir de las animadversiones en lugar de trabajar para superarlas. Tampoco es europeísta en el método político elegido, el unilateralismo en las decisiones y el bilateralismo en una negociación entendida como de suma cero: yo gano lo que tú pierdes. El método europeísta es la cooperación multilateral, el reformismo gradualista y el incrementalismo, exactamente todo lo contrario del camino escogido por el nacionalismo independentista desde 2012.

Esta no es una cuestión meramente conceptual. Lo peor del nuevo anticatalanismo no es ni que sea nuevo ni que rompa con la fructífera trayectoria del catalanismo posibilista de siempre. Lo peor son sus resultados, que no solo son nulos cuando ocupa las instituciones sin gobernar sino que perjudican a los catalanes concretos, a todos los ciudadanos de Cataluña, incluidos los que les votan, y les dañan en sus intereses e incluso en sus valores catalanistas.

Ahora mismo ya tenemos menos autogobierno, menos peso en el gobierno de España y menos prestigio en Europa y en el mundo, además de haber perjudicado la economía, asustado a los inversores y las empresas y dividido y desmoralizado al conjunto del país. Las instituciones catalanas se encuentran en el momento más bajo de su historia y las competencias de autogobierno más preciadas —escuela, orden público, medios de comunicación— en necesidad urgente de pactos transversales para defenderlas del mal uso que hacen de ellas los gobernantes catalanes y de los afanes de control y de recentralización por parte del anticatalanismo tradicional, constantemente atizado y provocado por este anticatalanismo nuevo que pone en peligro todo lo bueno que ha sido y que representa Cataluña en su historia.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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