El Teatro de Autómatas regresa al público
La barraca de feria itinerante de 1947, con 35 figurinas mecánicas de madera, se exhibirá de nuevo para navidades
En una barraca de feria de los años 40, cuatro músicos y una bailaora con vestido tropical van moviéndose al ritmo de una rumba cubana. Las luces led parpadean e iluminan la pancarta amarilla y roja del Teatro de Autómatas, un pequeño camión que durante la segunda mitad del siglo pasado recorrió las carreteras del país para sorprender a sus visitantes con varios espectáculos protagonizados por 35 figurinas mecánicas de madera talladas a mano. Desde 2014, este teatro ambulante, único en España, yacía olvidado en el hangar del Circo Price de Madrid. Su dueño, el fallecido titiritero Gonzalo Cañas, lo cedió al Ayuntamiento de la capital como parte de su herencia. Hoy, ha sido restaurado y se exhibirá de nuevo al público dentro de la programación de navidades en el Centro Cultural Conde Duque.
Detrás de una cortina de terciopelo rojo, la primera escena muestra una mujer con traje de flamenco al que le falta un diente. A través de un motor y un mecanismo de poleas, la figura policromada mueve las cejas, los párpados, la boca y va girando la cabeza. El cuerpo también se mueve al son de una guitarra flamenca, al mismo tiempo que el pecho y la falda. “Son pequeñas historias que retratan de forma satírica la vida de la época”, explica Pepe Luna, titiritero que acompañó a Cañas en la aventura de rescatar esa barraca e introducirla en el mundo del teatro.
Construido en 1947 por Antonio Plá y heredada por la familia Simó, el teatro de autómatas continuó recorriendo los pueblos de la península hasta 1992, cuando finalmente fue adquirido por Cañas. Hacía más de diez años que el titiritero había visto la barraca en un pueblo de Almería, pero entonces el feriante aún se negaba a vender la atracción que le daba de comer. En el pasillo de la pequeña carpa portátil, los visitantes entran en un “túnel del tiempo” para ver “un espectáculo que pertenecía a nuestros abuelos cuando eran pequeños”, recalca Luna, que junto a Paz González y un equipo de carpinteros, restauradores, pintores y sastres, se encarga de limpiar y restaurar el teatro desde el pasado mes de julio, después de la adjudicación de un contrato por 75.823.08 euros.
Tras los cristales, diez cajas de escenarios ironizan algunas escenas de la España de antaño: los indianos que regresaban de las Américas y no sabían usar los baños o las nuevas ideas que aparecían en el siglo XX como la emancipación de la mujer. “Visto hoy, no pasa nada. Pero en los años 40, era como un chiste, era impensable”, explica el titiritero, refiriéndose a una escena donde un hombre cocina y trata de calmar los llantos de su hijo en brazos.
Carlos Valero, uno de los restauradores, va ultimando algunos detalles de esta barraca itinerante. Tarda alrededor de 20 horas en montarla. Encima de cada escena aparecen cuartetas que las describen y dioramas de relieve pintados que las sitúan en las distintas comunidades del país. “Es un trabajo muy artesanal”, cuenta. Aparte de restaurar los autómatas, hubo que limpiar y arreglar el papel pintado de algunas escenas y el vestuario, de los años 40, que estaba negro por la combustión del camión. “Hubo que reforzar algunos colores, quitar arañazos y renovar toda la parte eléctrica”, señala. Ahora, solo faltan los ajustes mecánicos para que se adecuen bien los movimientos de cada uno de los autómatas de madera. “Ha sido un trabajo muy cuidado, gracias a los colaboradores de Gonzalo Cañas” ha precisado Getsemaní de San Marcos, directora general de Programas y Actividades Culturales del Ayuntamiento. La colaboración entre el Consistorio, especialistas e instituciones “nos ha permitido dar una respuesta acorde al valor y a la historia de este testigo del mundo del teatro de marioneta o títere”, ha añadido.
Una vez prendido, el ruido del motor transporta a los espectadores a la época del Renacimiento, cuando el desarrollo del arte de la relojería logró que los autómatas llegaran a su máxima expresión. La maquinaria consiste en un engranaje central del que parten ramales a todos los demás elementos, con coreas de cuero para mantener el “espíritu de la época”. “Con Gonzalo solíamos ponerlo en funcionamiento seis horas diarias. Pero si lo mantienes bien, se pueden hacer las horas que quieres”, precisa Luna. Desde 1992, el teatro ha viajado a países como Francia, Alemania y Dinamarca y, desde su creación, ha acumulado 100.000 horas de función. Pese a ello, sigue brillando, con las luces de feria apagándose y prendiéndose una a una. Está listo para ser desmontado y trasladado una vez más, como a principios del siglo XX, cuando aún se llamaba Hollywood.
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