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El desarraigo que empuja a menores sin papeles al robo

Autoridades judiciales y policiales atribuyen parte del incremento de hurtos en Barcelona a la marginación de los jóvenes no acompañados

Un grupo de MENA pasa la noche en la comisaría de Ciutat Vella.
Un grupo de MENA pasa la noche en la comisaría de Ciutat Vella.Juan Barbosa

Han pasado unos minutos desde que el juez le ha dejado en libertad vigilada y le ha asignado un centro de acogida. Pero cuando la unidad de menores de los Mossos le busca para entregarlo a la Generalitat, Ahmed, de 17 años, ya se ha esfumado. Ha abandonado a pie la Ciudad de la Justicia tras quedar en libertad por asaltar con violencia, junto a otra decena de chavales marroquíes, a cuatro mujeres en el paseo dedicado al poeta Joan Salvat-Papasseit en el barrio de la Barceloneta.

Ahmed es el nombre ficticio de uno de los menores extranjeros no acompañados (MENA) que, según corroboran fuentes judiciales y policiales, están detrás de parte del aumento de la delincuencia (19%) en Barcelona, que responde a multitud de factores, entre ellos los narcopisos, el éxito turístico o el último año convulso políticamente en la ciudad. Los adolescentes llegan solos desde la zona del Rif de Marruecos —a veces, empujados por sus familias— con la expectativa de mejorar sus vidas. Pero esas ilusiones pronto se ven frustradas: los recursos públicos son escasos; las salidas profesionales o académicas, casi nulas. Algunos, como Ahmed, acaban en la senda del delito.

Las cuatro turistas relataron a los Mossos que fueron asaltadas, a medianoche, por 10 jóvenes. Fue un atraco rápido y violento. A una de ellas la arrojaron al suelo para arrancarle el collar. A otra le estiraron con fuerza del bolso. Una patrulla llegó a tiempo para ver cómo uno de los jóvenes salía corriendo con un bolso bajo el brazo: era Ahmed, único detenido. Por sus huellas dactilares, la policía supo que se trataba de un MENA y le puso a disposición del fiscal.

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Francisco Javier Tabuenca es el jefe de la fiscalía de menores de Barcelona. "En las guardias, hemos detectado un importante aumento de los MENA detenidos por delitos contra el patrimonio. No solo cometen hurtos, sino también, y cada vez más, robos con violencia y robos con fuerza en domicilios", explica. Las cifras que manejan los Mossos apuntan a que casi uno de cada cuatro detenidos en la ciudad responde al perfil de MENA. El aumento "guarda proporción", señala Tabuenca, con el incremento espectacular del número de menores sin papeles llegados a Cataluña: 3.000 en lo que va de año, casi el doble que el año anterior.

Ahmed ha llegado en esa última oleada. En su declaración, negó los hechos y esbozó su historia. Nació en 2001 en Tánger, donde trabajaba como soldador con su familia. Explicó que no ganaba lo suficiente y que por eso decidió dar el salto a España hace cinco meses. Pasó por Andalucía y Madrid hasta que recaló a Barcelona. "Nos encontramos con que los MENA tienen una gran movilidad, pero les atraen las ciudades grandes y sobre todo Barcelona. Muchos piden plaza aquí", relata Tabuenca.

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El robo de la Barceloneta ocurrió la semana pasada. El fiscal pidió para Ahmed la medida más severa: su internamiento en un centro de justicia juvenil. Está prevista para hechos graves, como cuando hay violencia sobre las personas. Pero no es automática. Depende del contexto del menor. Pese a disfrutar de protección, Ahmed relató que no estaba viviendo en ningún centro de menores, sino en un parque cerca al Paral·lel con otros chicos marroquíes, algunos mayores de edad. "Los MENA que delinquen son chicos que no se vinculan a ningún centro, y dejarlos en libertad supone un riesgo para los demás... y para ellos mismos", indica Tabuenca.

La vida de parte de estos chicos, los que no logran salir adelante, se transforma en un infinito deambular por Barcelona. La saturación de los centros de acogida ha vuelto la convivencia irrespirable. Los hay que escapan. O acuden solo a comer o a cenar, o cuando les conviene. Otros prefieren vivir a su aire. "A veces nos dicen que viven en la calle cuando en realidad están de okupas en un piso compartido con otros compatriotas".

La Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA) de la Generalitat admite que está desbordada y en situación de "emergencia". Sin familias, los menores que no se vinculan a los centros y a sus educadores se quedan sin referentes. Arrastran vivencias duras, coinciden los expertos. La travesía hasta España, donde, pese a la labor de los educadores —con quienes se han recrudecido los conflictos— no encuentran anclaje. Algunos han tenido que dormir, por falta de plazas, en la Ciudad de la Justicia, o en comisarías de los Mossos.

Repunte a los 17 y 18 años

En los robos con violencia suelen actuar en grupos formados indistintamente por menores y mayores. "Es cierto que la incidencia es mayor en chicos de 16 y 17 años, pero también tenemos de 14 y de 15", dice Tabuenca. A los Mossos les preocupa especialmente el repunte de detenciones en jóvenes de 17 y 18 años (630 en lo que va de año, la mitad del total en esa edad). A partir de ahí, las detenciones van decreciendo. A las malas compañías se suma el consumo más o menos habitual de tóxicos, que está presente en algunos de los atracos más violentos, sigue Tabuenca.

El de la Barceloneta no fue el primer robo en el que participó Ahmed. Antes, en septiembre, fue detenido por un hecho similar. Pese a la reincidencia, el juez de menores no vio necesidad de internarle. Decretó para él la libertad vigilada, con la esperanza de que la Administración proporcionara herramientas suficientes para encarrilarle. El fiscal advierte de que, en la actual situación de colapso, esa opción está bastante limitada. Los deseos del juez quedaron en todo caso en papel mojado a los cinco minutos, el tiempo que tardó Ahmed en cruzar el detector de metales y salir por la Gran Vía.

Una vida en la calle: de la ONG al parque

Alfonso L. Congostrina

Abdessmad, Amine, Salim y Mohamed son cuatro jóvenes que alcanzaron la mayoría de edad en Barcelona. Hasta hace dos meses, vivían en un centro de menores de Melilla pero soñaban con viajar a la capital catalana. Hoy sobreviven durmiendo al raso y alimentándose de la caridad. Los cuatro aseguran que pese a las condiciones en las que viven, no regresarían a Melilla. “Somos de Marruecos y no tenemos padres”, cuenta Amine. Abdessmad, que ha cumplido los 18 hace pocas semanas, explica cómo estuvieron “trabajando” en Melilla hasta conseguir el dinero para viajar en barco hasta Málaga y desde allí, hasta Barcelona. “Teníamos amigos aquí que nos dijeron que era un buen sitio”, asegura Abdessmad. No han dormido ninguna noche en comisaría, pero conocen a compañeros que sí lo han hecho. “Encima de la fuente de colores en Montjuïc. Detrás de las escaleras hemos encontrado un lugar donde dormir”, indica. La fundación Bayt al-thaqafa les ha dado un carnet de estudiantes. Cada día, reciben clases de catalán, después van a comer a una ONG en la avenida de Paral·lel y desde allí de nuevo a la calle. Deambulan y buscan otra entidad para cenar. Después vuelven a dormir en las escaleras de Montjuic.

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