La inseguridad corroe El Raval
Los hurtos, los robos, los tirones y la droga deterioran el centro de Barcelona
“A veces cuesta saber si hay más hurtadores o turistas”, bromea un agente del grupo de motoristas de los Mossos, conocido como guilles (zorros). Están apostados en la plaza más poderosa de Barcelona: la de Sant Jaume, con la Generalitat y el Ayuntamiento a lado y lado. Y de allí se mueven por todo el distrito de Ciutat Vella, el corazón de la ciudad, marcado por La Rambla, El Raval y la Barceloneta. La noche de un viernes cualquiera está siendo tranquila. Pero el año, en general, ha sido duro, con un incremento del 19% de la criminalidad (146.447 hechos penales).
Guilles, furas (hurones), lleons (leones)..., los sobrenombres de diversas unidades de la policía catalana, controlan la noche para intentar evitar el delito estrella: el hurto, robos que se cometen sin fuerza ni violencia. Son el 64% de las estadísticas de criminalidad de Barcelona, y suben al 78% cuando se trata solo de Ciutat Vella, la zona más visitada de la ciudad con más turistas de España.
Hurtan menores, jóvenes, adultos; españoles, marroquís, rumanos; hombres mayoritariamente, pero también alguna que otra mujer... Y lo hacen con todas las técnicas posibles: el ronaldhino, la falsa mancha, la pinza perfecta del carterista en el bolso o el bolsillo... También el tirón puro y duro, que se convierte en un robo violento (19% más), el forcejeo por el Rolex, o el robo por la dosis, que también ha aumentado en El Raval por los narcopisos: viviendas ocupadas donde comprar heroína, pincharse una pequeña dosis, esperar unas horas, y pincharse de nuevo.
“Como The walking dead”, ilustran fuentes policiales, en referencia a la popular serie del apocalipsis zombi, sobre los heroinómanos que se han convertido en parte del paisaje de algunas calles del Raval. El lunes, los Mossos desarticularon 26 de esas viviendas, pero todavía queda una docena. Los drogodependientes pueden cometer parte de los 86.000 hurtos de este año, o de los 4.396 robos con violencia, pero su peligrosidad es relativa, aseguran esas mismas fuentes, porque muchos de ellos a duras penas pueden tenerse en pie.
Aurora González tiene 68 años y recuerda cuando participaba en las manifestaciones de los años ochenta contra las drogas: “No hace mucho este barrio era tranquilo, pero lo de ahora es una pasada”, lamenta. Mustafá Asrih, educador social y abogado, vio como al fin los Mossos entraron en el narcopiso que les martirizaba: “Era el único narcopiso en activo y los clientes se agolpaban para comprar. Llevo desde 2006 en El Raval y la situación ha empeorado, la criminalidad está muy bien organizada”,
A media noche, alguno de los heroinómanos recorre La Rambla, pidiendo la buena voluntad de los turistas, muchos de ellos borrachos, que circulan por la ciudad. Son las principales víctimas, de día y de noche, de los ladrones. También las prostitutas intentan sacar tajada de ellos. El grupo de furas, la unidad de delincuencia urbana de Mossos que trabaja de paisano, no les quitan ojo mientras se acercan a un turista visiblemente perjudicado por el alcohol. “¿Follar? ¿Blowjob?”, susurran. Si además alarga la mano a su cartera, ellos intervienen. Pero no es el caso.
También persiguen con la mirada a los punteros: quienes ofrecen llevar a los turistas a un club cannábico, algo que está prohibido. Uno de ellos comete la torpeza de ofrecérselo a uno de los furas, que le deja irse tras identificarle. El grupo se mueve por los diversos “puntos negros”, de la zona, definidos por la policía como los lugares donde se concentran delitos (hurtos, tirones, peleas...) y sensación de inseguridad. El Raval es un punto negro en sí mismo, admiten fuentes policiales.
Camino de uno de ellos, un chaval arranca a la carrera al ver a los agentes girar la esquina. Aguanta la huida más de 800 metros, haciéndoles jadear. “Me ha faltado una bicicleta”, bromea el jefe el grupo. Al final le han detenido. El joven llevaba dos móviles robados.
Los relojeros reaccionan mucho mejor cuando les paran. Son la nueva moda entre los ladrones: robar relojes de lujo de la muñeca del turista. El grupo de cuatro asume la identificación policial como un trámite más. Los Mossos les atribuyen el repunte de los robos violentos en la calle.
El robo ‘francés’
Antes, explican fuentes policiales, era una modalidad poco común, que practicaban franceses que se trasladaban expresamente a Barcelona. “Ahora todos se han sumado al carro, y no saben distinguir, y a veces roban relojes de seis euros”, indican. Solo uno de los cuatro relojeros tiene antecedentes.
No es lo habitual. Los Mossos trabajan con los multirreincidentes, carteristas, hurtadores, que conocen perfectamente la ley y acumulan decenas de detenciones. “Pagan las multas, no se resisten cuando les identificas, si acumulan penas que les pueden enviar a la prisión, se van”, indican fuentes policiales. El sistema judicial está saturado, y la jueza decana de Barcelona, Mercè Caso, advierte de que si no les dan un juzgado más para juicios rápidos de hurtos, en breve empezarán a prescribir (lo hacen al año).
Y eso sería un mensaje peligroso para los carteristas, que ya campan a sus anchas. “Entran con los grupos, se pasean entre las mesas y en un momento han robado a los clientes. A todo el mundo que entra, le avisamos de que tiene ir con cuidado con su bolso”, explica Mireia Bardís, dependienta de la pastelería Escribà. Mohammed Hafid, propietario del restaurante La palmera del desierto, recuerda el día en el que su cocinero fue agredido con un machete.
“Si al Ayuntamiento le interesara, acabaría con esto rápido, con la policía patrullando constantemente”, opina Moon, propietario del restaurante Tandoori Nights, de la calle Carretes. En esa calle, en septiembre, un vecino filmó una agresión con machete entre dos hombres. “Era una cuestión de drogas entre ellos”, explican fuentes policiales.
Antes de acabar la noche, los furas pasan por el frente marítimo. Los turistas hacen cola en las discotecas. Los agentes, que desde el jueves pasado patrullan en un nuevo dispositivo —Ubiq, por ubicuo— que busca saturar la ciudad, con policías de paisano y uniformado, ven de lejos a cuatro jóvenes sospechosos. Les miran, esperan, pero no están haciendo nada. Cuando el coche enfila de nuevo La Rambla, entra el aviso por radio: un tirón en la zona. No han llegado a tiempo.
El problema de los menores inmigrantes
Poco antes de media noche, un grupo de Menores No Acompañados se han presentado en la comisaría de Ciutat Vella. No tienen donde pasar la noche. “Es habitual, vienen aquí”, explica el subjefe de la comisaría, el inspector de Mossos Miquel Hernández, que entabla una conversación con ellos. Son de Marruecos y Argelia, le explican al inspector, que les pregunta varias veces si inhalan cola. Todos responden al unísono que no. “Eso espero”, les dice. “Si tienes ganas de estudiar y trabajar, sales adelante. Si no, te vas a robar”, le responde Ayoub, uno de los menores que está en la comisaría, poniéndose el pijama. Las cifras de los Mossos apuntan a un significativo repunte de las detenciones entre los jóvenes marroquís, de entre 16 y 19 años, en lo que va de año.
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