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Barcelona se reconcilia con sus ríos

De cloacas a concurridos parques fluviales en sus desembocaduras, el Besòs y el Llobregat siguen batallando por su recuperación. Todavía quedan muchos retos pendientes por resolver

Carlos Garfella Palmer
Vista del río Llobregat con la ciudad de Barcelona al fondo. [AUTFOTO]
Vista del río Llobregat con la ciudad de Barcelona al fondo. [AUTFOTO]MASSIMILIANO MINOCRI

Si se lo cuentan hace 30 años, muchos no habrían creído que sus nietos acabarían remojando los pies en él. Por aquel entonces, el Besòs apestaba a su paso por Barcelona y la poca vida que sobrevivía entre sus aguas se ahogaba en una visible espuma tóxica. Décadas después, la imagen de decenas de niños cruzando de puntillas el río el pasado 23 de septiembre durante las fiestas de la Mercè, ilustra la historia de su reconciliación con la ciudad. Al otro lado de la capital catalana, entre el aeropuerto y el Puerto de Barcelona, especies de pájaros como el tarro blanco vuelven a anidar en la desembocadura del Llobregat, el otro gran río que desemboca en el Área Metropolitana de Barcelona, hoy reconvertido en ese tramo en un parque fluvial.

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Empieza a quedar lejos ese río Besòs que la escritora Patricia Gabacho definió como una “criatura marginal, desvalida y castigada por la desidia”. Pedro Ramos, vecino de 66 años “de toda la vida” de Sant Adrià del Besòs, es testimonio histórico de su transformación medioambiental. Ahora pasea a diario a las orillas del río. Cuando era niño, ni se acercaba a un caudal “lleno de huertos, descampados y vertederos de residuos abandonados con un fuerte olor”, recuerda. “Y ahora estoy aquí, y veo el agua, que sé que no está del todo bien, pero que al menos es transparente. Da gusto. Quién lo diría”. Con todo, la falta de agua en los caudales de ambos ríos y la elevada salinidad del Llobregat siguen siendo una amenaza permanente, advierten los expertos.

Si en la Barcelona olímpica la ciudad quiso por fin empezar a mirar al mar, ahora la conjura parece que es recuperar sus caudales. La historia de la reconciliación con los dos principales ríos que desembocan en el Área Metropolitana de Barcelona viene de lejos. La motivación para intervenir a mediados de los ochenta el Besòs —de 18 kilómetros y que se origina en Montmeló (el Vallès Oriental)— y el Llobregat, el segundo caudal en el abastecimiento de agua a Barcelona después del Ter, de 175 kilómetros y que nace en la sierra del Cadí, fue la calidad de sus aguas, enormemente contaminadas por la industria y la población urbana.

Tres décadas después, expertos y ecologistas consultados que conocieron y estudiaron ambos ríos a mediados del pasado siglo coinciden, aunque con muchos matices, en su mejoría. La recuperación de especies, el fácil acceso para los vecinos a sus caudales y la significativa mejora de la calidad de sus aguas son los resultados más visibles. Con todo, ambos ríos tienen, sobre todo en su tramo final, muchas asignaturas pendientes por resolver. “Una cosa es hacer parques para que la gente paseé y vean cuatro pájaros y otra es decir que están en buen estado”, resume Narcís Prat, catedrático de Ecología de la Universitat de Barcelona (UB).

“Aunque no hay color, lo de antes era un suicidio”, dice Roger Lloret, químico y agrónomo de 80 años que lleva más de media vida estudiando los ríos catalanes. “El principal problema del Llobregat es su salinidad, originada principalmente por la minería de potasa del Bages. Si bien es cierto que ha mejorado, todavía no se puede hablar de una recuperación total”, apunta. “Las nuevas generaciones están pagando los desastres de las anteriores”, añade el también miembro del Centro de Estudios del Baix Llobregat.

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La regeneración de especies es
uno de los mayores éxitos en la reconversión de ambos ríos

La brecha de la contaminación se ha reducido significativamente. Según datos de la Agencia Catalana del Agua (ACA), la presencia de amonio en 1995 en el tramo del Besòs a su paso por Santa Coloma de Gramenet era de 59,9 miligramos por litro (mg/l) en 1995. En 2017 los últimos análisis indican que esa cifra se ha rebajado a 19,3 mg/l. Durante este mismo periodo, en cloruro se ha pasado de 560 mg/l a 213 mg/l. Fue en la década de los noventa cuando se experimentó, explican desde la ACA, la mejora más importante: de las cinco depuradoras activas en 1992 se han pasado a las 25 actuales en el Besòs. En paralelo, el Llobregat se ha descontaminado prácticamente al mismo ritmo. A su paso por Abrera, sus aguas han pasado de tener una concentración de amonio de 1,2 mg/l en 1995 a 0,5 en 2017. En cloruro, de 329 mg/l a 208 mg/l en este mismo periodo. De ocho depuradoras en 1990 se ha pasado a las 80 actuales.

Acercar a la gente al río

En los setenta, el desahuciado tramo final del Llobregat era una cloaca a cielo abierto, sin vida. Recuperó parte de sus valores naturales en 2008 gracias al plan de restauración ambiental y paisajística que puso en marcha la Mancomunidad de Municipios del Área Metropolitana de Barcelona (AMB) en dos sectores del río, de Martorell a Castellbisbal y de Sant Boi a El Prat. El objetivo era abrir la ribera a los ciudadanos de los 10 municipios por los que transcurre.

La brecha de la contaminación se ha reducido significativamente.

El catedrático Narcís Prat, sin embargo, explica que las minicentrales eléctricas situadas en el Cadí que extraen el agua para producir energía merman significativamente el caudal del Llobregat de principio a fin. En su tramo final, Prat coincide con Lloret en que la salinidad también es el principal problema. “Así es muy difícil que los peces sobrevivan”, añade. Como solución se construyeron en el delta de Llobregat pozos para infiltrar agua de la depuradora en ellos, y así recargar el acuífero superficial con agua dulce que mantuviera a raya el agua salada. “Con la crisis, la falta de presupuesto paralizó la infiltración del agua. Actualmente existe la infraestructura necesaria para evitar la salinidad, pero no los recursos económicos para hacerla efectiva. Quedan muchas cosas por hacer”, explica F. Xavier Sataeufemia, técnico de preservación de la biodiversidad del Consorcio del Delta de Llobregat.

“Sin tener un agua realmente limpia, este tramo del río Llobregat tiene una buena población de peces e incluso se filmó una nutria en 2014. Por otro lado, la población ya no vive de espaldas al río. Hoy es una zona muy utilizada por paseantes, ciclistas y deportistas”, añade Sataeufemia.

En paralelo, una millonaria inversión de 40 millones de euros, un 80% asumidos por la Unión Europea, se materializó con la inauguración en 2004 del último tramo del Parque Fluvial del río Besòs, gestionado por la Diputación de Barcelona. Antes, te tapabas la nariz por el fuerte olor. Ahora, la gente practica ejercicio, pasea con los perros o incluso observa pájaros. La imagen se ve a diario a lo largo de sus últimos nueve kilómetros, desde la confluencia con el río Ripoll hasta su desembocadura. Con una superficie total de 115 hectáreas, el parque se ha consolidado como uno de los espacios verdes más importantes de Barcelona.

“Ahora bien, hay aspectos que son criticables. Se ha optado por crear un ecosistema de río artificial. Se apostó por una obra de cemento, con césped, donde las aves no tienen donde nidificar. Es una pena, porque el río tiene un potencial brutal”, explica Quim Pérez, de Ecologistas en Acción. “La evolución durante las últimas décadas ha sido correcta, pero tendríamos que haber ido más rápido”, explica el geógrafo Josep Gordi. “Se han levantado muros, el espacio se ha artificializado. Nos queda por delante el reto paisajístico de recuperar su naturalidad”, añade.

La falta de agua y la elevada salinidad siguen siendo una amenaza permanente

Como en el Llobregat, el mayor éxito del Besòs está en la recuperación de la fauna. Desde la puesta en marcha del parque fluvial en 2000 se han observado alrededor de 250 especies de pájaros, 12 mamíferos, ocho reptiles, cuatro anfibios y ocho de peces. “Todo, pese a su reducida amplitud y la artificialidad”, explica Xavier Larrui, biólogo especializado en este río y que colabora con el Consorcio del Besòs y la Generalitat. “Es un oasis en medio del litoral urbanizado barcelonés. Pero la exitosa reconversión ha incrementado la afluencia de visitantes y ahora corremos el peligro de morir de éxito”, añade.

Una opinión que comparte la gerente del Consorcio del Besòs, Carme Ribas. “El mayor reto ahora es hacer compatible el espacio para todos los gustos: desde los más naturalistas que ven el río demasiado artificial a los vecinos que quieren un parque para pasear”. La bióloga del consorcio, Begoña Bellette, todavía recuerda cuando era adolescente y se preguntaba “a ver de qué color pasa hoy el Besòs”. “Hoy el agua es transparente, aunque tiene que quedar muy claro que no es apta para el baño”, dice Bellette, quien añade: “No olvidemos que hace décadas había gente que incluso pedía que lo taparan para no verlo más. Era una cloaca. Hoy, sin embargo, es un río apreciadísimo”.

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Sobre la firma

Carlos Garfella Palmer
Es redactor de la delegación de Barcelona desde 2016. Cubre temas ambientales, con un especial interés en el Mediterráneo y los Pirineos. Es graduado en Derecho por la Universidad de las Islas Baleares, Máster en Periodismo de EL PAÍS y actualmente cursa la carrera de Filosofía por la UNED. Ha colaborado para otros medios como IB3 y Ctxt.

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