Los barrios del Besòs como laboratorio
Las ciudades compiten feroces por un lugar en el mundo y no estaría mal que Barcelona pretendiera competir en soluciones sociales
Estos días se ha hablado mucho de desigualdad, a la luz de las cifras francamente obscenas de concentración de la riqueza. Thomas Piketty en estado puro. El economista francés busca la solución dentro del sistema, yendo a buscar la riqueza allá donde está estabulada; la nueva izquierda más bien pretende cambiar el sistema desde la base, girándose hacia la economía colaborativa: repartir antes que se acumule el dinero. Lo remarco porque al mismo tiempo se publicaron los índices de desigualdad entre los barrios de Barcelona, que se ha ensanchado debido a la crisis. Esas rentas de 10.000 euros de media —¿el promedio entre un jubilado y un desocupado o un ni-ni?— en esos 15 barrios que Ada Colau quiere transformar en diez años.
Conozco el Besòs como si fuera mío. Hice un libro sobre sus desventuras justo cuando empezaban las excavadoras a limpiar el lecho para crear el espléndido parque fluvial que tenemos hoy. El río era una criatura marginal, desvalida, castigada por la vida y por la desidia. La zona se ha transformado como pocas. Me hace gracia oír a la alcaldesa decir que se van a ocupar de lo que estaba “olvidado”, cuando no lo estaba en absoluto. No hay rincones olvidados en este corredor de pobreza. A este equipo le pasa a menudo que anuncian políticas como si fueran fundacionales cuando hace años que están en marcha. El plan de emergencia social que ofrecieron durante la campaña no ha tenido concreción exacta porque la mayor parte de cosas ya estaban pasando, y sólo ha cabido incrementar la dotación. Con los bordes del Besòs pasa lo mismo: la transformación ha sido tan poderosa como insuficiente. La crisis ha mordido fuerte, porque no dejó tiempo para consolidar la realidad social que ya estaba llegando gente precaria de todo el mundo. Gente pobre en barrios pobres. Fue como una de las riadas históricas, esas “besosadas” que ya no pueden producirse porque el cauce está domesticado con mecanismos sofisticados: mecanismos que no existen contra la economía salvaje, o que no son igual de eficaces.
La idea de centrar la evolución de Barcelona metropolitana en el “corredor del Besòs” la formuló Jordi Martí, actual gerente del Ayuntamiento, en su última propuesta como jefe de filas socialista. La idea no entusiasmó a nadie, por más que incluya el bombón de La Sagrera, esa línea hueca de tejido urbano y de proyecto. La que toca al Besòs es la ciudad menos conocida. No todo es pobreza, no todo es ese urbanismo cruel que marca determinados barrios, pero hay pobreza y hay deficiencias. Colau invertirá 150 millones. Es bueno que se sepa que la Llei de Barris original —la que gestionaba Oriol Nel.lo, que la alcaldesa ha fichado como asesor de la operación— ya pasó por alguno de ellos, la Trinitat Vella sin ir más lejos, y que la renta no ha remontado. El urbanismo es un baño benéfico sobre el espacio público y los equipamientos, pero la renta depende de otros factores, sobre todo del mercado laboral, que es el gran redistribuidor y que hoy está desmantelado. Trabajo y formación, o sea, elevar el nivel de las expectativas: una generación, como mínimo. El resto son curas paliativas. La Llei de Barris no ha transformado la realidad social en ninguna parte.
Ahora bien, no me parece mal que sobre estos barrios se aplique una intensidad política como si fuera un experimento, la prueba del algodón de esa nueva izquierda que está en la cresta de la ola. Las ciudades compiten feroces por un lugar en el mundo y no estaría mal que Barcelona pretendiera competir en soluciones sociales, creando algo así como la Christiania de Copenhaguen, un espacio alternativo que fue caducando pero que existió como reclamo de utopía. Un laboratorio social que reuniera todos los elementos de la política municipal, a ver qué pasa. Probemos. Inventemos. Con una advertencia: la concentración en 15 barrios borra la imagen global de la ciudad, sitúa a la alcaldesa a nivel de “regidora” de Nou Barris. Este tipo de políticas acaba con una demoscópica revuelta de la clase media, la clase que aporta valor agregado, la clase que tiene que ser parte del modelo —ahora no parece que lo sea— para que el modelo funcione.
Dicho esto, una palabra sobre la fachada del Liceo. Nos guste o no tomada en solitario, que una ciudad del tamaño de Barcelona tenga tres fachadas tratadas de forma similar por el mismo artista es insistir en una idea ya gastada. ¿No hay nadie más?
Patricia Gabancho es escritora.
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