Navegando en donde mueren las aves marinas
Salida náutica con biólogos para observar la dramática interrelación entre barcos de pesca y pájaros
La embarcación se mece aviesamente en un mar movidillo frente a Mataró. En la popa abierta por la que entra el oleaje, un biólogo descalzo, Carles Tobella, arroja al agua sardinas ensangrentadas que saca de un cubo. ¡Suerte que no estamos en el filme Megalodón! Nuestro barco, una lancha usada habitualmente para la práctica del buceo (y en la que ya navegamos hace unos años en pos de pardelas cenicientas) es la Ula y su patrón el amable y tranquilo Salvador, con su sombrero de paja de las fiestas locales. Aunque, eso sí, cuenta una historia sensacional de un pesquero de la Gomera al que le empezó a entrar agua a saco y al que tras llegar por los pelos a puerto y subirlo a dique seco le encontraron la hoja de un pez espada que había perforado los tablones del casco.
Estamos en una singladura no tan dramática, pero que tiene lo suyo. Vamos con la Patrulla Zepamed de SEO Bird Life. La expedición se ha montado a fin de ver aves marinas asociadas a la pesca y presentar a los medios el proyecto del mismo nombre (ZEPAMED, Zonas de especial protección para las aves en el Mediterráneo) que busca soluciones para evitar las muertes de las criaturas aéreas por la actividad pesquera.
Atraídas por la pesca, las aves suelen quedar enganchadas accidentalmente en los anzuelos o enredadas en la línea del palangre, el arte que tiene más impacto negativo en el Mediterráneo en este aspecto, sobre todo en las pardelas de las que hasta 200 pueden quedar atrapadas de una vez en una sola línea. Aunque también las redes fijas afectan a aves buceadoras como los cormoranes y las alcas que quedan enmalladas. “Lo más importante del proyecto es evitar esas capturas accidentales”, establece la bióloga Vero Cortés, con aire marinero a lo Anne Bonny y que ha traído para enseñarlo un invento que hace menos peligrosos para las aves los sedales con anzuelos.
Medio pasaje de la expedición, que incluye a varios periodistas de Madrid y a una de TV3 de Lleida, ya se ha mareado pese a la sobredosis de biodraminas. El afán por grabar imágenes y declaraciones de los biólogos y el uso continuado de los prismáticos ha convertido el balanceo de la embarcación en algo letal para los menos marineros. No ayuda el que una veterana de Antena 3 recuerde cómo atrajo a los delfines su vomitada durante un trayecto en un barco de la Armada por el agitado mar de Liguria en el que les sirvieron pizza.
El ambiente a bordo (excluyendo a los naturalistas que se lo pasan tan ricamente) es más de La tormenta perfecta que de Juan Salvador Gaviota cuando aparece por popa un ave. "¡Bandidos a las 6!", grita un gracioso ducho en la terminología de combate aéreo de la Segunda Guerra Mundial y que ha mantenido todo el rato una postura viril de serviola del HMS Ulysses. El pájaro resulta ser una gaviota joven pero entra en nuestra estela como un Ju 88 atacando un destructor de escolta de un convoy a Mursmank. Todo el mundo a bordo se mueve frenéticamente y apunta sus cámaras y Carles, el biólogo de popa, incrementa el ritmo del lanzamiento de sardinas que, destellando mientras caen al mar, parecen los casquillos de un antiaéreo Oerlikon de 20mm. Tras la primera gaviota llegan otras, decenas, y pronto el aire es un frenético aletear repleto de chillidos. Hemos llegado junto a un barco pesquero -nos acercamos a varios durante el viaje-, lo que explica más la presencia multitudinaria de aves que el suministro de sardinas.
El Teresa se balancea a nuestro lado (en lo que viene a ser babor) rodeado de una verdadera nube de pájaros que impresionaría hasta a Daphne du Maurier y a Hitchcock. El pesquero incluso lleva varias gaviotas posadas. Algunos colegas se quejan de no ver pájaros atrapados sufriendo, que darían mejor en cámara. En cambio, un pescador les arroja pescado descartado por la borda componiendo una hermosa imagen de amistad entre la gente de su oficio y las aves. Las cosas no suelen ser tan idílicas. “Los pescadores lamentan las deyecciones que les caen encima, que les roben el pescado y que les estropeen el material de pesca”, explica el biólogo Pep Arcos, que luce una camiseta de la pardela como ave del año 2013. Podría llevar la de este año, pero no sería tan adecuado, porque es la lechuza. “Sin embargo”, continúa, “muchos han reaccionado extremadamente bien y se han implicado en el proyecto para salvar aves. Vemos un cambio de actitud. En realidad, si no es con ellos, con su experiencia, no hay manera de solucionar el problema”. Más de 200.000 aves mueren al año en Europa a causa de la pesca. No parecen muchas si se compara con los millones que mueren en EE UU solo por chocar con cristales. “Pero se ven afectadas especies con poblaciones muy poco numerosas, como la pardela balear, que a este ritmo se extinguirá en menos de 60 años”.
Arcos, que ha pasado a hablar de cuando vio albatros en Nueva Zelanda, lo que me permite meter cucharada con Coleridge y la Balada del viejo marinero, se interrumpe y se levanta de golpe. Ha visto una pardela, precisamente, que, recalca, son parientes directas de los albatros (Procellariiformes como ellas). Todos seguimos su mirada con júbilo. Más yo, que localizo a la vez un precioso alcatraz que vale toda la excursión.
De vuelta a puerto observamos de regalo charranes en unas boyas y vemos pasar un pesquero con un tripulante regando la cubierta en calzoncillos. Nos saluda alegre y amistoso, aparentemente del todo incapaz de hacer sufrir a un ave, y no digamos de matar a un albatros.
Cambiar cebos y pescar de noche
Entre las soluciones propuestas por los biólogos a fin de evitar las capturas accidentales figuran el añadir pesos a las líneas del palangre para que se hunda más rápidamente y las aves no puedan engancharse; pescar de noche, cuando las aves son menos activas, y usar cebos poco atractivos para ellas como cangrejos o pulpo en vez de sardinas y boquerones. También, poner sistemas espantapájaros en los pesqueros.
Tradicionalmente, la relación entre aves marinas y pescadores no ha sido mala, explica Pep Arcos. "Cuando no había tanta tecnología incluso se tenía a las aves como amigas que indicaban dónde había peces". La gente mayor aún atesora conocimientos sobre las distintas especies e incluso nombres tradicionales como el de escateret para el paíño, por su costumbre de comer escamas, y cagairas para los págalos, por hacer excretar a las gaviotas, aunque en realidad les provocan la regurgitación.
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