Esperar el retorno bajo una chabola
Una veintena de personas viven asentadas en chamizos en el parque de la Virgen Blanca, propiedad de la Universidad Complutense
En el parque de la Virgen Blanca, al abrigo del hospital Clínico, la Fundación Jiménez Díaz y el Museo de América, se levantan una decena de tiendas de campaña y chabolas construidas con plásticos impermeables, pedazos de madera y colchones. En este lugar junto a la estación de metro de Moncloa, en el centro de la capital, una veintena de personas conviven desde invierno: malcomen, lavan y tienden su ropa e intentan descansar. Tarful, turco de 22 años, lleva un año sobreviviendo de gorrilla junto a su madre Virgul y su joven esposa rumana Sebidang. Juntos ganan una media de 10 euros diarios con los que se compran ropa, comida y jabón. “Es muy duro. Nadie nos ayuda. Quiero volver a mi país pero aún tenemos que ahorrar más para comprar los billetes”, relata.
Aparcados junto a las tiendas y los pinos, varios carros de supermercado acumulan trastos; restos de quincalla que se entremezclan dentro de varias bolsas de plástico. El calor pega fuerte y lo único que rompe el silencio a mediodía es el canto de los grillos y el ruido de la sirena de alguna que otra ambulancia que llega al servicio de urgencias del cercano hospital. Sebidang asegura que en todo el tiempo que llevan asentados nadie se ha acercado a preguntarles cómo están. Normalmente, por las mañanas, sobre las nueve y media, se van del campamento para ganarse la vida. “Hemos buscado trabajo pero necesitamos papeles. También intentamos alquilar una casa, pero las que podemos pagar están en pueblos a las afueras de la ciudad”, relata Tarful en un español rudimentario.
Bajo los pocos pinos que dan sombra en el descampado del campamento, dos pequeñas mesas con restos de comida y unas cuantas sillas de plástico ocupan la zona protegida de la luz del sol: es el comedor improvisado. Virgul destapa los aperos de cocina y revisa con cuidado los pocos alimentos que hay sobre la mesa: una docena de huevos, media sandía y unos yogures. “Pasamos hambre. A veces se nos acaba el fuego y no podemos cocinar”, cuenta la matriarca mientras señala un pequeño hornillo y agita un bote vacío de gas propano. Cuando necesitan asearse, los tres acuden a unos baños públicos “que están muy lejos” —no conocen el barrio— y cuando enferman, explican, les atienden en el hospital que tienen como vecino.
Dionisia López es una vecina jubilada que vive junto a la cercana plaza de Cristo Rey. Llevan casi un año durmiendo allí, cuenta. Junto con otros vecinos, se quejó ante el Ayuntamiento y, según asegura, este les contestó que no podían hacer nada porque la parcela donde plantaron las chabolas es propiedad de la Universidad Complutense. “Han pasado todas las lluvias de primavera durmiendo en esas tiendas de tela y cartones. Lo que habrán pasado los pobres. Son seres humanos. ¿Por qué el Ayuntamiento y la Comunidad no hacen algo?”, se pregunta la vecina. López denuncia que el parque se ha llenado de basura y asegura que “en cualquier momento” puede haber un incendio. “Por las noches hacen fuego para poder cocinar y están rodeados de pasto seco”, relata. “Nos quejamos y podaron un poco, pero sigue habiendo arbustos. Es peligroso”, comenta.
De hecho, en octubre de 2014 el PSOE realizó una proposición a la Junta de Distrito de Moncloa-Aravaca para que el gobierno municipal limpiase y acondicionase dicho parque. La Junta de Distrito respondió que “la responsabilidad del citado parque es titularidad de la Complutense”. Fuentes de la Universidad y del Consistorio no supieron precisar ayer si se está llevando a cabo un seguimiento de este asentamiento o si está previsto trasladarlo.
Tarful suspira cuando escucha el nombre de su país: Turquía. Quiere volver. Dice que allí tiene una casa y que es más probable encontrar trabajo. Hasta el momento, explica, espera bajo el sol de Madrid y el techo impermeable de su chabola.
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