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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cumbres borrascosas

La reclamación de responsabilidades políticas en Cataluña será el próximo capítulo de la serie

Josep Cuní
Sánchez y Quim Torra ayer en La Moncloa.
Sánchez y Quim Torra ayer en La Moncloa.POOL (Europa Press)

Toda cumbre necesita de una escenificación porque no hay política sin espectáculo. Y las noticias políticas hace tiempo que son consumidas por una parte de la población como un entretenimiento que, por supuesto, no agrada a todo el mundo y mucho menos a sus protagonistas incapaces de bajarse del escenario para discutir con el público y justificarse ante el auditorio. Diferenciando a quienes se las toman a pecho del resto de los humanos que le ponen distancia, este tipo de informaciones alimentan a los voraces medios que necesitan crear expectación también para cubrir su propio expediente. Hasta aquí nada nuevo.

La política, que lo sabe, se presta a preparar la representación también porque, en parte, vive de esto. Especialmente en nuestro tiempo. Lo vimos en el encuentro de Singapur entre Donald Trump y Lim Jong-un. Todo medido. Desde los prolegómenos que pasan por advertir del momento histórico a las dudas posteriores sobre su realización que han sido expandidas para aumentar la atención a la vez que rebajar los posibles acuerdos. Después, llegada la hora y desvanecida la incertidumbre, el encaje de manos se convierte en la antesala de otras imágenes que intentaran vendernos la cordialidad que sobrevoló la reunión de la que se desconocen los resultados reales que, para los equipos, pasan a ser irrelevantes. Ya se verán. Pero la impaciencia que no cesa, apremiará con sus preguntas frecuentes a los guionistas de la narración para tener respuestas sobre las que debatir.

Pedro Sánchez y Quim Torra siguieron la pauta a rajatabla. Uno rompiendo el hilo fabricado por Mariano Rajoy. El otro moviéndose entre la reclamación de sus predecesores en el cargo y la línea dura que demuestran las bases más díscolas del independentismo ahora más cercanas a Puigdemont o Puigdemont más cercano a ellas. Las especulaciones interesadas de la semana pasada sobre la contundencia del mensaje a verbalizar en Madrid lo demuestran. Los requerimientos sugeridos aunque no procesados para que se permitiera una presencia complementaria en la sala, también.

Es lógico que el actual president estuviera nervioso ante el dilema que le embargaba. Habiendo sido uno de los impulsores de las posiciones secesionistas más hiperventiladas como demuestra su pasado literario y literal, es posible que en algún momento se sintiera como el protagonista de Cumbres Borrascosas cuando relata que "la memoria me trasladaba, aún en contra de mi voluntad, a los tiempos de antaño y me hundía una opresiva tristeza". La literatura siempre lo contó antes.

Porque si un encuentro de dos horas en La Moncloa, con paseo por sus jardines incluido, ha servido para "empatizar" y abrir "un hilo de esperanza" según expresó el propio Sr. Torra es que él está en proceso de cambio más notable que el que pueda padecer su anfitrión de quien sabemos posición y límites.

Es obvio que el mero encuentro ha abierto una nueva etapa. Y parece razonable deducir que en ella los moldes no serán iguales a pesar de que tan importante es hablar sin condiciones ni cortapisas como sentarse a departir con quien tenías por contrario hace escasamente un mes. Lo difícil, por no decir imposible, será hallar el territorio común cuando una parte ya decidió que no existía. Por eso el interés en insistir que el gobierno catalán no descarta ningún escenario futuro para intentar calmar los ánimos de aquellas huestes que ya se han apresurado a replicar que no aceptaran ningún cambio de rumbo.

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Y ahí está el problema que el independentismo debe resolver. Sólo. Hablando consigo mismo y decidiendo. Haciendo la parte de autocrítica pendiente y reconduciendo la hoja de ruta envejecida por las circunstancias si así quiere verla. Observando el precio que algunos han pagado por muchas prisas y alguna desmesura. Y entendiendo que el pragmatismo casi siempre acaba imponiéndose a la bravura y la seriedad a la insensatez. Y esto no es ceder. Es revisar. A la vista están los resultados de cuando no es así.

Ya sé que esta tendencia está vista como el retorno al autonomismo oxidado que algunos quieren superado. Y por supuesto que lo está. Ya nada volverá a ser como antes. Ni siquiera Cataluña. Lo que no puede perderse de vista es que aquella arcadia promocionada y nunca alcanzada, aquella independencia prometida y nunca declarada, se ha convertido en un paraíso inalcanzable a corto y medio plazo que sólo los irredentos se niegan a aceptar porque no quieren sentirse ni saberse engañados. Y como lo han sido, están en su derecho a reclamar responsabilidades. Este será el próximo capítulo de la serie. 

La historia ha querido que el mismo día del inicio de la reconducción catalana haya dimitido Boris Johnson. El peculiar político inglés y abanderado de salir de la Unión Europea ha dejado el gobierno de Su Majestad advirtiendo que el sueño del Brexit está muriendo ahogado por las dudas. ¿Coincidencia, casualidad o tendencia?

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