Espinàs, “ese de gafas”
El carismático escritor y periodista se muestra, a sus 91 años, más modesto que nunca en un sentido homenaje en el Ateneu Barcelonès
“Mañana me costará entender qué me ha pasado; soy forastero, me siento ajeno a esta realidad”, decía ayer el escritor y periodista Josep Maria Espinàs. Esa realidad eran las cerca de 250 personas que llenaron la sala de actos del Ateneu Barcelonès, que le rendía homenaje a sus 91 años. Era un público bien suyo, seguidor de años, incondicional de quien lleva 42 ininterrumpidos escribiendo una columna diaria, hasta el extremo de que llevaban ayer consigo algunas de recortadas, y que demostraron también haber leído buena parte de los 90 libros de su prolífica carrera, ya que cuando los profesores de la Universidad de Girona Xavier Pla y Xavier Antich citaban algún fragmento al glosar su obra, más de uno asentía.
Espinàs afronta el oficio desde la misma premisa personal, íntima, y literaria. “Siempre escribí la realidad que veía, no la que me inventaba; he escrito a partir de que me he conformado con ser yo mismo; yo no sé qué soy; el mundo está lleno de gente que sí sabe quién es; yo, no... Y así, con los años, me he encontrado con el escaso prestigio del tastaolletes, pero las olletes simpre me las he forjado yo. Y el resultado es que a mis 91 años sigo sin tener creencias, ni literarias”.
Respondía esa especie de monólogo intimista a la presentación-interpelación que Pla había hecho de Espinàs, al que provocó diciéndole que su nombre le evocaba “una batería de nombres y épocas”, enlazándole con sus coetáneos Josep Maria de Sagarra, Josep Pla, Camilo José Cela, Miguel Delibes, o con cabeceras como Destino y Avui, o con George Brassens o la Nova Cançó o la letra del cant del Barça. Las famosas olletes. Y también definiéndole como un escritor episódico y no diacrónico, que “nunca se ha automitificado ni se ha planteado el relato de su yo, colocándose a las antípodas, por ejemplo, de Baltasar Porcel”; un Espinàs que ha hecho literatura de viajes, novelas, periodismo “sin histrionismos, con una neutralidad sentimental y una alegría de vivir que no está ni en sus coetáneos ni en los más jóvenes porque, para Espinàs, la felicidad empieza cuando se acaban las pretensiones; es un presentista”.
Mirar con Cela
Escuchaba atento el homenajeado, enfundado en una camisa y americana claras, delgados brazos cruzados justo en el diafragma. Se le ocurrió recordar entonces una vez que un entrevistado le obligó a definirse en apenas dos palabras: “Ese de gafas’, le dije... Ahora podría decir: ‘Ese que aún vive’... He tenido mucha suerte, me he rodeado de gente que me han ayudado a entender”. Y ahí citó sin citar a su mujer, a su editora o a la gente de su segunda casa, los del restaurante Lázaro, todos presentes. “Yo soy ese que encuentra: ¿qué?, ¿a quién?, ¿dónde?, ¿con qué gente...? Ese soy yo”.
Antich elogió el uso espinasiano de la primera persona del singular “pero no por egoísmo, sino por honestidad; está en el texto como está en el mundo, lo suyo es una analogía entre el vivir y el escribir; habita desde un distanciamiento sanísimo, sin tesis ni doctrina”. En el juego tácito del homenaje, volvió a responder Espinàs: “Creo en todas las cosas, si bien quizá no en cómo se manifiestan” y acto seguido ratificó que se encontraba “indefenso, como un estaquirot, no sé decir nada de mí, eso sí, nunca he programado nada: no es una virtud, sino una fatalidad”. Y añadió, en la su única referencia a la actualidad: “Estoy con la gente que intenta que Cataluña tenga lo que debe tener, sin estropearlo, construyendo, y que vosotros, yo no, lo podáis ver”.
Como Pla sacó a colación sus libros de viajes, Espinàs, imitando la voz ronca de Cela, recordó el que hizo con él por el Pirineo y la noche en la que al final de la jornada, ya en la fonda, aquél le preguntó: “‘Oye Espinàs, ¿qué hemos visto hoy?’; era increíble: se supone que un escritor, un periodista, ha de tener una manera muy particular de ver el mundo. Quizá por eso él publicó su viaje siete años después del mío, tras leerlo y saber a lo mejor qué decir”, bromeó.
Antich, a rebufo de uno de los libros clave de la escritura de Espinàs, El meu ofici, recordó que en el INEM al escritor le obligaron a etiquetarse laboralmente como “técnico de segunda clase” y elogió ese binomio que en el autor conforman “vivir y escribir, como una forma de respiración natural, antipretenciosa”.
Quizá jugando con la foto de Espinàs que presidía el acto, con el autor ante su vieja Olivetti y la temible hoja en blanco, citó Antich que para salir de su maleficio Espinàs escribió que no se escapa “buscando la palabra mágica sino pensado un poco cada día, hasta que pensar se convierte en un hábito”. Tácitamente, Espinàs hizo una demostración: Laura Borràs, la consejera de Cultura que debía protocolariamente cerrar el acto, de fácil frase-tuit, dijo citándole: “El afecto perdura en la memoria de los gestos” y le cedió generosa la palabra final. “La quiero tener”, apuntó él. Y la dijo: “Gracias”. Y luego: “Molt bé”. Puro Espinàs.
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