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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Europe, make a move

Europa no se moverá por la independencia de Cataluña, pero sí puede hacerlo por una solución que no consista en aplastar a los independentistas

Albert Branchadell
Cadena humana en Montserrat para exigir la liberación de los políticos independentistas tomados.
Cadena humana en Montserrat para exigir la liberación de los políticos independentistas tomados.Pau Barrena (afp)

El 4 de abril se presentó la campaña "Europe, make a move", impulsada por una asociación que congrega a familiares de políticos independentistas encarcelados o desplazados al extranjero. La campaña se concreta en el envío masivo de una carta a los gobiernos europeos en la que se denuncia "una ola de actuaciones policiales, judiciales y gubernamentales gravemente vulneradoras de derechos fundamentales reconocidos en la Convención Europea de Derechos Humanos, la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea y la propia Constitución española". La carta termina afirmando que la Comunidad Europea nació con el objetivo de que "el veneno del autoritarismo y el fascismo no volviese nunca más a apoderarse de los estados", y denunciando que "la misión y el alma fundacionales de la Unión están en riesgo desde el momento en que la Unión permite la deriva autoritaria de uno de los estados miembros sin ningún tipo de reacción para impedirlo".

La verdad es que no parece que la carta vaya a surtir mucho efecto. Es poco probable que Angela Merkel se dirija a Mariano Rajoy para afearle su deriva autoritaria o que Jean-Claude Juncker amenace a España con sanciones del mismo modo que amenazó en su día a Polonia. En el asunto catalán, la Comisión Europea está muy lejos de declarar algo parecido a lo que declaró en diciembre: "existe un riego claro de violación grave del estado de derecho en Polonia".

Una de las razones para que persista el silencio gubernamental europeo en el asunto catalán estriba en el fondo de la cuestión y su relación con "la misión y el alma fundacionales de la Unión". La carta relata con detalle la situación producida en Cataluña a partir del referéndum del 1 de octubre; lo que no explica es que el referéndum había sido explícitamente prohibido por el Tribunal Constitucional español, ni que su objetivo era proclamar unilateralmente la independencia de Cataluña. En otras palabras, lo que no explica la carta a las autoridades europeas es que el referéndum del 1 de octubre era una iniciativa contraria a "la misión y el alma fundacionales de la Unión" explicitadas en un texto fundamental que la carta se olvida extrañamente de invocar.

Ese texto no es otro que el Tratado de la Unión Europea, cuyo artículo 4 afirma que "la Unión respetará las funciones esenciales del Estado, especialmente las que tienen por objeto garantizar su integridad territorial". Es cierto que la Comunidad Europea nació contra "el veneno del autoritarismo y el fascismo", pero no es menos cierto que la integridad territorial de los estados miembros está en su ADN. La Segunda Guerra Mundial no fue otra cosa que una sucesión de violaciones de la integridad territorial: tuvo su preámbulo con la desmembración de Checoslovaquia en 1938 y estalló con la invasión y anexión de Polonia en 1939. Sería muy extraño que un dirigente de la Unión Europea actual expresara simpatías por iniciativas encaminadas a perturbar la integridad territorial de uno de los estados miembros.

Casi por definición, "Europa" no puede apoyar la independencia de Cataluña. Pero sí puede hacer dos cosas muy interesantes: la primera es limar los excesos de la respuesta española al independentismo catalán. De hecho, es lo que hizo el pasado día 5 de abril la "Europa" encarnada en los jueces de Schleswig-Holstein que infligieron un serio correctivo al relato de la rebelión formulado por el juez Llarena, jaleado por la fiscalía y aplaudido por el Gobierno español. La segunda cosa que puede hacer Europa es erigirse en la garantía última del autogobierno catalán frente a las políticas recentralizadoras que están en el origen del procés. Y en esta cuestión sí que es posible invocar los tratados europeos: el mismo artículo que garantiza la integridad territorial de los estados miembros proclama el respeto por la autonomía local y regional. Y el artículo 167 del tratado de funcionamiento de la Unión establece que “la Unión contribuirá al florecimiento de las culturas de los Estados miembros, dentro del respeto de su diversidad nacional y regional”.

He aquí los fundamentos de una posible hoja de ruta para un gobierno independentista pragmático en Cataluña: anclar la defensa del autogobierno catalán y de la diversidad nacional de España no solo en la Constitución sino también en los tratados de la Unión. En resumen: Europa no se moverá por la independencia de Cataluña, pero sí puede hacerlo por una solución al conflicto catalán que no consista en aplastar a los independentistas sino en proporcionar al conjunto de catalanes un autogobierno de calidad.

Albert Branchadell es profesor de la Facultat de Traducció i Interpretació de la UAB.

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