El hechizo de Puigdemont
El 'expresident' ha vivido en una burbuja ajena a los cambios que hace España o, más bien, dando por hecho que España no existe
La capacidad que tiene Carles Puigdemont de hipnotizar su entorno político mantiene el secuestro de las iniciativas políticas que, desde el independentismo, busquen una salida para constituir un gobierno posible y zafarse del 155. Es un propósito complicado porque, sea cual sea el giro, siempre va a generar frustración en el independentismo radical-populista. En todo caso, haría falta que de entre las filas de un bloque independentista cada vez más inconexo apareciera un líder capaz de dar ese golpe de timón sin aparecer –o asumiendo el riesgo– como traidor a la causa de la secesión. Aunque más que improbable, lo razonable sería decir: sigamos por la senda de la secesión pero antes gobernemos para todos y así quizás incrementaremos de forma sustancial un apoyo social por ahora insuficiente. En esa fase, la unilateralidad sería retórica pero sin constar en la agenda política.
Llámesele mal menor o el mejor de los giros posibles, porque un mínimo sentido político lleva a sospechar que la alarma económica y los conatos de desorden público acabarían por provocar una situación de caos socialmente insostenible. Pero mientras haya quien se deje abducir por el hechizo de Carles Puigdemont, la actual arritmia del procés se mantendrá en la parálisis institucional, el desconcierto de las clases medias y la obstrucción a cualquier otro liderato secesionista. Con el "agit-prop" de TV3 y Catalunya Ràdio las instigaciones son constantes, como entrevistar a un expresidente prófugo de la justicia, que se insulte a un político de Ciutadans en el plató o se dé un trato de banquillo de los acusados a quienes no están por la ruptura con España.
La táctica de Puigdemont es secuestrar la dinámica política catalana y afectar negativamente –en la medida de lo posible– la actuación del Estado. Quizás es porque el expresidente de la Generalitat, hoy prófugo de la justicia, desconoce la naturaleza de un Estado. Desde sus años de juventud independentista, Puigdemont ha vivido en una burbuja ajena a los cambios que hace España o, más bien, dando por hecho que España no existe y que su Cataluña –irreal y rústica– es el eje de rotación del mundo, a pesar de la globalización y hasta el punto de que la Unión Europea solo existe si atiende al secesionismo catalán y si no lo hace es un fraude.
En Con permiso de Kafka, el ensayo concluyente del historiador Jordi Canal sobre el proceso independentista, los precedentes de la burbuja Puigdemont son analizados de forma muy certera: todo comienza por establecer un vínculo irreal entre la Generalitat contemporánea y la Diputación del General del siglo XIV, trabar el sentimiento de catalanidad con una hipotética nación con derecho a ser Estado, el pueblo herderiano como ente romántico, hiperdimensionar la crisis de 1898, contraponer Cataluña como patria a una España que solo es Estado, la historiografía a la medida nacionalista, por no hablar de los tics etnicistas o el supremacismo. Como dice Canal, el nacionalismo es una construcción, y la nación, una construcción de los nacionalistas porque antes del siglo XX no existía una nación llamada Cataluña. Luego llegó la idea de “recatalanizar Cataluña” que con el pujolismo equivale a “fer país”, “construïr Catalunya” durante veintitrés años.
De la Lliga a ERC, la política de lo razonable se extravía y así se acaba llegando al 6 de octubre de 1934 y ahora a Carles Puigdemont. Mientras, la incapacidad integradora del nacionalismo se demostraba con la alta abstención habitual en las elecciones autonómicas hasta la novedad de Ciutadans como partido más votado.
No es anecdótica la digresión de Canal sobre el Eje Transversal Lleida-Girona inaugurado kilómetro a kilómetro por Pujol cuando en realidad no lo había pagado la Generalitat sino el Estado. Entonces Artur Mas dijo que, si se sabía la verdad sobre la financiación del Eix, el gobierno convergente se hundía. De nuevo la gran burbuja victimista, la lealtad ciega a una nación ficticia y a sus mitos. Nunca estuvo clara la necesidad de un segundo "Estatut" pero las élites procesuales –según Canal– han pilotado Cataluña como si fuera un gran videojuego. Con permiso de Kafka, el hechizo de Puigdemont acaba siendo el ahogo de Josef K a las puertas de la justicia inaccesible. Canal lo enlaza con una cita de Cháves Nogales, hoy más vigente que nunca: “Reconozcamos que Cataluña tiene esta virtud imponderable: la de convertir a sus revolucionarios en puros símbolos, ya que no puede hacer de ellos perfectos estadistas”. Finalmente el poder de hechizo abandonará a Puigdemont porque incluso las rosas amarillas se marchitan.
Valentí Puig es escritor.
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