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El trencadís del Park Güell pierde la piel

El Ayuntamiento de Barcelona batalla por impedir que los trozos de azulejo del Modernismo desaparezcan

Alfonso L. Congostrina
Un especialista trabaja en la recuperación de un fragmento de trencadís en el Park Güell.
Un especialista trabaja en la recuperación de un fragmento de trencadís en el Park Güell.Gianluca Battista

Decenas de personas, casi todas de origen asiático, se arremolinan en la puerta de uno de los principales atractivos turísticos barceloneses: el Park Güell. Una pieza fundamental en las fantasías modernistas de unos visitantes dispuestos a masticar a fotografías cada punto de la ciudad. Tras la entrada, un conjunto de edificaciones retorcidas inspiradas en la naturaleza. El Modernismo, una corriente que a principios del siglo XX estaba dispuesta a romper con todo lo que le rodeara buscando una estética que embobara y transportara, quién sabe dónde, al espectador. Cuando las paredes, los techos y mil y un acabados son redondos, curvos o esféricos las tejas para aislar los edificios son imposibles. Fue entonces cuando artistas como Antoni Gaudí y, sobre todo, Josep Maria Jujol, idearon la construcción de mosaicos a partir de fragmentos de azulejos rotos y unidos con mortero. Una técnica vistosa, que en ocasiones utilizaba materiales de desecho, y que se bautizó como trencadís (algo así como troceado, roto…).

Una pericia brillante con inmejorables resultados estéticos y que ahora, un siglo más tarde, se ha convertido en un quebradero de cabeza para el Ayuntamiento de Barcelona. El emblema con el que se venden más souvenirs de Barcelona, el trencadís, peligra constantemente. Se rompe, se cae e incluso algunos (turistas y propios) se lo llevan como trofeo de su visita a la capital del Modernismo. El consistorio repara continuamente unos elementos que alguien dijo que eran material de desecho.

Anna Ribas, arquitecta de patrimonio del consistorio barcelonés, señala las debilidades del icónico trencadís: “Está hecho con azulejo de Valencia que es un elemento pensado para colocar en interiores. Lo colocaron en el exterior. Estas piezas cerámicas son, originalmente, de 20 x 20 centímetros cocidas al horno y con esmalte. Para hacer el trencadís se rompen y, por lo tanto, se debilita la pieza. Esos trozos son los que se enganchan en un soporte con un mortero de cal”. Ribas detalla los principales enemigos de las icónicas piezas: “Los cambios climatológicos, las heladas, el sol… hacen que los trozos de cerámica enganchados se rompan. El coeficiente de dilatación entre el esmalte y el soporte de los azulejos es diferente por lo que no tardan en fisurarse. Es entonces cuando entra el agua, se instalan los hongos y las algas y, al final, cae el esmalte”.

Las icónicas obras modernistas van perdiendo la piel con la que atraen a los visitantes de medio mundo. El consistorio lleva años poniendo freno a esta lepra constructiva. “Cuando una pieza cae, o se la llevan, lo habitual es que empiecen a desaparecer las que le rodean. Antes de que eso ocurra buscamos azulejos de las mismas características del que se ha perdido. Cortamos un trozo de la misma forma y lo colocamos. Cuando podemos reconstruir una pieza lo hacemos y, si no, reproducimos el azulejo perdido. El resultado no siempre es óptimo ya que antes se utilizaban unos pigmentos muy tóxicos que ahora están prohibidos y se cocía en hornos de leña que hacían humo y eso hacía reaccionar a la pieza de manera muy diferente”, recalca.

Manolo Cárdenas tiene 54 años y lleva media vida dedicándose a la albañilería. Hace ocho años le encargaron un trabajo en el Park Güell, alguien vio su destreza y desde entonces su principal función es sustituir el trencadís. Sin saberlo se ha convertido en un descendiente de los maestros modernistas que parieron el parque. Tiene el ojo acostumbrado y solo con mirar una pared distingue piezas en buen, mal estado, nuevas y antiguas. Pasa la vida sobre un andamio y, quizás, sea uno de los operarios más supervisado. Diariamente soporta con simpatía las miradas de turistas ávidos de conocer, a golpe de cronómetro, los secretos de esta parte de la ciudad. “El trabajo que yo hago es casi como montar un puzle. Tengo que ir buscando las piezas que debemos colocar y, después, es cuestión de paciencia, mucho buen gusto y saber esperar a que llegue la pieza idónea”.

Manolo construye y coloca las piezas perdidas, pero la jefa de conservación, Anna Cusó, es la encargada -junto con su compañera Núria Prat – de restaurar las que todavía tienen solución: “Es un material difícil que tiene vida, muchas patologías y, lo peor, se encuentra en plena intemperie”. Carme Hosta, también arquitecta de patrimonio del Ayuntamiento de Barcelona, enumera la cantidad de ocasiones en las que se han restaurado partes del parque: “El banco del parque es delicado porque además se sienta el público, las cubiertas de los pabellones de entrada…”.

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Solo en el Park Güell, el consistorio destinó el pasado verano 5.738.132 euros para mantenimiento y rehabilitación. En ese presupuesto se incluía, además de otras partidas, la restauración del trencadís. La teniente de alcalde de Ecología, Urbanismo y Movilidad, Janet Sanz, reivindica la técnica como “un elemento icónico de nuestra cultura, una muestra viva del modernismo y uno de los máximos exponentes de la arquitectura catalana”. Sanz recuerda que este verano se destinaron 5,7 millones y en noviembre 21 millones para llevar a cabo 179 actuaciones destinadas a “incrementar el uso social del espacio y su entorno en el parque Güell”.

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