Independentistas y españolistas
El independentismo no recuperará una posición relevante si no abandona la polarización nacionalista y populista entre las ideas de Cataluña y de España de la que ha sacado tantas y tan precarias rentas
El independentismo anda como pollo sin cabeza. No sabe a dónde va y apenas ya de dónde viene. Jamás ha tenido estrategia y ahora ni siquiera se propone tenerla. Era magia todo entero. Como idea abstracta a la que adherirse incondicionalmente podía funcionar. A fin de cuentas, Cataluña lo tiene todo para ser una nación independiente y solo le faltó lo más imprescindible para conseguirlo: las condiciones que se forjan a lo largo de la historia y la geopolítica durante siglos y las circunstancias propicias, el momentum, unos vectores que confluyen en la ausencia de otros dos elementos definitivos, la voluntad política sin límites debidamente dirigida y la mayoría social organizada que quiera separarse.
Antes, durante la entera centuria catalanista, fue puro idealismo platónico enfrentado a la brutal y violenta realidad del siglo XX. Ahora, ha sido pura magia. A quienes siguen aferrados a la idea, y más a quienes han nacido, crecido y han sido educados en ella, les será difícil abandonarla. La ecuación hegeliana y romántica que exige como resultado de la madurez histórica de una nación su constitución como Estado independiente ha movilizado al menos desde hace dos siglos a los pueblos europeos y de ahí la dificultad que se les presenta a los nacionalistas de hoy para darla por obsoleta, sobre todo tratándose de nacionalismos de tardío despertar como el catalán.
Nuestra máxima y reciente ebullición fue resultado de un doble proceso, desde abajo y desde arriba, desde los deseos del movimiento popular y desde la instrumentalización de las instituciones catalanas de la democracia constitucional española, copadas por los partidos independentistas. Dividido, sin instituciones y con una izquierda que ahora arriesga y apuesta por encontrar alternativas, las dificultades son probablemente insalvables si se trata de resucitar el proyecto fracasado. Se precisa un camino nuevo, orientado por una estrategia y no la magia, por el realismo en vez del platonismo. La base para regresar a posiciones relevantes existe, pero el obstáculo son los propios partidos, sus dirigentes caducados y sus ideas fracasadas e inútiles.
La sociedad catalana, sin distinción de colores e ideas, tiene en gran estima el autogobierno del país. Son irrelevantes los sectores sociales partidarios de un Estado centralizado. La idea de contar con el máximo grado de autogobierno posible en cada momento histórico, debidamente negociado, consensuado y aceptado por el conjunto de España, penetra toda la sociedad y todos los idearios, incluyendo los más conservadores respecto a la organización del Estado.
El independentismo es una ideología respetable, a pesar de su esterilidad. Nada hay que tirar a la papelera. Pero no recuperará una posición relevante en ninguna de sus versiones si no abandona la polarización nacionalista y populista entre las ideas de Cataluña y de España de la que ha sacado tantas y tan precarias rentas, ni es capaz de dirigirse respetuosamente a todos los catalanes, en vez de tachar de españolistas, desde el rencor de la derrota, a cuantos discrepan, incluso habiendo militado hace poco años en sus propias filas.
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