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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Son los partidos...

El líder máximo desde Bruselas quiere una sola cosa: un traje a medida, al coste que sea para las instituciones catalanas

Pere Vilanova
Un manifestante con una careta de Puigdemont en una manifestación de apoyo a su investidura.
Un manifestante con una careta de Puigdemont en una manifestación de apoyo a su investidura.massimiliano minocri

Los ciudadanos a menudo se quejan de los partidos, a los que culpan de muchos males, de ser la causa de los principales defectos de nuestros sistemas democráticos, pero finalmente, a la hora de votar, esos mismos ciudadanos acuden por millones a las urnas. En mucha mayor cantidad, sin duda ninguna, que la gente que acude a diversos tipos de movilizaciones, manifestaciones y concentraciones. Así se verificó con los movimientos de Indignados, 15-M, y otras variantes. Ello no hace menos importante las movilizaciones, pero en última instancia vivimos en regímenes de democracia representativa, dentro de los cuales los mecanismos de democracia directa son subsidiarios. Y sentada esta premisa, hay que reconocer que los partidos políticos son la pieza fundamental de la participación política.

Entre las críticas más frecuentes a los partidos, suele decirse que se han apoderado de las instituciones, tienden a controlar todo (desde la vida parlamentaria a los modos de designación de medios de comunicación públicos, órganos de control de constitucionalidad). Y sin embargo, hay que reconocer que no se ha inventado ningún método radicalmente alternativo.

Cuando no hay partidos, o hay sólo uno pero es obligatorio, podemos ahorrarnos cualquier comparación. Y cuando aparece un supuesto líder excepcional, en situaciones supuestamente excepcionales, que pretende adaptar el funcionamiento de las instituciones, y no sólo gobierno y parlamento, a su “destino manifiesto”, entonces saltan todas las alarmas. Estamos precisamente en este caso. Las elecciones del 21-D, relatos de “marco mental” aparte (la señora Artadi dixit) fueron autonómicas, dentro del marco estatutario y de la Constitución vigente. Fueron parlamentarias, y hasta siete candidaturas sacaron representación parlamentaria. Sin mayoría absoluta de una de ellas, la lógica parlamentaria se traslada a negociaciones, posibles coaliciones, y un proceso de investidura. Caben diversas posibilidades, por definición. Y ello lleva de vuelta a las negociaciones, que en régimen parlamentario son —de nuevo, por definición— cosa de los partidos políticos. Y aquí la cosa descarrila cada vez más.

En el campo independentista se ha impuesto un discurso según el cual sólo hay un candidato posible, como si se hablase una ley de la naturaleza, cosa que es falsa. Hay tantos como quieran los partidos representados. Resulta que ese líder manifiesto tiene una situación objetivamente complicada, guste o no, pero da igual, el ya citado “marco mental” no dejaría ninguna otra alternativa. Para ello si es preciso cabe retorcer leyes e instituciones, el Reglamento, la Ley de la presidencia de la Generalidad y del Gobierno, con reformas “exprés”, y un largo etcétera. Se ha impuesto una lógica absurda que, paradójicamente, afirma que con una enorme astucia “jurídica” se resolverá todo. ¿No habíamos escuchado que el problema no es jurídico sino político? ¿A qué viene entonces este forcejeo con instituciones y normas que se merecen un respeto? Y todo esto, porque el líder máximo desde Bruselas quiere una sola cosa: un traje a medida, al coste que sea (para las instituciones catalanas). Quiere seguir siendo President. Esta estrategia suicida ¿ayudará a levantar el 155? Nadie lo cree seriamente. ¿Ayudará a que los presos salgan de la cárcel? Por desgracia, el efecto es el contrario por el momento.

El problema de fondo es el siguiente: los partidos han de actuar como tales, asumir que son los responsables y gestores de las instituciones de la Generalitat, y no están al servicio del señor. Puigdemont, sino de una cosa que por fortuna ya tienen, una clara mayoría absoluta. Sobre todo si piensan seguir dando un valor añadido a la CUP, que sólo tiene cuatro diputados. Han de decidir qué piensan hacer desde una estrategia clara, a la cual adaptar sus siguientes pasos tácticos. No al revés. No se les escapa que estamos hablando de partidos políticos que son tales, ERC y PDeCAT (aunque éste tenga problemas para consolidar una marca renovada, no sólo una marca electoral). Lo otro, Junts Per Catalunya, no es un partido, es una lista de circunstancias a la medida del líder máximo, sin pasado, con poco presente y un más que incierto futuro. En última instancia, en algún punto los partidos, y en particular los dos aquí citados, han de dar el alto, sentarse a negociar (ellos dos), y pactar un escenario que ofrezca un recorrido de salida no coyuntural, no para la semana o el mes que viene. Para una nueva etapa que empezó con el 155 y para salir de una escena que a día hoy se parece al Waterloo de Napoleón. Es un problema de ambición unipersonal ilimitada.

Pere Vilanova es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.

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