Velázquez, El Greco y Zurbarán también ‘viven’ en el MNAC
El museo inaugura las remodeladas salas de Renacimiento y Barroco e integra el legado Cambó y la colección Thyssen
En 2014 en la nueva presentación del arte de los siglos XIX y comienzos del XX, el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) se empeñó en dejar de lado una presentación canónica dominada por grandes obras y artistas y potenciar al máximo sus fondos. “La colección es la que es. Pero es única”, dijo entonces el director del museo Pepe Serra. Esta filosofía ahora se ha vuelto a repetir en la nueva presentación de la colección del Renacimiento y Barroco formada por más de 1.400 piezas, muchas de ellas condenadas hasta ahora a las salas de reserva por falta de espacio y por la presión de otros periodos hegemónicos como son el románico y el gótico. “Este periodo sufre cierto acomplejamiento dentro del museo, pero es una perla”, asegura el expresivo Serra, antes de mostrar el fruto de dos años de trabajo. Lo demuestran que estas obras son las que más se piden para exposiciones y más viajan internacionalmente. La última en regresar desde Washington es El retrato de Charles-Michel-Angel Challe de Jean-Honré Fragonard, mientras que El charlatánde Giamdomenico Tiépolo comienza pronto una gira de nueve meses también por Estados Unidos.
Las nuevas salas de Renacimiento y Barroco muestran obras, sobre todo pintura, pero también escultura, estampas y dibujos, reunidos no por el gusto de una institución como la monarquía. Tampoco forman una colección planificada de forma sistemática. Son obras reunidas gracias al interés y las adquisiciones de una institución como la Junta de Museos y la Real Academia de les Buenas Letras de Barcelona, además de las donaciones de coleccionistas privados y fruto de las circunstancias históricas, sociales y culturales de comienzos del siglo XX.
Los responsables del museo con Serra a la cabeza, pero también el coordinador de colecciones Francesc Quílez, el conservador de Renacimiento y Barroco Joan Yeguas, asesorados por Juan José Lahuerta, seleccionaron, de entrada 400 obras, pero al final se exponen solo 250 (antes eran 130) que pueden verse en 1.300 metros cuadrados que antes era un “pasillo infernal” alrededor de la gigantesca Sala Oval. Las paredes han abandonado el triste color blanco roto que lucían desde la reforma de Gae Aulenti y se han vestido de un intenso azul que resalta y potencia las obras coloristas de estos dos periodos.
Lo primero que sorprende es ver juntos cuatro obras del poco prolífico Bartolomé Bermejo (el Prado expone solo dos), tras incorporar en comodato dos pinturas del Institut Amatller de Arte Hispánico. “Es un pintor del final del gótico, que hace de bisagra magnífica entre el fin de un periodo y el comienzo de otro”, destaca Quílez. Bermejo da paso y descubre una de las claves de la presentación: no estamos ante un recorrido cronológico, sino temático y conceptual reuniendo las obras a través de temas como el paisaje y la perspectiva, el amor y la maternidad, la pasión y el sacrificio, místicos y visionarios, biografías pintadas, naturalezas muertas, la imagen del donante y geografías imaginarias, algo que permite agrupar obras de autores dispares e incluso contrapuestos en la misma sala, “que acaban enriqueciéndose unos a otros”, matiza Serra.
Sí se han creado tres ámbitos cronológicos: el Renacimiento en Cataluña, con obras como las figuras de alabastro de Damià Forment o las dos únicas tablas conservadas de Ayne Bru (sobre el martirio de Sant Cugat) o uno de los tres impresionantes tapices flamencos que la Generalitat de Cataluña compró en el mismo siglo XVI y que hasta ahora estaba enrollado. “Explica los diferentes formatos y las influencias externas del arte que se hace en el siglo XVI aquí”, explica Yeguas. El segundo ámbito es el Siglo de Oro español donde brillan pinturas de Diego Velázquez, José de Ribera, Francisco Ribalta, Juan Bautista Maíno o Francisco de Zurbarán (el museo no cuenta con ningún Murillo). El tercero presenta obras del barroco catalán con artistas como Antoni Viladomat y Francesc Pla, el Vigatà, los mayores artistas que dio este periodo en Cataluña.
La nueva presentación (que ha tenido un coste de 433.475 euros) ha integrado dos de las colecciones que se mostraban de forma aislada hasta ahora y durante el recorrido se pueden ver 40 obras del Legado Cambó y 18 de la Colección Thyssen-Bornemisza. Muchas veces son algunas de estas obras las que más más despuntan en estas salas que presentan aspecto de gabinete de coleccionista. Es el caso de Virgen y el Niño con Santa Isabel, de Rubens (colección Thyssen) o el minúsculo El viejo de Lucas Cranach (legado Cambó). “Ganan en visibilidad y se integran perfectamente”, remacha Serra.
Muñoz Ramonet
Es difícil resaltar del conjunto a alguna de las muchas obras que han abandonado para siempre las salas de reserva o han pasado por el taller de restauración y parecen nuevas. En el recorrido se han integrado y pueden verse por primera vez, pese a que son patrimonio de los barceloneses desde hace 27 años dos piezas con grandes firmas: una de El Greco (y con ella son tres las pinturas del cretense en el MNAC) y otra de Goya que el industrial Julio Muñoz Ramonet legó en 1991 a la ciudad en un testamento que sus cuatro hijas siguen cuestionando. Tras varias sentencias que dan la razón a Barcelona el juez ha obligado a que las Muñoz depositen estas dos piezas valoradas en siete millones y medios de euros en 2011 y ha permitido que puedan verse haciendo efectivo la voluntad última del industrial coleccionista. Ahora solo falta recuperar casi un millar de obras más de este disputado y polémico legado. Quien sabe si algún podrán verse también en estas salas del MNAC.
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