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ojo de pez
Crónica
Texto informativo con interpretación

El huerto del ermitaño que se perdió

La cultura del foravila (el campo), de cultivar, de la agricultura, tiene el manual de los tiempos, la lógica y las costumbres

La cultura del foravila (el campo), el cultivar, la agricultura, tiene el manual de los tiempos, la lógica y las costumbres.
La cultura del foravila (el campo), el cultivar, la agricultura, tiene el manual de los tiempos, la lógica y las costumbres.J. S.

El huerto del ermitaño que se perdió En el huerto doméstico -casi un cuarto más de la casa, un jardín cerrado- se puede obrar un dietario de la vida desde la tierra, un manual parcial de subsistencia que habla de la geografía y de las necesidades, de las costumbres de la gente y del país El huerto del ermitaño perdido Andreu Manresa, Palma Un bodegón de menú repetido: plato de cerámica vulgar (test/arcilla) y una cuchara de madera blanca, una cazuela plana llena de la naturaleza doméstica inmediata, que huele amable a verdura, apenas cocida: sobre un lecho de rebanadas de pan, escaldadas con el caldo limpio de las hojas verdes, frutos y raíces, legumbres y hortalizas, y un chorro de aceite. Y un platillo con aceitunas rotas y otro con rábano. Los colores muertos blandos de esa mesa mudan todo el año, según la despensa libre y corresponde al ciclo común de las añadas del huerto, "del tiempo", del momento, según las estaciones.

El retrato, humilde y sano, es una isla dentro de la isla vieja que probó ser resistente, ajena al hervor y mutaciones sociales del urbanismo y el turismo. El instante, cierto e indiscreto, sólo se retenía, terminal, en la única casa de cristianos antiguos con hábito, aislados, que queda habitada por ermitaños, la de Valldemossa, un nido anclado entre rocas, encinas, en medio del cielo y el mar, en tierras de Ramon Llull y el inevitable Archiduque.

Allí queda el cementerio en tierra, la capilla y el huerto mediterráneo ejemplar, como un hito fuera de la historia. Restan los tres últimos ermitaños de la isla y de la orden insular, toda vez que vez la congregación religiosa, cerró por vejez y bajas, sus celdas con almohada de piedra de los santuarios y ermitas en las montañas de son Salvador de Felanitx; el Toro de Menorca; Bonany de Vilafranca, y el Puig de Inca. (En Betlem de Artà habita, resistente, un cuidador del pasado, un laico retirado con barba larga, en Joan, que vela el entorno y repasa una biografía contemporánea off).

Las comidas de muchos de días -por ejemplo los ermitaños o miles de Isleños, humildes y señores-, nacían de un trocito de piel pelada( de los silvestre) de la isla. La tierra amorosamente cultivada, respira. En los domingos o al estar enfermo, había caldo y huevos de gallina del corral, esclatassangs y setas, pescado y marisco corriente de litoral. En otro tiempo comían tortuga (no se consideraba carne) en el ciclo de abstinencia y ayuno tan remarcados.

En un huerto -casi un cuarto más de la casa, un jardín cerrado- se puede obrar un libro dietario de la vida desde la tierra, un manual parcial de subsistencia que habla de la geografía y de las necesidades, de las costumbres de la gente y del país, de una comunidad, de una familia, cualquiera.

La cultura del foravila (el campo), el cultivar, la agricultura, tiene el manual de ciclos, temporadas, rutinas, la lógica y las costumbres. De la lectura del mundo inmediato de un huerto casero, salen cien sopas secas, tantos de arroces, escudillas, ensaladas, cocinados, estofados, tortillas, croquetas, tumbet, trempó, pimientos asados, salsas, encurtidos, conservas, cien cocas de verdura. Desde la minucia de la lenteja al rústico garbanzo, del patató, al nabo y el boniato. Del sofrito (grell, cebolleta) la cebolla blanca y la cebolla vieja; los tomates imprescindibles, las berenjenas en las distintas judías pasando por las espinacas, el apio. Los brotes y plantas ignorados pero alimenticios, sanos.

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En el libro 'La cuina dels ermitans', que Miquel Font editó hace años, escrito por el que fue eremita de Betlem, Miquel Rigo Far, (que salió y fue guía turístico) está el manual culinario de los hombres tan solitarios y muy austeros. Es la ruta de la naturaleza que fructifica del trabajo de la tierra: así sopas (secas de cada día), de verano, de pescado 'de señor' o 'del tercer misterio', los guisos, los pescados humildes, el "arroz simple o de algún día laborable "(a imitar por algún chef de retórica grandilocuente) un singular" arroz de ‘ca’ " o el que usa una bolita de sobrasada y los 'caracoles sin cáscara”.

El manual de cocina es un recurso a la naturalidad, testimonio de una vida y unos paisajes que ya escaparon. En el libro queda dicho un arroz paella que casa con el de son Salvador de Felanitx, donde la cuarta generación de la misma familia Mateu conserva en el siglo XXI el arroz seco más sabroso, salvaje y volcánico de la isla. Hace casi un siglo que existe una cocina-fonda pública en el santuario.El cocinero pionero en 1920 (Guillem Mateu, así se llama su nieto, el actual) era hermano del superior de los ermitaños y ! como no ! hermano del mayordomo de Juan March. Como una fábula, casi todas las historias contemporáneas de Mallorca tropiezan o aluden a Juan March, a un March.

Los huertos, los caminos de acceso al monte, el bosque, y el rezar hasta seis veces cada día (dos veces por la noche) eran obligaciones de los ermitaños, entre aires buenos, soledad y nada de ruido. A veces llegan la niebla y un frío extremo, siempre mucho sol y una luz azul, roja, blanca y de cristal, según las horas, el cielo claro, de vez en cuando ventoso, desaforado.

Las comidas, simples, normales, de cada día. Un solo plato de fiesta, de día de Pascual y una sola autorreferencia "frit de los ermitaños". Y la concreta cita los encurtidos de litoral y márgenes, hinojo marino y alcaparras. Los hombres recolectores, nosotros, como los primitivos. —Como en un cuento triste de Navidad (con personaje real), al finalizar 2017 fue noticia reiterada en IB3 y la prensa local la desaparición en el bosque de la ermita de Valldemossa del ermitaño Benet, el encargado del huerto magnífico, pulcro, casi ascético, creador de bonsai. Benet salió a buscar ‘herba de la roca’, para decorar el belén del mini templo. Cayó, quedó inmóvil, no puedo regresar y nadie entre los muchos que le buscaron durante días se percató de su presencia, en lugar donde cayó y yacía lesionado. Murió de frío el día 25 de diciembre. El fue ‘el autor’ durante dos décadas del huerto de los ermitaños, su vida. Pie La cultura del foravila (el campo), el cultivar, la agricultura, tiene el manual de los tiempos, la lógica y las costumbres.

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