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Unidos en la incertidumbre

Los vecinos de Santa Coloma de Gramenet, donde gobierna el PSC, y de Vilassar de Mar, de hegemonía nacionalista, muestran preocupaciones similares

Cristian Segura
Banderas independentistas en la calle Sant Ignasi de Vilassar de Mar (Barcelona), ayer.
Banderas independentistas en la calle Sant Ignasi de Vilassar de Mar (Barcelona), ayer.Joan Sánchez

Entre los municipios de Vilassar de Mar y Santa Coloma de Gramenet, ambos en la provincia de Barcelona, solo hay 15 kilómetros de distancia. Pero sus realidades políticas son opuestas. En las elecciones autonómicas de 2015, las candidaturas independentistas Junts pel Sí y la CUP obtuvieron en Vilassar un 61% de los votos; en Santa Coloma, territorio del PSC, el secesionismo sólo sumó el 19%. Pese a las diferencias, un recorrido por sus calles ofrece sensaciones comunes entre sus vecinos; la principal de ellas, la incertidumbre.

Mediodía del 12 de octubre. En Casa Pepe, histórico bar de Santa Coloma (120.000 habitantes), se siente la efeméride. Dos jóvenes entran y el camarero, un clásico con chaleco y pajarita, les pregunta cómo están. “Bien, ¿cómo íbamos a estar si hoy es la Fiesta Nacional?”, contestan ellos. Comentan los grupos de WhatsApp en los que participan; uno destaca que fulano insiste demasiado para que vuelvan a jurar la bandera; otro dice que mengano se pasa con los chistes, que podría poner alguno “del otro lado”. Entra otro asiduo, para comprar un puro. Examina la caja del tabaco, toma un cigarro y añade que se lo lleva a regañadientes “porque aquí pone que es de Madrid”. “Pues tráeme brevas catalanas y te las vendo”, replica el camarero.

Fabián Cerezedo y su esposa pasean al perro por la calle de Casa Pepe. Se encuentran lejos de su barrio, Fondo, una zona de recientes olas de migración extranjera cuya integración, aseguran, les preocupa más que la independencia. Cerezedo dice no estar preocupado por el desenlace del choque con las instituciones del Estado y cree que la cosa solo se puede descontrolar “dependiendo de qué fuerza utilice el Gobierno”. Trabaja en una empresa industrial extranjera —no precisa más— y sostiene que la fuga de empresas es una estrategia del Gobierno para generar miedo que no tiene efecto real en la economía pero sí ha calado en la población: “Incluso mi madre me dijo que quería sacar sus ahorros de La Caixa”, cuenta.

Eutiquio Gómez y su amigo Emilio se encuentra periódicamente en los bancos de la plaza d’En Manelic para charlar. Don Emilio tiene 90 años y emigró hace sesenta años procedente de Castilla-La Mancha. Trabajó en una central hidroeléctrica en Guadalajara y en Santa Coloma se empleó en el mantenimiento de las calles y fue ebanista. “Hombre de muchos oficios y pobre seguro”, dice con ironía.

Gómez llegó a Cataluña con 18 años y fue miembro activo de los movimientos vecinales de Santa Coloma que durante la Transición fueron un referente del activismo social para mejorar las condiciones del municipio. Él considera que el conflicto independentista se nutre de diferentes problemáticas sociales: “Gota a gota el vaso se derrama. Es lo que ha sucedido, han ido sumándose reclamaciones; los jóvenes en el paro, la gente mayor que sufre por sus pensiones...”. Los dos amigos coinciden en que la sensación es de incertidumbre. Y ambos se preguntan si el president Carles Puigdemont proclamó o no la independencia. “Yo creo que Puigdemont volverá a hacer lo mismo y no se apeará, por muchas empresas que marchen. Sobre todo lo veo mal para Barcelona, que pierde crédito y prestigio”, reflexiona Emilio.

Temor a que explote

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Llúcia y Luis llevan 52 años casados. Aprovechan el día festivo para visitar Vilassar de Mar (21.000 habitantes), a orillas del Mediterráneo. La playa se llena a media tarde de bañistas y de pescadores. Llúcia y Luis piden un café en una terraza al final de la riera, frente a la carretera que surca el Maresme. Allí siguen los carteles que llaman a participar en el referéndum del 1-O. A diferencia de Santa Coloma, en Vilassar las banderas esteladas (independentistas) lucen por todas partes. Llúcia es independentista “y catalana de barretina”, dice; Luis es gallego y orgulloso de ser español. Sus diferencias políticas son notables pero las solucionan con humor y amor. Coinciden en la preocupación, eso sí: él porque ve un futuro económico negro para Cataluña y ella porque teme “que los políticos no encuentren una salida sin que la situación explote”.

Entre que es festivo y que hay un puente de por medio, el centro de Vilassar está medio desierto. La calle de Sant Ignasi es una vía de viejas casas de pescadores, casi todas engalanadas con simbología independentista. Un cartel en la plaza del Círcol recuerda que allí nació el cura Pere Ribot, activista catalanista durante el franquismo. En la plaza, espacio para jugar a la petanca, hay tres chavales. Pasan la tarde escuchando música y fumando. También comentan la situación política.

El más joven es Carlos León, de 19 años, que repite último curso de bachillerato. Él arranca la reflexión en grupo: “Me preocupa la situación pero me preocupa más que la gente no reaccione igual con otros problemas. Muchos se movilizan por un sentimiento nacional que no han meditado bien”. Aida Sanz, de 21, estudiante de un curso de técnica de laboratorio, añade: “Lo que falta es escucharnos, la gente está intoxicada por los intereses de cada medio o por las cadenas de móvil. Tenemos que pasar de estas influencias para salir de la trinchera, porque ahora o eres independentista o eres facha. Parece que al final solo lo solucionaremos a hostias”. Sara García, la mayor, 22 años, se ha formado en atención a personas dependientes y está en el paro: “El mercado laboral es muy precario. Yo preferiría que la gente se movilizara por esto, por los suicidios, por lo desahucios”.

Los tres se manifestaron el 3 de octubre contra las cargas policiales. “Los dos Gobiernos lo están haciendo fatal, pero en democracia la violencia no tiene cabida”, advierte Sanz. La actuación policial es lo que les motivó a participar en el 1-O, y es lo que los puede movilizar de nuevo a favor de las tesis del independentismo más extremo.

La alcaldesa socialista que rechazaba el artículo 155

Santa Coloma de Gramenet es el paradigma de las diferencias políticas entre el área metropolitana y el resto de Cataluña, pero también de las diferencias que hay en el cinturón rojo de Barcelona a la hora de encarar el conflicto. Su Ayuntamiento está liderado por el PSC desde 1991. Su alcaldesa, Núria Parlon, es una de las voces socialistas partidarias de establecer una mesa de diálogo entre La Moncloa y la Generalitat. Parlon escribe en el número de octubre de la revista El Mirall que "hay que decir basta y exigir que los Gobiernos de España y de la Generalitat se sienten y negocien inmediatamente, en un ejercicio de responsabilidad que encuentre de una vez por todas el remedio a un conflicto que no lleva a ninguna parte". Parlon aseguró el pasado junio que el PSOE rechazaría la aplicación del artículo 155 de la Constitución y que, en caso de aplicarse, ella abogaría por una mediación internacional.

En Santa Coloma tiene su sede Radio Teletaxi, propiedad del locutor Justo Molinero, cercano en su momento a Jordi Pujol y hoy al líder de ERC, Oriol Junqueras. Sus emisoras han tenido un papel fundamental en la integración de la migración española en la cultura catalana. Molinero pidió a sus oyentes que participaran en la consulta ilegal del 1-O. “Hemos luchado muchos años para poder votar”, dijo. También criticó que la justicia “quiera quitarle el mando de los Mossos a la Generalitat”.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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