Tertulia de necios
El autor diserta sobre el populismo en las calles de Barcelona y las incomprensibles palabras de Carles Puigdemont
Esa joven punketa que podría ser bella no se cambia la camiseta (como Isabel la Católica) hasta que conquiste las granadas de su encono y ese joven que ondea una banderola sin saber si es o no la que representa a su feudo y esos niños que corean el nombre de un dictador muerto o las amas de casa que anhelan la unidad general de todos los ciudadanos, aunque ellas ha tiempo que se han divorciado, separado o liberado de sus cónyuges y ese señor de corbata que pasa sin ver y es repudiado por no alzar los brazos al unísono y los miles de rumiantes que reproducen la Marcha sobre Roma sin saber si se trató de una farsa de Fellini o una escena de la peor película de gladiadores y los que leen el periódico para criticar cada nota con las corazonadas e intuiciones con las que descalifican los hechos en abono de toda posverdad que más o menos embone con el antojo delirante de cualquier opinión o los que se reúnen en la pantalla de la televisión para hablar mientras hable el que tiene la palabra y luego interrumpir casi a gritos los pocos instantes de silencio que preceden a la publicidad inamovible que anuncia pasta dental inmaculada o automóviles que alcanzan velocidades absolutamente prohibidas en cualesquiera de las vías pavimentadas, fuera de los circuitos de carreras profesionales y los cientos de jóvenes que hacen fila para las carreras cortas que garanticen un curro al paso y los ancianos que no olvidan los tiempos de los gritos entre pólvora y metralla y los niños que ya ni saben de qué sabor es el hambre, al filo del olvido, en medio de una inmensa tertulia de necios que no saben bien lo que se discute y lo que se pierde con tanta saliva agria.
Entre lunáticos queda explicado que dado que Uno cree que millones se han proclamado en su favor, asume entonces el mandato de las calles, ramblas y rúas y declara lo que acaban de escuchar, suspendiendo inmediata y aparentemente lo que acaba de declarar y el Otro, confiere cinco días hábiles (considerando que se cruza un asueto) para que me diga usted si recibe esta misiva en la que le pido que diga si dijo lo que dijo (y luego, se desdijo) o más bien, intentó decir lo que dicen que quiere decir, según dicen los dichos que inundan las redes, donde digo que me diga de una vez qué dice o quiere decir… en este enmarañado parlamento cantinflesco que más bien parece el necio intento por decirle a la Gordi que no se lleve a la boca la enésima donut rosácea de su insuflado colesterol.
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