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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Victorias y soluciones

En democracia, no hay mejor modo de agravar un problema que pretender resolverlo para siempre

Josep Ramoneda
El presidente español Mariano Rajoy.
El presidente español Mariano Rajoy.Jaime Villanueva

Con el temple que caracteriza a un partido incombustible como el PNV, Aitor Esteban dejó el pasado miércoles la sentencia definitiva de un debate muy contenido: Rajoy debe escoger entre la victoria y la solución. Es difícil avistar una solución efectiva tal como están las cosas. Pero el mayor acicate para obtenerla es que lo que Rajoy podría interpretar como una victoria sería una derrota para todos. Sin duda, los problemas indivisibles son los más complicados de resolver. Y este en parte lo es: ¿Es posible hacer divisible —es decir, susceptible de transacción— una exigencia de independencia?

El drama de los conflictos indivisibles es que solo se pueden resolver con la victoria de una parte. Ruptura unilateral independentista o derrota de los “sediciosos”. La ruptura unilateral hoy es imposible, porque el soberanismo catalán no dispone de cuatro factores imprescindibles para conseguirla: una mayoría social amplia, una o varias potencias que lo apoyen, capacidad insurreccional y, como se ha vistos con las fugas empresariales, poder económico dispuesto a acompañarle hasta el final.

Solo una vía pactada podría hacer posible una secesión de Cataluña, pero para estar en condiciones de forzarla, al soberanismo le queda mucha fuerza que acumular. De modo que, si la disyuntiva de Rajoy es victoria o solución, la de Puigdemont es entre la épica de la derrota y el pragmatismo de la política. Con la ANC y la CUP pisándole los talones, no lo tiene fácil. Evidentemente, el Estado dispone de poder más que sobrado para neutralizar momentáneamente al soberanismo por la vía judicial. Se puede ocupar las instituciones, pero al precio de perder a gran parte de la sociedad (y no solo el soberanismo), que es lo que Aitor Esteban advertía.

Hay ahora un momento de oportunidad para buscar espacios de acuerdo porque el soberanismo ha alcanzado el punto más álgido posible con las fuerzas de que dispone, con lo cual se asoma al precipicio. Puigdemont puede intentar mantener la iniciativa con apuestas más o menos imaginativas, pero es una estrategia de corto recorrido. El estado emocional de la sociedad catalana se resiente, la desazón vital habita a unos y otros, aflora un cierto deseo de normalidad, y la estrategia de los hitos históricos ha demostrado sus límites. A cada día decisivo le ha seguido una profunda resaca.

“Hay que buscar una salida a esto”, dice Rajoy. ¿Qué es “esto”? Quizás si las partes fueran capaces de compartir una respuesta a ésta pregunta todo sería más fácil. Pero esto significa el reconocimiento mutuo que hoy brilla por su ausencia. Para ello es necesario reconocer la realidad y no leerla a gusto de parte para encajarla mejor en los esquemas de cada uno. Es muy cómodo recrearse en los tópicos sobre el nacionalismo y el populismo para construir un retrato retrógrado del enemigo. Pero son dos millones y pico de catalanes, que cubren un espacio ideológico y social muy transversal, en el que evidentemente hay sectores muy nacionalistas, pero no solo.

El verdadero nacionalismo conservador era el pujolismo, con el que el PSOE y el PP no tuvieron ningún problema. Al revés, dejaron que construyera su espacio clientelar mirando a otra parte, porque les mantenía controlado el territorio y les garantizaba la mayoría para gobernar en Madrid cuando lo necesitaban. Y fue cuando salió Pujol y la olla se destapó que el independentismo inició su salto. Del mismo modo, no ayuda a avanzar apostarlo todo a la caricatura del Estado autoritario y opresor y a la evocación del franquismo para proclamarse víctima de sus abusos de poder. Por estos caminos solo hay una salida: victoria y derrota, meterse en un túnel que no nos llevaría muy lejos de donde estamos. “Lo que no es legal no es democrático”, dice Rajoy. La calidad de un Estado mejora con la capacidad para incluir más democracia. Así se han venido conquistando los derechos. El problema es que últimamente en Europa se restringen más que no se amplían.

La democracia liberal europea vive una crisis de gobernanza: la ciudadanía no se siente reconocida ni escuchada. Esta eclosión del llamado problema catalán —con todas sus características propias— es una expresión más de ello. Solucionarlo quiere decir encarrilarlo por unos cuantos años, siendo todos conscientes de que la cuestión catalana no es coyuntural, es estructural. En democracia, no hay mejor modo de agravar un problema que pretender resolverlo para siempre.

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