‘Souvenir’ de la urbanización pirata
Veraneantes, vecinos y periodistas se concentran en la casa que fue el centro operativo de los yihadistas
La urbanización Montecarlo no tiene alcantarillado, ni iluminación pública, ni aceras, ni calles asfaltadas. Viviendas improvisadas aquí y allá, solares abandonados, sometidos por matorrales, chumberas y los olivares del Montsià. Llamar Montecarlo al lugar es humor fino o soñar. En este rincón de Alcanar, a medio camino entre la antigua Cementera del Mediterráneo —hoy propiedad de la mexicana Cemex— y el camping Alfacs, se empezó a construir a hurtadillas a finales de los sesenta. Es un rincón idóneo para pasar desapercibido.
El camping Alfacs es el punto negro de la historia del municipio. Más de 200 personas murieron allí en 1978 cuando un camión cargado de propileno de la petroquímica de Tarragona explotó frente a él. La playa de Alcanar vuelve a ser noticia de la crónica negra por culpa del terrorismo islámico. La desgracia podía haber sido mayor: el jueves por la mañana, pocas horas después de la explosión fortuita que derribó la vivienda de los yihadistas, policías, vecinos y periodistas deambulaban entre las ruinas sin ser conscientes del peligro. Fernando Grúas, residente desde hace tres meses en la urbanización, accedió a la casa derrumbada el jueves por la mañana y contó hasta 92 bombonas de butano. Plantado bajo la sombra de una morera en la calle A de la Urbanización Montecarlo, Grúas espera a que le dejen volver a la torre en la que vive realquilado. Aguarda hasta que los artificieros detonen los posibles restos de explosivos que queden en la casa de los terroristas. A su lado también espera Esperanza. Sus hijos, residentes en Alemania, la han visto ya entrevistada en varias televisiones.
Tampoco faltan los curiosos ocasionales: una familia de Pamplona se acerca para hacerse una foto fugaz frente al cordón policial haciendo la señal de la victoria con la mano. Maria Cinta y su marido Jordi, residentes en el cercano pueblo de Masdenverge, comparecen en el lugar de los hechos con la excusa de echar un vistazo a una finca que habían tenido allí. En pocos minutos se vuelven por donde han venido agobiados por dos equipos de televisión, japonés y francés, que insisten en entrevistarles.
Ningún vecino dice conocer a los asesinos. Grúas recuerda que llegaban en motocicletas y en un coche pequeño. Esperanza sí conocía al anterior inquilino, el propietario de un bar en Sant Carles de la Ràpita. No pudo acabar de pagar la hipoteca y el Banco Popular se quedó con la vivienda.
El Hotel Montecarlo, de una estrella, se ubica frente a la entrada de la urbanización. En la barra tienen expuesta una bandeja con media docena de piedras, con una fecha escrita en bolígrafo: son trozos de ladrillos de la vivienda de los terroristas que salieron proyectados y aterrizaron en la piscina del hostal. Adelaida Cervera, 94 años, fundó el hotel en 1979. Cervera contempla el ajetreo de los periodistas con un vermut —“un rapitenc”, precisa su nieto: más sifón que vermut— y olivas de su pueblo, el Rosell, en Castellón. Cervera cuenta a quien quiere escucharla cómo sobrevivió a dos bombardeos en el Rosell durante la Guerra Civil, sus encuentros con los maquis en las masías del Maestrazgo. La primera explosión en la casa de los terroristas, la noche del miércoles, sorprendió a Cervera durmiendo. “Pensaba que era una broma”, dice Cervera. ¿Pasó miedo? “No, muy tranquilos”, y vuelve a su relato de la Guerra Civil, cuando las bombas caían cerca de las baterías antiaéreas en el Rosell, ella refugiada en una barraca, y al caer la bomba su cuerpo “rebotaba, como una pelota”.
Poco después de las cuatro de la tarde, los Mossos realizan una detonación controlada que hace temblar el hotel. Cervera hace rato que ha vuelto a subir a su habitación, a dormir la siesta.
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