Orgullo radical
Los colectivos aglutinados quieren mantener alejado el movimiento LGTB del “capitalismo rosa”
Si al World Pride se le atribuye el color rosa, la plataforma del Orgullo Crítico podría situarse en el ámbito del ultravioleta: una longitud de onda menos visible pero mucho más energética. Los colectivos aglutinados (que incluyen opciones más minoritarias como las personas poliamorosas o asexuales) quieren mantener las esencias rebeldes y antisistema del movimiento LGTB y mantenerlo alejado de lo que llaman el “capitalismo rosa”.
Este está fomentado, a su juicio, por las asociaciones LGTB oficiales o la Asociación de Empresarios Gays y Lesbianas (Aegal) en connivencia con las grandes marcas y las administraciones públicas. Denuncian el lavado de cara que empresas e instituciones quieren hacerse mediante el denominado “pinkwashing”. El caso paradigmático de este capitalismo rosa, que convierte lo LGTB en puro consumo, sería el barrio de Chueca y, cómo no, el World Pride que se celebra estos días en Madrid.
“Queremos hacer una critica profunda contra todo el proceso de mercantilizacion de las identidades y disidencias sexuales y de género que se está llevando a cabo, enfrentarnos a esta utilización del movimiento por parte de las grandes empresas”, dice Julia, una portavoz de la plataforma Orgullo Crítico, que lleva un año aglutinando a colectivos muy variopintos.
Su manifestación transcurrió el día 28, colorida, rebelde, asilvestrada, contracultural y con un punto punk, desde la lavapiesera plaza de Nelson Mandela hasta Plaza de España. Pelos de colores, caras pintadas, peinados afro, piercings, cabezas semirapadas, pelucones y carne a la vista, quieren alejarse de ciertos cánones estéticos con los que se ha asociado al movimiento LGTB. “Llamamos homonormatividad a esa idea de que los gays tienen que ser varones blancos, occidentales, guapos y con capacidad para consumir”, dice Julia, “aquí queremos mostrar toda la diversidad existente”. Vienen a denunciar que el movimiento prefiere integrarse en los cánones del heteropatriarcado más que reivindicar sus propios espacios. Algunos cuestionan ideas como que las personas LGTB tengan que casarse o tener hijos. “Nos negamos a que haya que encuadrarse en los cánones existentes para tener legitimidad, derechos y ser aceptados socialmente”, dice Julia.
“Esta marcha no es de fiesta, es de lucha y de protesta”, dice una de las consignas. En la manifestación la fauna es, desde luego, diversa, un verdadero arco iris. Colectivos de sordos, de personas negras, de “transmaricabollos”, de personas queer, de familias de menores trans, hasta se ve alguna bandera del colectivo gitano, muy alejado, en el imaginario colectivo, de estas causas. Se pone en la picota, también, la “gordofobia”: en una pancarta se lee “mujer, gorda, lesbiana, feminista, queer, orgullosa”. No abundan esos varones musculados y con tupé, que se ven en el concurso Mister Gay Pride, y cuya estética no identifican como propia. Los esloganes, radicales: “a, anti, capitalistas”, “lucha obrera transmaribollera”, “contra el capital, feminismo radical”. Aquí, como se ve, también reivindican la lucha contra las injusticias del capitalismo como propias de su causa, cosa que parece olvidada en otros sectores progresistas y de lucha por la identidad.
De alguna forma quieren recuperar el tono reivindicativo de la pionera revuelta de Stonewall, sucedida en Nueva York el 28 de junio de 1969, de fuerte carácter combativo ahora diluido en la celebración frívola y el consumismo, sin contar con los procesos de gentrificación que han ido parejos a la evolución de barrios como Chueca. “Vivimos fuertes procesos de gentrificación en los que las habitantes del centro nos vemos expulsadas por personas con rentas más altas que pueden pagar alquileres cada vez más hinchados”, dice Julia, “todo eso se ve acelerado por el proceso de turistificación al que contribuyen eventos masivos como el World Pride”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.