El mejor bar del mundo (o al menos de Malasaña)
El último hito del centenario El Palentino, en la calle del Pez, es protagonizar 'El Bar’, la nueva película de Álex de la Iglesia

El número 12 de la calle del Pez es uno de esos rincones particulares de Madrid. Ahí está El Palentino, bar centenario y uno de los lugares más emblemáticos de la capital. Sus baldosas jaspeadas llevan un siglo acogiendo a una clientela diversa, tradicional, adicta, moderna, intelectual o popular. En su barra, además de gin-tonics y pepitos de ternera, se han creado canciones, escrito artículos o cerrado tratos. El penúltimo hito de este local es protagonizar una película: El Bar (estreno el próximo 24 de marzo), de Álex de la Iglesia, quien además de rodar allí se inspiró en su clientela para su última creación.
El fundador de este local fue un señor de Palencia —de ahí el nombre— que se lo traspasó a la familia Herrezuelo. En 1977 falleció el patriarca y sus hijos, Moisés y Casto, se hicieron cargo de la barra. Ahí se vivió la Movida, se sufrió la heroína y se recibió la democracia.
Prostitutas, periodistas —acogía a la sedienta redacción de Informaciones, que estaba al lado del local—, hedonistas, turistas, estudiantes, hipsters o vecinos se alternan por su barra. “El público ha cambiado, pero nunca ha dejado de venir”, celebran sus dueños, Casto y Dolores, a la que todos conocen como Loli. El primero, de 79 años, es heredero de la familia Herrezuelo y el responsable de las ajetreadas noches del local; la segunda, de 65 años, la viuda del hermano de Casto y la cara diurna del establecimiento.
“Aquí puedes desayunar, tomarte un montado o una buena copa. Siempre, sea la hora que sea, hay ambiente y gente divertida. Además, es barato. Muy barato”, dice un joven desde su barra.
Los precios de El Palentino son imbatibles: un café con leche cuesta 1,10 euros; una caña, lo mismo; los copazos, 3 euros —nunca es garrafón y hace tiempo que los vasos de tubo dieron paso a la copa ancha—, y el pepito de ternera, su especialidad, a 2 euros (como el resto de montados). Aunque el pan no sea el más crujiente de la ciudad, está hecho con cariño y el relleno sacia a cualquier comensal. A pesar de las horas echadas en la barra del local, ni Casto ni Loli se plantean todavía dejarla. Sus hijos no quieren porque, por ahora, no planean hacerse cargo del establecimiento. Sus clientes tampoco: no quieren ni imaginarse el día que El Palentino cierre sus puertas.
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