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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Espejo o espejismo vasco

Se ha elogiado el pacto entre PNV y PSE como un modelo juicioso para Cataluña. Lo que no se dice es que esa vía ya se intentó en 2005/06 y fracasó

Como era de esperar, la reciente formalización del pacto de gobierno entre el PNV y el PSE-PSOE en la Comunidad Autónoma Vasca ha dado pie a una oleada de alusiones al “ejemplo”, al “modelo” que aquel acuerdo representa para Cataluña, a expresiones de “envidia” por la situación política en el País Vasco y a elogios ditirámbicos al revalidado lehendakari Íñigo Urkullu: un político realista, moderado, pragmático, atento a lo que de veras interesa a los ciudadanos y dotado de una destreza pactista que debería ser imitada...

No seré yo quien regatee los cumplidos al presidente del Gobierno vasco, ni tampoco quien niegue al acuerdo de coalición PNV-PSE un carácter aleccionador para la política catalana. Al contrario: creo que lo tiene, y grande; aunque tal vez no en el sentido que sostienen muchos panegiristas sobrevenidos del partido que fundó Sabino Arana.

Nacionalistas y socialistas vascos acaban de pactar la reforma, en un plazo de ocho meses, de su Estatuto de Autonomía (que es aún el de Gernika, de 1979), para ampliar el autogobierno dentro de la ley y sin unilateralismos. Y bien, ¿qué otra cosa se hizo en Cataluña bajo la presidencia de Pasqual Maragall? ¿Acaso todo el proceso neoestatutario de 2005-06 no discurrió por los conductos legales y con un grado de consenso político que ya me gustará ver si alcanzan en el País Vasco el año próximo? ¿No se aceptó mayoritariamente incluso el “cepillado” de Alfonso Guerra, no se sometió el texto final al preceptivo referéndum? Quienes rompieron la baraja fueron el PP con su recurso y el Tribunal Constitucional con su sentencia, aunque algunos se finjan amnésicos al respecto.

Es cierto que los promotores de la reforma estatutaria vasca cuentan con importantes ventajas. No, su elogiada moderación, y el hecho de que no planee sobre PNV y PSE la sospecha de independentismo no se cuentan entre ellas; ¿quién era de veras independentista en la Cataluña de 2005? Ni siquiera Esquerra Republicana... Las ventajas son otras: la bilateralidad —que, en el caso catalán, fue fulminada por el TC como un anatema— constituye, en las relaciones de poder Vitoria-Madrid, un acquis asumido por todo el mundo.

¿Y qué decir de la financiación? Mientras la de Cataluña resultó, en el redactado y en la aplicación del Estatuto de 2006, un embrollo frustrante y una piedra atada al cuello de la presidencia de José Montilla, antes de terminar en agua de borrajas a manos del Constitucional. En cambio, el lehendakari Urkullu no debe preocuparse por el tema: lo tiene blindado, y un Rajoy codicioso de los votos peneuvistas no le pondrá dificultades en materia de cupo. Además, tampoco hay que temer un clamor de barones autonómicos contra “los privilegios” (ese clamor que se produce cada vez que alguien sugiere un trato financiero específico para Cataluña). Lo de vascos y navarros no son privilegios, sino “derechos históricos”.

Más que nada para tranquilizar a sus correligionarios del PSOE, la dirección del PSE ha aclarado que acepta hablar de “nación vasca” siempre que tal concepto carezca de contenido jurídico y no conlleve derechos. Y hay quien lo ha subrayado como una audaz novedad. Pero no: el preámbulo de nuestro actual Estatut, y más aún su interpretación por el Constitucional en la sentencia de 2010, ya dejaron las cosas así, en la nación puramente retórica y declarativa; mera expansión verbal, vamos.

Dicho todo lo cual, vale la pena subrayar que ese pacto moderado, juicioso y pragmático, ese presunto modelo para Cataluña, ha suscitado de inmediato las iras de la derecha española, tanto política como mediática; desde el PP de Alfonso Alonso (el PSE “se entrega al PNV”) hasta Juan Carlos Girauta de Ciudadanos (que habló de socialistas “contagiados por el nacionalismo”), pasando por la FAES (“es claro que los nacionalistas han impuesto su agenda”) o esas horrorizadas cabeceras según las cuales “el PSE pisotea la línea roja del PSOE sobre la unidad de España”. ¿Es con tales elementos como se hará la bendita reforma constitucional?

Le deseo al bipartito vasco que empieza su andadura mucha suerte y los mayores aciertos, especialmente en la mejora del autogobierno. Pero no creo que el acuerdo PNV-PSE suponga modelo alguno para la Cataluña de 2017. Porque aspira a lo que ya tenemos (la nación sin efectos jurídicos) y posee ya lo que, en el marco constitucional, no tendremos jamás (bilateralidad, concierto...). Por favor, menos espejismos.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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