En este restaurante sí se fía
La ONG Mensajeros de la Paz inaugura el primer local de comida para personas sin hogar
Hace cosa de dos meses, el padre Ángel se asomó a la puerta de la parroquia de San Antón y pensó: “Esto no puede ser”. Frente a él había una fila de unas doscientas personas aguardando por un bocadillo en la calle de Hortaleza. “Que pase esto en el siglo XXI es indigno”, se dijo a sí mismo el párroco de esa iglesia. Y con esas entró convencido de hacer algo. Llamó a Esther Collado, la directora de San Antón, y ese mismo día buscaron traspasos de locales.
En el número siete de la calle de Eguilaz, encontraron una pequeña cafetería. Que con 50 mesas, pensaron, podría convertirse en dos turnos de comidas. Es decir, 100 personas sentadas en mesas con manteles de tela y cubiertos. Sin colas. Y sin pasar frío. Y a las que ofrecerles también algo más que un bocadillo. Ayer, el padre Ángel volvía a asomarse por la puerta. Pero esta vez para celebrar la inauguración de Robin Hood: el primer restaurante para personas sin techo de Madrid o en situación de riesgo de pobreza o exclusión social. Aunque este local no va a ser el único que se abra. La idea de Mensajeros de la Paz, la ONG que preside este sacerdote de 79 años y que gestiona este restaurante con el apoyo de la empresa de catering Servicios Hosteleros Marín, es crear una franquicia “para que los pobres puedan sentarse a comer con dignidad”, explicaban ayer entre el bullicio de gente que se congregó. En total, asistieron 20 comensales. Además de personalidades del mundo del espectáculo y la cocina, como la actriz Cayetana Guillén Cuervo o el chef Pepe Rodríguez, de El Bohío.
En lo que respecta a los próximos días, Robin Hood tendrá un sistema mixto: por el día, funcionará como una cafetería normal. Con sus desayunos y sus menús a precio de mercado. Y por la tarde cerrará y se engalanará para dar de cenar —de lunes a domingo y a partir de las siete de la tarde— a personas vulnerables. Con la caja que se haga por el día, se financiarán esas cenas gratuitas. Aunque el menú será el mismo que se sirva a la hora de comer. No habrá diferencias entre ricos y pobres. Y por asumir, se asumen ya hasta las posibles pérdidas. Manuel Serrano, de 50 años, es el encargado del nuevo bar: “Sabemos que tendremos algunas pérdidas. Pero hacemos esto sin ningún ánimo de lucro porque queremos que se sientan aquí como las personas que son”.
Y así se sintieron ayer muchos. “Esto no es idílico, porque lo idílico sería volver a trabajar, pero te da más tranquilidad. Te quita de las colas, la vergüenza, el frío, las peleas, y el menú, además, es más variado. Estoy de los garbanzos y el arroz de otros sitios…”, describía Ana Ureña, limpiadora de 54 años. Y eso es, en parte, gracias a que muchos chefs —como Julius Bienert— se han ofrecido a diversificar el menú de este restaurante. Con el permiso de Víctor Gonzabay, su cocinero, de 26 años. Que como arranque propuso unos coditos a la boloñesa, de primero, una merluza a la vizcaína, de segundo. Y de postre, tarta de chocolate. Aunque para otros, la variedad del menú no era tan importante como, eso mismo, trabajar. “A mí me han dicho en el Inem que con 56 años, tres en paro, y siendo vigilante ni me presente”, aseguraba Ángel Alonso. Y a su lado, Javier, de 57, asentía. “Esta iniciativa es encomiable, no te digo yo que no, pero lo que necesitamos es trabajo”, reivindicaba este recepcionista.
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