Algo definitivo y general
El independentismo quiere que la Diada de 2016 sea la última de esta etapa reivindicativa
Cinco jornadas ya. La ANC (Assemblea Nacional Catalana) es una formidable start-up nacida con la crisis. Sabe hacer bien las cosas. Combina la tozuda eficacia de las viejas empresas catalanas con la osadía imaginativa de las nuevas empresas digitales. Desde 2012 ha ido engarzando una manifestación tras otra con éxitos oceánicos en cuanto a número de asistentes y un espectacular impacto en los medios de comunicación.
No era fácil el de este año. Hay cansancio. Hay agotamiento de ideas. Y una tediosa sensación de recorrer una y otra vez los mismos caminos. Y, sin embargo, la ANC ha conseguido evitar el pinchazo, conjurar el declive, exhibir sus cinco concentraciones colmadas, y apuntarse su quinta demostración de fuerza.
La ANC sabe manejar las expectativas. Lo ha hecho en todas las ocasiones anteriores. Las amenazas son agua de mayo para sus debilidades. Los malos presagios, estímulos. Cada vez ha conseguido superar los pronósticos y deparar una sorpresa y un disgusto a sus adversarios. Sus éxitos reiterados son la evidencia del fracaso de quienes tienen en frente, incapaces de imaginar una alternativa que compita por la popularidad y por la hegemonía en Cataluña. Solo los comunes, liderados por Ada Colau, han conseguido recortar su territorio y disputarles el voto y la adhesión, ciertamente a cambio de adherirse al soberanismo y al derecho a decidir, y también a la idea de la república catalana, la expresión más vitoreada en los discursos de la jornada.
El 47'8 por ciento que ha alcanzado el independentismo en las urnas difícilmente se ampliará si no es por la incorporación de votantes de izquierdas partidarios del derecho a decidir, algo que los comunes intentan evitar a toda costa. En esta dinámica se juega tanto la ampliación del movimiento como la futura hegemonía, ahora todavía convergente, pero en el futuro muy probablemente de una izquierda soberanista organizada en el nuevo tripartito que se está fraguando entre Esquerra Republicana, Podem y CUP.
En este próximo año parece evidente que el independentismo no amainará. También proseguirá la acción de la justicia en persecución de los presuntos delitos cometidos con la consulta del 9N y las declaraciones del Parlament. Es improbable una iniciativa de fuste de los dos primeros partidos españoles, PP y PSOE, incluida la reforma constitucional, especialmente si Rajoy consigue finalmente formar Gobierno. Todo es propicio, según los dirigentes independentistas, para mantener el rumbo que conduce en un año a las urnas, tal como ya ha anunciado Puigdemont, ya sea para una nueva consulta unilateral como el 9N, ya para otras elecciones, declaradas de nuevo plebiscitarias o incluso constituyentes.
A pesar del éxito, esta es la última Diada de la tanda actual. La próxima, la de 2017, será muy distinta. Si había dudas respecto a lo que había que hacer este año, hay pocas respecto al año próximo. Los independentistas esperan "algo definitivo y general", como los jóvenes de los años 50 bajo el franquismo con los que se identificaba en su verso el poeta Jaime Gil de Biedma. Es decir, que termine el proceso de una vez, sea cual sea el desenlace.
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