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Podría ser peor

Lo que menos necesita el Raval es un hotel como el que tiene previsto inaugurar la marca en expansión Praktik

Seamos claros: un hotel, a estas alturas y en Barcelona, no suma, resta. Es obvio que la explotación del turismo se comporta como una burbuja. De momento, la construcción y la compraventa de hoteles es aquí el negocio del siglo, el polo de atracción de esos capitales flotantes que buscan invertir no por el objetivo o el proyecto, sino por el mero rendimiento. ¡Un banco acaba de comprar el centro comercial de Diagonal Mar! Se comprende que este proceso, loco y desbocado, supere la capacidad municipal de controlarlo y que acabe por distorsionar la ciudad. Cuando la trama urbana es negocio, quien sufre las consecuencias es la ciudad toda, en sus vecinos y en sus texturas. El mercado es el peor urbanista posible.

Digo esto a causa del nuevo hotel que crecerá en la punta del Raval. Lo que menos necesita el Raval es un hotel. Este experimento ya se hizo, bajo la batuta del mago Oriol Bohigas: se emplazó el cilindro del Barceló en medio de la Rambla del Raval y no pasó nada. Era una gentrificación controlada, un cambio de paisanaje, que no se ha notado: el trasto sigue siendo un elemento extraño, sin ningún tipo de contacto con su entorno. Ahora ya no se trata de elevar el nivel de vida (estadístico) del barrio, de mezclarlo, sino de hacer negocio. Praktik es una marca en expansión, tutelada por un joven empresario de esos que nos tendrían que caer simpáticos, por su capacidad inversora, por su dinamismo de escuela cara, pero no. No podemos verlos como clase dirigente, como burguesía a la antigua usanza, porque no tienen proyecto que vaya más allá de la propia cuenta corriente. Este joven empresario es, por herencia, marqués de Sardañola (sic), con castillo y todo, pero esto no es relevante.

Lo importante es que, en declaraciones publicadas, cuenta que su modelo es el Standard Hotel del Meatpacking neoyorquino. No sé si lo conocen pero se trata de un edificio aberrante, altísimo, que se proyecta como si fuera una revista abierta sostenida en vertical sobre las rodillas. Lo tapa todo. Quien elige ese hotel y ese barrio como modelo no tiene ninguna sensibilidad: es que en el Meatpacking no está quedando ni un aborigen, tomado el barrio por los jóvenes emprendedores guays, modernos y rompedores que, en efecto, lo están rompiendo todo. Este hombre compró un solar que había estado destinado a vivienda pública, porque ya en 2007 se esfumó esa voluntad y se entregó al mercado. La cúpula del urbanismo socialista quiere hoy que se le reconozcan los méritos, pero en los últimos tramos de su poder abandonaron cruelmente la construcción de una ciudad equilibrada y empezaron a jugar al Monopoly, como todos.

Bien. Si esto tiene que pasar, hay que reconocer que está pasando en el mejor sitio posible. La parcela vacía, con cinco solitarias mesas de pimpón, es la última estribación de Drassanes, del Raval de Mar, justo donde se acaba el barrio. Lo siento por los huéspedes del Praktik. Santa Madrona es una autopista, que en un rincón aguanta la narcosala; dicen que la cambiarán de sitio. Hacia adentro del barrio, se alza el paralelepípedo gris de la Seguridad Social, en una plaza que es perfecta para un mercado: el que había, el del Carme, cerró por falta de clientela. Los vecinos lo echan en falta, pero los paradistas estuvieron encantados de irse. Es un detalle de poca vida colectiva. Aquí mismo nace la calle Om, que fue un experimento de vivienda social que siempre se consideró frustrado, porque agrupaba un segmento de población tan problemático como homogéneo, pero a simple vista diría que hoy todo eso se ha suavizado. En el entorno hay un hotel, el Mimic, moderno, limpio, dos estrellas. Y una escultura que, como todas, no tiene nombre ni atribución.

En la calle Perecamps, que delimita la parcela, de un lado hay pisos bonitos y del otro, los restos de un derribo. La casa que sigue, muy estrecha, está tapiada; después viene otra más nueva. La que está obturada luce una pancarta. Més habitacles. No macro-hotels, así, tal cual, y es cierto que hay vecinos organizados contra el hotel. Quieren otro barrio, no un terreno de especulación que los convierte en invisibles. Miro a los pisos superiores, que están abiertos y, en el balcón del tercer piso, un hombre en camiseta. No sé por dónde entrará. Lo saludan tres palmeras. Todo tiene un aire desolado, de algo que se acaba. De una ciudad que se nos está acabando.

Patricia Gabancho es escritora.

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