La memoria y el bolsillo
Los autores exigen a Alberto Garzón respeto a la izquierda que luchó contra el franquismo y apoyó la vuelta de la democracia
Llegó a la política, que él llama profesional, con 26 años. Y lo hizo sin reciclaje. Casi sin militancia llegó a la carrera de San Jerónimo como diputado de IU. Sorteó los sinsabores del mercado de trabajo. Arremetió contra aquellos que hacían lo mismo que él. No dejó títere con cabeza si de crítica a las instituciones se trataba. Garzón cree que las personas que lucharon contra la dictadura y tejieron la transición forman parte de la "izquierda del régimen, de una izquierda a depurar". Lleva tiempo repitiendo este insulto y hace unos días lo volvió a recordar en la presentación de un libro con sugerente título: “Conversación con Alberto Garzón”, de Miguel Roig.
Hay un momento en la vida, que de tanto escuchar a un portavoz de la nueva política -eficazmente educado en la vieja, con mando de coordinador general de IU, y fuerte voluntad de confluir con el populismo transversal, con o sin elecciones-, insistir con terca desfachatez en la necesidad de depurar a la izquierda del régimen, no queda más remedio, por dignidad y vergüenza, que salir al paso de semejante disparate. Callar sería una cobardía.
Ya lo repitió para desautorizar las candidaturas que compitieron con la suya en la última asamblea de Izquierda Unida, aun sabiendo que en esas candidaturas había personas que pensaban como él, en lo que a la transición se refiere. Calificar de “izquierda del régimen” a su propio partido, al sindicato que más y mejor luchó por la libertad, y a cuanta gente tuvo el coraje de combatir la dictadura (el verdadero régimen) y construir la democracia, pagando un precio, con frecuencia demasiado alto, se nos antoja una infamia de tal calibre, que solo la lejanía de quien lo dice y de lo que representa, amortigua nuestra indignación. Por si fuera poco, no solo ofende a la “izquierda del régimen”, a la que identifica como el “alma carrillista”, sino que sugiere su depuración, un término renovador donde los haya, y profundamente anclado en el rancio estalinismo del que, pese a su DNI, procede.
Cuesta entender que la actual dirección del partido más comprometido en la lucha por la libertad en España, el que dedicó sus mejores hombres y mujeres a pelear contra el franquismo y cimentar el edificio de la democracia, a hacer posible una Constitución avanzada, avale el relato de la derecha más conservadora y renuncie a disputar el valor de la transición democrática en la que, no lo olvidemos, los comunistas fueron sus principales protagonistas. Claro, hablamos de otro partido, otra dirección, otra política. No cabe ni siquiera la coincidencia. Dudo incluso de que a buena parte de los actuales dirigentes del PCE le suenen los nombres de los comunistas y sindicalistas -en su mayoría de CCOO- que salieron de la cárcel con la amnistía, entre 1976 y 1977. A veces, cuando las ideas no cuentan y la política camina hacia el espectáculo, pasan estas cosas.
Seguramente, esta ruin ocurrencia sobre “la depuración de la izquierda del régimen” forme parte ya del imaginario que impulsan la llamada nueva política y sectores del nuevo periodismo. Habría que hacer un esfuerzo político e intelectual para poner las cosas en su sitio; para reivindicar el valor de la política como herramienta orientada a solucionar los problemas de la gente; para que el adanismo no confunda la revolución con las actividades diversas. Sabemos que ciertas personas, como recordó Albert Einstein, no necesitan “almacenar en la memoria lo que pueden almacenar en el bolsillo”, pero aunque solo sea por el respeto a quienes pelearon por la libertad, hicieron posible en la calle y en las instituciones la transición y lideraron la construcción de la democracia, aunque solo sea por eso, merece la pena combatir la frivolidad y la desmemoria.
Luis María González (sindicalista), Lidia Fernández (exmiembro de IU), Jorge Canto (portavoz IUCM-LV Arganda) y Libertad Martínez (exdiputada de IU).
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