El periodismo 007
Aquí pasa, aquí escribo, aquí mato. Como James Bond, el oficio vive tiempos convulsos en los que no importa el criterio o la puntería, solo cuán rápido desenfundas
Ra-ta-ta-ta-ta. Las ametralladoras delanteras asoman bajo los faros; la pantalla de acero antibalas que cubre la luna trasera aparece al apretar el tubo de escape. Y el no va más: el techo se abre de pronto y expulsa al copiloto que amenaza al conductor con una pistola. Es el Aston Martin DB5, fabricado en 1965 por Corgi Toys, juguete del año, seis millones de unidades vendidas, ligado a la promoción de Operación Trueno. El primer gran gadget sobre James Bond. No sé por qué (el buen gusto innato de mi humildísima abuela, creo), lo tengo.
Pronto dejé de ser fan de Bond: entre otras cosas prácticas, él domina seis artes marciales y yo nunca levanté la pata más allá de 40 centímetros del suelo; él controla cinco maneras de matar a un hombre de un golpe: yo, a burdos mamporros de teclado para sendas necrológicas, solo he enterrado vivos a dos, Torrente Ballester y Cela, y eso porque sus agonías fueron lentas (Dios me perdone). Lo del sibaritismo acabó también mal: los Huevos Benedict con salsa holandesa o la langosta con huevos de codorniz y algas marinadas picadas lo cortó de raíz mi mujer a base de la semana internacional de la patata hervida, frecuentes al principio de la hipoteca. El Martini con vodka (“shaken, not stirred”) me tumbaba solo olerlo. Salté al champagne, ya saben: Dom Perignon, Taittinger o Bollinger, a no más de tres grados. Cuando compré la primera, se acabó: me tragué el sueldo de una jornada.
Tampoco pude reflejarme en su padre, Ian Lancaster Fleming. Y eso que iba bien encaminado: periodista (empatados), estaba en la agencia Reuters; saltó al The Times (bueno, por ahí íbamos), viajó para el diario a Moscú (ya no le pillo) y algo sacó porque empezó a informar para el Foreign Office, para acabar fichando por la Inteligencia Naval (nunca el CNI, creo, se ha interesado por mis sagaces apuntes tras las ruedas de prensa, pongamos por caso).
Mi DB5, decíamos. Me acordé de él al ver Spectre, 24º filme de Bond, y ratificar la ruina del coche tras Skyfall. Imposible reconstruirlo. Fue un acto freudiano: tengo la memoria en el corazón y fui a desempolvar el juguete como ahora miro el fútbol, buscando al niño que lo miraba, al niño que fui, para recuperar un mundo perdido. Me ocurre lo mismo con el periodismo. Lo que más me interesó de Spectre fue la trastienda: el malo malísimo quiere cargarse el programa de agentes 00 e implantar un sofisticado sistema informático que permite, a unos pocos y desde un centro de control a lo sala de mandos de la Enterprise, hacerlo y controlarlo (y manipularlo) todo; y todo muy deprisa. El símil con el oficio, preclaro: primero, 140 twuitteranos caracteres; luego, titulares con gancho forzado y ambiguas o tácitas referencias picantes (los algoritmos de los buscadores en la Red son los jefes ahora), listados, decálogos (el clic compulsivo exige), “párrafos cortos, no tesis doctorales” y nunca más de dos folios; la marca individual sobre la cabecera colectiva, la desaparición física de las secciones: teclados calientes, como camas de pensiones baratas. Aquí pasa, aquí escribo, aquí mato. Intro. Bond, tiene la obsoleta, según sus imberbes superiores, licencia para matar pero, también por ello, criterio para saber cuándo y si hacerlo o no porque, veteranía aparte, está sobre el terreno. Era vive y deja morir. Hoy no importa el criterio o la puntería, solo cuán rápido desenfundas...
Como un día compartimos blasón, Orbis non sufficit (El mundo nunca es suficiente, leyenda familiar de Bond y última aventura fílmica del siglo XX), revisité al amigo inmarcesible: ojeé la nueva Enciclopedia James Bond, de John Cork y Collin Stutz (Planeta Cómic), y remiré Casino Royale y Vive y deja morir, que ECC Ediciones, con nueva traducción y cadencia bimestral, recupera ahora hasta completar los 14 volúmenes que escribió Fleming (un Bond más machista y sexual en las novelas, pero también con más claroscuros, más torturado: Me gusta).
Momento de presente continuo, sólo el pasado se me antoja futuro. Así lo ve también, quiero pensar, Francesc Servent, socio honorífico del Club Archivo 007 y presidente del Grupo de Amigos de James Bond. Descubrió al superagente en 1976 con Desde Rusia con amor. Justo 40 años después, le pone un pisito en su barrio de La Guineueta de Barcelona a los, calcula, “más de 4.000 objetos”, piratas o no, que tiene sobre él. Es, probablemente, el mayor coleccionista de España: desde una cerillas promocionales, una serie limitada de 12 encendedores BIC y muñecas rusas compradas en Praga con los rostros de los actores Bond a el anillo de Spectra de 1963 de Desde Rusia con amor, pasando por la réplica del bikini de Halle Berry en Muere otro día a colonias (impagable la 007 for women), un fotocromo de Goldfinger, clips 007, una maquinilla de afeitar de edición especial de Gillette, los 134 coches a escala de todas las películas… Y la joya, un huevo de Fabergé, el 100 de la edición numerada sobre 100, del filme Octopussy. No hay precios: no quiere divorciarse…
Añora, anhela y sueña Servent la serie de cromos sobre Moonraker de 1979 que iban con los pastelitos Phoskitos (“igual llamo a la fábrica, a ver qué pasa”) mientras disfruta con la espectacular reproducción de la Walther PPK 7.65 milímetros (siete balas: la de los oficiales alemanes desde 1931, 21 películas con Bond) que, de tan fiel, requiere de notificación a la Guardia Civil cuando la lleva de charla o exposición. Juguetea con ella Joan Casanovas, (bautismo con Moonraker, con 13 años, en 1989, alquilada una hasta entonces somnolienta tarde de sábado), presidente del Club Archivo 007. “Despertamos células dormidas de fans”, dice sobre su labor y el centenar de socios (92%, hombres). Hablan en su web de promulgar los valores de Bond… “Los buenos”, aclara: “El triunfo del bien contra el mal; proteger al débil; ser una persona instruida; la elegancia, el respeto al enemigo y hasta la defensa del amor: su primer gran amor se suicida y matan a su esposa justo tras casarse…”).
El masaje Bond anima. Una imagen final de Spectre, también. Además, mi DB5 está en e-Bay a 880,37 euros (eso sí, con caja original). Y el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) hace ya pruebas con el Terrafugia TF-X, primer coche volador totalmente autónomo. Digno de Bond, ¿no? “Es mejor viajar lleno de esperanzas que llegar a tu destino”, escribe Fleming en Sólo se vive dos veces. Curioso: De coche en coche, periodismo crepuscular mediante, habrá pasado una vida.
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