La fuga continúa
Mas cede y el proceso continúa, pero la negociación ha dañado gravemente la credibilidad de sus protagonistas
Artur Mas ha tirado por fin la toalla. En cuestión de horas, la situación en Cataluña ha dado un nuevo vuelco: de prepararse para la convocatoria de unas nuevas elecciones, a la investidura de un nuevo presidente cuya candidatura nunca había sido siquiera considerada. Tal como acabó la reunión del viernes entre Junts pel Sí y la CUP, este artículo debería haberse titulado El final de una ilusión,en los dos sentidos del término. El final de una pretensión ilusa, por irreal —la de pensar que se podía proclamar la independencia de forma unilateral— y el final de los anhelos de mucha gente que cree de corazón que no hay otra salida que desconectar de España. Pero en el último minuto la situación ha cambiado y ahora nos encontramos ante un nuevo acelerón en la fuga hacia adelante en que se ha convertido "el proceso" en el último año. Una vez más, cuando ya todos lo daban por desahuciado, como el ave Fénix, el proceso resurge de nuevo y de nuevo se abren todas las incertidumbres sobre el efecto que pueda tener en la política española.
Pero aunque haya acuerdo y se forme un nuevo gobierno y la nueva mayoría parlamentaria esté en condiciones de proseguir con la hoja de ruta soberanista, ya nada será igual. Estos tres meses de negociaciones agónicas y propuestas estrafalarias han dañado de forma irreparable no solo la imagen exterior de Cataluña en la esfera internacional sino la propia percepción del soberanismo y de sus principales protagonistas. Por mucho que traten de engañarse, no pueden sentirse satisfechos. Han jugado con las instituciones catalanas como si fueran cromos de una colección devaluada, han hecho o aceptado propuestas tan estrambóticas que incluso los más proclives al acuerdo se llevaban las manos a la cabeza. Tal como se negociaba, cualquie cosa podía suceder. Al final, Mas ha cedido, pero se cobra un alto precio: asegurarse la mayoría que Junts pel Sí no logró en las urnas mediante un movimiento de transfuguismo pactadoy desmontar la capacidad de la CUP de condicionar la próxima legislatura. La CUP ha logrado imponer su condición, pero a costa de la voladura de su grupo parlamentario y quien sabe si también de su propia autoinmolación como actor político relevante.
Quienes sufrían por la pérdida de ilusiones colectivas que suponía no llegar a un acuerdo tampoco pueden estar del todo satisfechos. El proceso continúa, sí, pero muy tocado. Con un liderazgo dismunuido y la autoestima por los suelos. En realidad, todos saben que ha habido más cálculo que idealismo en la decisión final. Que ha sido la fuerza de la realidad la que ha llevado a Mas a ceder. Si algo ha demostrado a lo largo de su azarosa carrera política es que sabe hacer de la necesidad virtud y esta vez no ha sido diferente. Mas sabía que de convocarse nuevas elecciones, tanto él como Convergència afrontaban un panorama mucho peor que el de apearse de la presidencia a cambio de aseguarse una mayoría parlamentaria. La perspectiva de reeditar la candidatura de Junts pel Sí era prácticamente nula. Esquerra tenía la oportunidad de consumar el sorpasso, tomar la dirección efectiva del proceso y hacerse con buena parte del electorado convergente. Con la losa de la corrupción a cuestas y el coste de las políticas antisociales, era más que probable que las nuevas elecciones autonómicas ahondaran la debacle electoral que ya sufrió el 20-D. Sin acuerdo, Mas y Convergència cabalgaban hacia un final agónico. Con acuerdo, lo que ganan es tiempo para reaccionar, recomponer fuerzas y tratar de refundar el partido conservando los resortes del poder.
Pero en los centros neurálgicos del poder económico y en gran parte de los círculos intelectuales y académicos, la negociación ha dejado un mal sabor de boca. Ha provocado inquietud y desconfianza sobre la solvencia de quienes en estos momentos ejercen el liderazgo político en Cataluña. Ahora, es de suponer que la cuerda de las relaciones con España se tense de nuevo en un momento especialmente delicado de la política española.
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