La metamorfosis de Artur Mas
El presidente de la Generalitat consideraba la independencia “un concepto oxidado”
Artur Mas inició su carrera política en los años 90 del siglo pasado como nacionalista y espera culminarla este domingo con una victoria que catapulte Cataluña hacia la secesión. Nada que ver con la reflexión que hacía en 2002, un año antes de estrenarse como candidato, cuando decía: “La independencia es un concepto anticuado y oxidado. Apuesto por la España plurinacional. Un Estado organizado sobre cuatro naciones: Castilla, Galicia, Euskadi y Cataluña”.
El comentario está recogido en el ensayo Qué piensa Artur Mas, justo antes de que Pasqual Maragall llegara al poder e impulsara el nuevo Estatut. La norma se aprobó en referéndum pero el PP lo recurrió al Tribunal Constitucional. El independentismo, entonces minoritario, convocó las consultas populares. Pero Mas, en 2009, insistía: “No quiero una consulta. Evidenciaría que Cataluña quiere ser española”. El alto tribunal dictó en julio de 2010 el fallo que recortó el Estatut y negó valor jurídico a que Cataluña se declarara nación. Fue entonces cuando se celebró la primera marcha multitudinaria soberanista que anticipó lo que vendría.
Mas ganó las elecciones en noviembre de ese año desalojando al tripartito. En su discurso de investidura, anunció que Cataluña encaraba su proceso de “transición nacional” y avisó, recurriendo a sus habituales metáforas marinas, que “fijaba rumbo de colisión”. Como recuerda el popular Enric Millo: “No se iba a mover aunque te estampes o choques con un transatlántico. Sentí escalofríos”. La reivindicación de Mas se limitaba, sin embargo, al pacto fiscal —un concierto económico pero incluyendo la solidaridad— con la esperanza de que Mariano Rajoy no ganara en 2011 por mayoría absoluta. Pero fue así. Y, contra todo pronóstico, en 2012, se produjo la primera gran manifestación de la Diada que desbordó al propio Mas. Y no dudó en surfear sobre esa marea que dejó en papel mojado el pacto fiscal.
A partir de ahí, el proceso viajó como un rayo. El president convocó elecciones en noviembre incluyendo en su programa la consulta y pidió una amplia mayoría. La jugada le salió mal: perdió 12 escaños que fueron a engrosar a ERC. El viraje, acompasado con las manifestaciones gigantescas de cada 11-S, se consumó: Mas desafió al Estado con el 9-N alternativo, en el que participaron dos millones de personas, y votó por un inequívoco sí-sí a la secesión. Y de ahí hasta el plebiscito de este 27-S que ha supuesto el fin de CiU y la apertura de un escenario imprevisible. Tanto ERC como la CUP, siempre recelosos con los convergentes, esperan que Mas supere la prueba y que no de marcha atrás ante una eventual oferta del Estado.
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