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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Doce años en tránsito

El tripartito abrió la Transición catalana, pero no supo gobernarla. Cataluña anticipó en ese momento la crisis del régimen político español que estallaría con la crisis económica

Josep Ramoneda

Cataluña lleva doce años en tránsito, desde que en 2003 el tripartito puso punto final al pujolismo. El tránsito es un estado natural de la especie -nacemos, vivimos y morimos en un tiempo breve— y, por tanto, es algo que va inscrito en los asuntos de los humanos. Esta insoportable contingencia que nos define, nos obliga a inventar ficciones —y creérnoslas— para hacer soportable nuestra condición: religiones, ideologías, identidades, creencias. Y estas nos dan una presunción de orden y confortabilidad a las que nos gusta aferrarnos. El régimen político de la Transición se tradujo en Cataluña en un sistema de poder tradicionalmente identificado como pujolismo —por el papel central de Pujol al moldearlo y dirigirlo— pero que también se podría llamar bipartidismo sociovergente. Se fundó en un reparto de poder tan perfecto que las elecciones apenas eran competitivas: el gobierno de la Generalitat para el nacionalismo conservador, los principales ayuntamientos y las legislativas para el PSC-PSOE. Este subrégimen catalán era una pieza articular del español. Garantizaba el control de Cataluña, a partir de un juego de regateo y pacto permanente con límites perfectamente definidos.

La reelección de Pujol en 1999 dejó al presidente en manos del PP y dio lugar a una legislatura basura que evidenció el agotamiento de aquel sistema. Cataluña anticipó los problemas del régimen de la Transición, que entró en crisis aquí siete años antes que en el resto de España. Falta tiempo para que se pueda analizar con objetividad cómo se produce el paso de la Cataluña autonómica a la Cataluña postautonómica y cómo la hegemonía del nacionalismo se desplaza hacia el independentismo. Los hechos se contradicen a menudo con los deseos de los protagonistas de uno y otro lado. Y no es cómodo para lo que queda de Convergència aceptar que fue el tripartito el que marcó la ruptura. Pero lo cierto es que en 2003, con más de una década de anticipación respecto a España, se rompe el bipartidismo imperfecto en Cataluña con un mayor número de aspirantes al reparto de poder.

Mas introdujo en su discurso dos elementos ajenos a la ideología pujolista: el liberalismo y la hipótesis independentista

La campaña electoral de Carod-Rovira abre el campo de juego y crea el marco ideológico para que el independentismo dé el salto, al disociarlo del nacionalismo, es decir, al otorgarle marchamo de laicidad: yo soy independentista, no nacionalista. Y Pasqual Maragall, al romper el rechazo convergente a tocar el Estatuto y proponer su reforma, puso en marcha el proceso que acabaría descarrilando, pero pondría en evidencia todas las contradicciones con el Estado, y conduciría al punto de partida del actual proceso: la manifestación de 2010 contra la sentencia del Tribunal Constitucional. La salida de Pujol hizo saltar la tapadera del sistema de control social y político que había estructurado y ordenado el país durante veinte años. Y fue la liberación de las energías allí contenidas la que dio impulso al proceso de tránsito que todavía no ha culminado, ni tiene perspectivas de hacerlo a corto plazo. El pujolismo había quedado desfasado. El propio Mas introdujo en su discurso dos elementos ajenos a la ideología pujolista: el liberalismo y la hipótesis independentista, algo chocante en un partido de discurso social-cristiano, en el que el nacionalismo estaba al servicio de la defensa del estatus quo.

El tripartito abrió la transición catalana, pero no supo gobernarla. Cataluña, sin embargo, había anticipado la crisis del régimen político español, que estallaría con la crisis económica y nos regaló iconos como el caso Bankia y el caso Bárcenas. Y que tiene un momento político relevante con la creación del 15-M en mayo de 2011 y de la Asamblea Nacional Catalana en abril de ese año. Dos proyectos de origen y motivaciones distintas e incluso, en algún sentido, opuestas, pero que coincidían en dos puntos: la exigencia de una nueva redistribución del poder en un régimen cada vez más cerrado y bloqueado y la voluntad de los movimientos sociales de intervenir en el espacio político representativo. Ahora, el independentismo tiene la iniciativa. Las propuestas rupturistas en Cataluña han surgido siempre en momentos de crisis del sistema político español. Y los dirigentes españoles, que no hicieron las reformas a tiempo, se niegan a reconocer al independentismo como interlocutor. Líder es aquel que sabe convertir los problemas en oportunidades. ¿Dónde está?

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