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Una escuela de fútbol para latinoamericanos en Madrid

Un centenar de niños y jóvenes colombianos, ecuatorianos, dominicanos, entrenan con la idea de convertirse en estrellas del fútbol español

Estudiantes de la Escuela Orcasur sin Fronteras durante un entrenamiento.
Estudiantes de la Escuela Orcasur sin Fronteras durante un entrenamiento.D.Romero

En diciembre de 2011, Camilo Quintero, de 15 años, llegó a Madrid. Viajó desde Colombia acompañado por una azafata, y en el aeropuerto de Barajas le esperaba su madre y su hermana, que hacía 10 años habían emigrado. Los primeros días, todo le parecía extraño: el acento, la comida, el clima, la gente. Madrid es cuatro veces más grande que Armenia, la ciudad donde nació. "Al inicio cuesta adaptarse", dice, pero hubo algo que le ayudó a sentirse como en casa, el fútbol. Llevaba un par de semanas en la capital española cuando comenzó a entrenar en una escuela ubicada en la zona sur de la ciudad. Quintero pronto estaba rodeado de niños colombianos, ecuatorianos, chilenos, bolivianos y que al igual que él, no solo compartían el gusto por el fútbol, sino que además todos eran hijos de inmigrantes latinoamericanos.

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Todas las tardes, de lunes a jueves, en el campo Maris Stella ubicado en el barrio madrileño de Orcasur, entrenan 110 niños y jóvenes entre 5 y 18 años que forman la escuela Orcasur sin Fronteras. La academia, creada para hijos de inmigrantes de América Latina, la abrió hace 12 años el colombiano Edgar Silva que llegó a España hace más de dos décadas. "Siempre me ha gustado ayudar y veía muchos niños latinoamericanos en la zona. Quería que se integraran, que se sintieran tomados en cuenta, que fueran como una familia y que compartieran esa pasión por el fútbol", dice.

-¡Vamos! ¡Vamooos! Esas piernas más arriba, grita Patricio Acaro, entrenador de los cadetes (estudiantes de 14 y 15 años).

Camilo Quintero, colombiano, jugador de Orcasur sin Fronteras.
Camilo Quintero, colombiano, jugador de Orcasur sin Fronteras.D.L.R

Sus alumnos están en la orilla del campo de juego, ubicados uno a la par del otro. De forma sincronizada levantan la pierna izquierda, luego la derecha, y así van avanzando hasta el centro de la cancha. Van contando: uno, dos, uno, dos... y regresan. Todos sueñan poder vivir del fútbol algún día. Como Alejandro Pérez, de 14 años, hijo de padres dominicanos, pero nacido en Madrid. Su mayor anhelo, asegura, es ser fichado por el Real Madrid. Hay otros que con el paso de los años se han dado cuenta de que las posibilidades son pocas y deciden tomar otro camino. Kevin Castillo, de 18 años, integrante del equipo juvenil de la escuela, es uno de ellos. De padres ecuatorianos, llegó a España cuando tenía seis años. Su madre, recuerda que de niño solía decirle que no quería estudiar porque de grande viviría del fútbol. Cuando Castillo la escucha contar esa anécdota se ríe un poco avergonzado y dice: "Soy muy grande ya para ser futbolista". Por eso, estudia un curso para ser camarero de hotel y cada vez que va a los entrenamientos en su bolso carga una máquina de cortar pelo, por si alguno de sus amigos necesita un corte. Cobra entre tres y seis euros, así no tiene que pedir dinero a sus padres para salir los fines de semana. "Veo cómo a mis padres les cuesta llegar a fin de mes", asegura.

En 12 años, por la Escuela de fútbol Orcasur sin Fronteras han pasado 1.400 niños

La diferencia entre esta academia y cualquier otra, asegura su director Edgar Silva, es que los alumnos se ven como una familia y se sienten como en casa. Es verdad, dicen ellos. "Somos como hermanos. Como latinoamericanos nos damos un trato diferente, hasta las palabras que utilizamos son distintas y nos entendemos bien", asegura Alejandro Pérez. "Aquí las costumbres son las mías. Me adapto mejor porque al inicio en otros sitios te sientes fuera de lugar hasta en la manera de hablar", cuenta el ecuatoriano Bryan Moreira, que llegó a la capital española hace dos años y medio. Los que emigraron aseguran que al llegar a este campo de juego sintieron que nunca habían dejado sus países de origen porque en este sitio se saludan con un 'Oe', al balón le llaman bola o pelota y todos usan los términos 'parcero', 'pana', 'brother', 'yunta' para hablar entre ellos.

Los primeros años, la escuela era gratuita, afirma Silva. Eran pocos alumnos, jugaban en un campo de tierra y para comprar los uniformes y las botas hacían rifas. Ahora, cuenta, deben pagar el alquiler del campo, el arbitraje, los uniformes, las fichas, ya que los fines de semana juegan en la Liga de Madrid.

Al menos 30 de los  alumnos son becados y a muchos de ellos los patrocinan negocios de barrio 

Los padres de los niños pagan un promedio de 30 euros al mes, aunque todo depende de sus posibilidades económicas. "Aquí acogemos a todo el mundo, al que no puede pagar igual se le acoge. Nosotros conocemos el nivel económico del latino aquí", asegura el entrenador de los cadetes. Al menos 30 estudiantes son becados. Uno de ellos es el colombiano Camilo Quintero. Su madre asegura que disfruta verlo jugar, pero con el salario que recibe por limpiar casas y portales no le da para esos extras. "Si no me colaboraran, él no estaría ahí", dice. Quienes brindan las ayudas son algunos pequeños negocios de barrio, los mismos vecinos y también el Ayuntamiento de Usera. "Nos dan lo que pueden, hay gente que colabora con 50, 100 euros, para patrocinar a un niño por unos meses y así vamos", asegura Silva.

En estos 12 años, por la escuela han pasado 1.400 niños. "Ahora quiero tener frutos, estoy esperando que un niño florezca", asegura el director. Hasta ahora, ninguno ha tenido la suerte de llegar a profesional. Lo más lejos que ha llegado uno de los alumnos es a tercera división del Club Deportivo Colonia Moscardó. Aun así, los chicos siguen soñando. El deseo de Camilo Quintero es ser jugador del Barcelona. Si se esfuerza, dice, quizás pueda lograrlo. Además, bromea, lleva la misma sangre latina de sus ídolos: James y Neymar.

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