Derribando las paredes
Una conversación en Twitter no es una cena en casa. En la explosión narcisista de las redes, miles de millones de personas se exhiben llenando gratis los archivos de quienes nos controlan
A pesar de que en España la separación de poderes del Estado está muy lejos de ser nítida y la fuerza del Ejecutivo se deja sentir tanto sobre el Legislativo como sobre el judicial, de vez en cuando, los jueces introducen en la vida pública el buen sentido democrático que otros no tienen. El juez Pedraz ha archivado el caso de los mensajes de Twitter del concejal madrileño Guillermo Zapata: que alguien escriba mensajes repugnantes y deleznables como son las bravatas antisemitas y las ironías sobre las víctimas del terrorismo que el regidor de Ahora, Madrid se permitió difundir hace cuatro años, no significa que la indignación que pueda provocar las palabras tenga que tramitarse por vía judicial.
Los mensajes hicieron su recorrido en su momento, con escasa o nula repercusión. Ahora salen a luz, en medio del clima de busca y captura de materiales para desprestigiar a los nuevos gobiernos de izquierda alternativa. Es cierto que en el Código Penal está tipificado el delito de “humillación de las víctimas del terrorismo o sus familiares”. La tendencia creciente a penalizar la subjetividad y la presunción de acción delictiva constituye un factor de ambigüedad que se contradice con el principio de objetividad que debe determinar la tipificación de los delitos. En la llamada ley mordaza, que acaba de entrar en vigor, en que la derecha deja su huella represiva, se insiste en la criminalización de sentimientos y de bajas pasiones. ¿Cómo se objetiva qué es el odio? ¿Cómo se objetiva qué es la humillación? La arbitrariedad es la base de la inseguridad jurídica y del abuso de poder. En lo que concierne a los delitos de opinión, es una puerta abierta a la restricción de la libertad de expresión.
En este penoso episodio, la única grandeza la ha aportado Irene Villa, que ha demostrado que como mejor se defiende la dignidad es no cayendo en la provocación de la miseria moral. El que escribe un mensaje de este tipo se retrata por sí solo. No hay que entrar en su juego. Irene Villa dice “haber convivido desde el atentado terrorista con este tipo de humor negro” y lo considera “como una expresión de la gravedad de los hechos” y “no como una humillación”. Sin duda, sus manifestaciones habrán tenido su peso en la decisión del juez Pedraz. Pero son, además, una lección ante la obsesión sancionadora que habita en nuestros responsables políticos.
Este sueño es una premonición de la sociedad totalitaria que Milan Kundera describió como aquella en que no hay espacio alguno para la intimidad
Cuenta Richard Kosselek, en Futuro pasado, el sueño que un médico alemán tuvo en 1934: “Después de la consulta, hacia las nueve de la noche me quiero echar tranquilamente en el sofá con un libro sobre Mathias Grünmewald, cuando, de pronto, mi habitación, toda mi vivienda, se queda sin paredes. Aterrado miro a mi alrededor: todas las viviendas hasta donde me alcanza la vista están sin paredes. Oigo rugir un altavoz: Por decreto se suprimen las paredes hasta el 17 de este mes”. Este sueño es una premonición de la sociedad totalitaria que Milan Kundera describió como aquella en que no hay espacio alguno para la intimidad.
Las tecnologías de la información están derribando las paredes, pero esta vez cuentan, en parte con nuestra complicidad. Estamos permanentemente expuestos al control de los mensajes, de las llamadas telefónicas, de las redes, de las cámaras, con pocos medios para evitarlos. Pero el puñado de superservidores que acumula infinita información sobre todos nosotros, cuenta, en parte, con nuestra complicidad. Es la explosión narcisista de las redes, donde miles de millones de personas se exhiben entre la impudicia y la inconsciencia, llenando gratis los archivos de quienes nos controlan. Nos colocamos así en la vía de un totalitarismo consentido: sin espacio para la intimidad, por autoexposición.
Una conversación en Twitter no es una cena en casa. Cuando lo olvidamos, contribuimos a tirar las paredes. ¿Qué quiere decir esto? Que debemos saber aprender un nuevo significado de hablar en público y de hablar en privado. La solución no está en reforzar los mecanismos represivos para silenciar determinados mensajes, sino en una mayor responsabilidad personal (saber a qué nos exponemos) y en una asunción generosa de los riesgos de la libertad de expresión. Si la red es el sustituto del patio de vecinos hemos de estar dispuestos a escuchar disparates sin escandalizarnos.
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