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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Contra las políticas del desdén

Los electores han perdido el miedo a abandonar al PP y este sabe que hay una nueva sigla capaz de recoger a sus votantes

Josep Ramoneda

Hace tres años, dos días antes de las elecciones andaluzas, cuando todo el mundo daba por hecho que, por fin, llegaba la alternancia, un profesor andaluz me dijo: “Gobernará el PSOE, no tengas ninguna duda”. Y, al preguntarle por la contundencia de su afirmación, me precisó: “Es una cuestión de sensibilidad, la derecha no ha entendido nunca a la sociedad andaluza y no sabe dirigirse a ella. Siempre acaba cayendo en un desdén que la penaliza”. Tres años después, Andalucía sigue siendo la única comunidad autónoma que ha sido gobernada siempre por el mismo partido, el PSOE. Y el PP se hunde estrepitosamente.

Sin duda, los andaluces han castigado a Rajoy por las políticas de austeridad expansiva y por el alejamiento de la ciudadanía con que ha gobernado España desde la mayoría absoluta. Pero cuando en 2012 no alcanzaron la prelatura andaluza, otra vez les traicionó la querencia por el desdén: Arenas se desentendió, tardaron en sustituirlo, colocaron a un fiel servidor de Rajoy perfectamente desconocido. Los “adanes, los tertulianos, los zascandiles y los amateurs”, como definió el sábado Rajoy a sus adversarios, en otro ejercicio de prepotencia, han infligido una severa derrota al intocable PP. Un resultado que señala directamente al presidente, que ha monopolizado la campaña de la derecha.

El Estado de las autonomías favorece cierto clientelismo. Es una versión posmoderna del eterno caciquismo. No es fácil la alternancia en las comunidades autónomas. Andalucía ha batido records. Pero Cataluña y el País Vasco han estado casi siempre en manos del nacionalismo conservador (excepto los años del tripartito y del Gobierno de Patxi López), Extremadura ha sido socialista hasta la última legislatura. Valencia, cuando la cogió el PP ya no la soltó y así sucesivamente.

Ciertamente, es difícil entender la resistencia del PSOE en el gran país del sur, en medio de las acusaciones de corrupción y del cansancio que genera la repetición. Es verdad que Susana Díaz le ha dado un baldeo a la imagen del partido, con su protagonismo y su arrojo, y ha sabido mantener, a pesar de todo, los servicios del Estado del bienestar y la atención a los ciudadanos en apuros. Pero da la impresión que lo que salva al PSOE es que sintoniza más con los andaluces y que no se dirige a ellos condicionado por los tópicos sobre Andalucía que lastran muchas miradas. Quizás este sea su secreto.

El resultado del PP es malo, sin paliativos. Rozaron la victoria hace tres años y ahora los andaluces les dan un no rotundo

Susana Díaz apostó y ganó. El año electoral arranca con una victoria socialista, que confirma la intuición política de la presidenta y refuerza su poder y autoridad en el partido socialista. Pedro Sánchez tendrá una pausa hasta las municipales, pero se la jugará en mayo. Ahora toca generosidad y capacidad de reconocer a los nuevos, empezando por Podemos. Las dudas sobre Rajoy empiezan a calar en el PP, precisamente cuando Susana Díaz es percibida desde muchos frentes como una alternativa real.

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¿Del resultado andaluz se puede deducir que al PP se le abre una brecha seria en la fidelidad de su electorado? ¿Cabe entender también que Andalucía ratifica la irrupción de Podemos? ¿Y queda realmente tocado el bipartidismo? Vayamos por partes: El resultado del PP es malo, sin paliativos. Rozaron la victoria hace tres años y ahora los andaluces les dan un no rotundo. Y en la derecha ya no está sólo: Ciudadanos ha operado como refugio de desencantados. El electorado conservador ha perdido el miedo a abandonar el PP. Esta es la noticia de cara a lo que viene ahora.

“Veníamos a ganar y no lo hemos conseguido”, ha dicho la candidata de Podemos. Es cierto, se creyó que el cambio era para ya mismo y la política requiere gran habilidad en el control del tiempo. La irrupción de Podemos no ha sido arrolladora per sí firme: sacar un 15% de votos a la primera, en un terreno donde PSOE y IU estaban bien asentados, no es un accidente. También Ciudadanos está ahí. Acaba justo de hacer el salto a la política española y saca un 9% de los votos. El globo se había hinchado mucho en las últimas semanas. Y a algunos les puede saber a poco. Pero el PP ya sabe que hay en la escena algo nuevo: un partido capaz de acoger a sus votantes frustrados.

¿Y el bipartidismo? Es cierto que PSOE y PP se han hecho con las dos primeras plazas. Pero han perdido 18 puntos entre los dos. El multipartidismo que entró por Cataluña una década atrás, se va propagando y, sin duda, se instalará en el Parlamento español. Los grandes partidos tienen capacidad para resistir incluso estando muy desgastados. Su mutación será lenta, porque están muy instalados institucionalmente. Pero hay demanda de cambio. Los viejos partidos tendrán que mutar; los recién llegados tienen mucho trabajo por delante. Falta mucho todavía para que se defina el paisaje del futuro y sus actores. En cualquier caso, el PP deberá entender que se ha acabado el tiempo de las políticas del desdén.

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