La paliza electoral
La pregunta es si los seguidores meros espectadores no acabarán tan hartos de tanta sonrisa fingida, de tanto apretón de manos ocultando la navaja
Lo cierto es que al paso que lleva la troika verdadera de Podemos (Iglesias, Monedero y Errejón) puede acabar hospitalizada la semana antes de la cita electoral, y no por agresiones de Montoro, desdenes de Rajoy o vudús diversos de Izquierda Unida, sino por las afecciones musculares de las que este pintoresco trío será víctima como siga con ese desbordamiento gestual que les lleva a cantar antiguas canciones en comandita, a abrazarse casi cada día en comandita, a rozar el ridículo siempre en comandita en sus explosivas muestras públicas de entusiasmo. El más entusiasta de todos parece Pablo Iglesias, que para algo es el jefe, mientras que Monedero lo vigila de cerca con su estulta severidad y Errejón se diría que imita al mudo de los hermanos Marx, aunque no carece de afición por las escuchitas a su jefe en pleno trajín de fervores diversos y quién sabe si todavía sinceros de corazón. Esta gente va en serio, o al menos eso cree o tratan de hacernos creer, pese a que sus apariciones públicas, acompañados o no de sus ruidosos mariachis, se parece más a un concurso televisivo de sonrisas o a un anuncio publicitario de una empresa dedicada a los implantes dentales. Una empresa con un líder que carece todavía, hay que decirlo, del talento verbal y escénico de Groucho Marx. Qué le vamos a hacer, si es universitario todavía, todavía prendido aunque algo escamado de su segundo amor de adolescencia, como quién dice: bueno, señores, si no lo fue Chávez, seré yo el próximo salvapatrias, y siempre a punto de entonar Guantanamera. Se ve que no recuerda, acaso con cierta vergüenza (si es que conoce ese sentimiento revolucionario, según el otro Marx), aquella brutalidad de la cancioncilla castrista en la que “los niños socialistas” cantaban a la paz y a tantas otras cosas de mucha revolución en marcha. No es el momento de entrar en cuestión tan ardua, pero la pregunta es si alguien metió la pata hasta el fondo al dar por supuesto que los niños, además de niños, podían ser ya también socialistas. Si era así, enhorabuena, Fidel y Raúl Castro que nos están escuchando, porque sería lo único que les salió como querían.
Nos quedan todavía muchas horas de espectáculo electoral ante las municipales, las autonómicas y las generales (que quizás concluirán este bendito año), y la pregunta no es ya si los políticos de fuste aguantarán tanto trajín prolongado, ni siquiera de qué se ponen cuando se les amontona la faena, no vaya a ser que con su gallardía presencial estén alimentando a las mafias del narcotráfico, lo que estaría muy feo (y ya que estamos como de pasada en esto, acaso no sería una mala idea someter en su momento a los ganadores sucesivos a una prueba de dopaje, ya que esas campañas son más agotadoras que llegar triunfador a los Campos Elíseos en el Tour de Francia. La pregunta es, decía, si los seguidores meros espectadores no acabarán tan hartos de tanta sonrisa fingida, de tanto apretón de manos ocultando la navaja, de la lucidez de los líderes al manejar a sus candidatos y, en fin, de tanto afán por convencernos, enamorarnos, hacerlo todo por nosotros, mostrarse más patriotas civiles que la mismísima Guardia Civil y su leyenda “Todo por la Patria”. Todo, cuando en estos momentos ya andan de rifirrafe preelectoral para que no molesten más algunos de los suyos. Y sobre todo que no vuelva a salir Rajoy en las teles visitando viviendas para agradecer a la gente a saber qué cosas, por Dios.
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